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12. SEGOVIA
© Enrique Alcalá Ortiz
El sol tiene su levante
y por la tarde un poniente;
la música su silencio,
el caballo a su jinete,
el día va con la noche
el negro tiene a la nieve,
el hombre con las mujeres,
(ellas si buscan caprichos
tienen el que vive enfrente.)
El viaje que fue creciendo
ahora marcha en pendiente,
y se quiera o no se quiera
así sucederá siempre.
El autobús nos volvió
al país del rico aceite,
pasando los Pirineos
y los paisajes tan verdes.
Hasta Segovia llegamos
donde vivían los reyes
que de Francia nos mandaron
trayéndonos sus saberes
y haciéndonos los palacios
como tienen los franceses.
El acueducto romano
es un portento que siempre
impresionará al viajero,
y el Alcázar que se yergue
en un imponente tajo.
La catedral se nos mete
por los ojos espantados
y el espíritu se estremece
en esa Plaza Mayor
que con bronces ennoblece
sublevados comuneros
que en defensa de sus leyes
esgrimieron sus espadas
con arrojo de valientes
y que por ello murieron
ahogados como peces.
A Carlos primero o quinto
nadie podía toserle.
Fuimos después a La Granja,
pero que nadie se altere
pensando que en ella habrá
gallinas, burros y peces,
o que fabrican el queso
sacándolo de la leche.
¡No por Dios, en esta Granja
para entrar hay hasta conserjes!
Es palacio de verano
donde el monarca y sus huestes
se daban la vida padre
entre sus ricas paredes,
y la vida madre luego
paseando por sus fuentes.
¡Qué estancias y qué salones!
¡Qué riquezas y qué muebles!
¡Qué de pinturas famosas!
¡Qué de óleos y aguafuertes!
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