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10. ELEMENTOS
© Enrique Alcalá Ortiz
No tengo por qué darte razones
que el río recoja
en su insistente corriente
y vomite en el mar de los vacíos inconmensurables.
Yo mando en el aire.
No tengo nada que dar ni que recibir.
Todo es mío y mi gracia es caprichosa.
Tanto que mi megalomanía se escapa de lo común.
Tanto que parece anormal, apocada, malsana, a veces.
Atontada de respirar el viciado aire
que ese progreso absurdo ha desparramado por el ambiente
para matar las hambres de pulmones
con deseos de anemómetros.
Yo mando en la tierra.
La que empolla los huevos de reptiles y aves.
La que esconde su putrefacción de milenios
en los huesos de los mamíferos antediluvianos.
La que soporta el semen del deseo humano
y hace caminos en sus piedras
para que volvamos al mismo sitio.
La que hace acupuntura
con la vegetación que le cubre todavía.
La madre en esencia de los minerales,
desgajados de la piedra filosofal
iguales y desiguales a lágrimas
que la sierra ha derramado.
La que en primavera come lagartijas
y en el estío vomita lagartos.
Yo mando en el agua.
No tengo por qué compararme
o ser puntito de algodón de una nube.
Ni tampoco ser mosca que picotea las cosas
y después besa caras. O antes.
Poseo la esencia más íntima
de los minerales duros, de los vegetales crecientes,
de los animales con patas o sin ellas.
Racionales o no.
Poseo la sustancia,
ya sea graciosa,
ya sea esperada,
ya inoportuna,
ya desterrada o deseada,
ya sea abundante o escasa,
ya sirva para empapar o mojar,
ya sea lágrimas o burbujas
que se escapan en el aire.
No tengo por qué solidificarme y ser polo
‑ni norte ni sur‑
que refresque bocas
que al final escupirán más agua.
No pueden evaporarme,
aunque sí licuarme
para lavar uvas de misericordia
y empapar vendas de cáñamo.
Yo mando en el fuego.
No para enfriar las almas
que fueron inquisitoriales y hacían
mamar los dogmas a estacazo domado,
sino para hacer fogatas que en San Juan,
en el solsticio de las pasiones,
desparrama energía vitales
para que crezca la sensualidad sugerente
que adormecida reposa en los corazones.
Purifico el aire,
purifico la tierra,
purifico el agua,
purifico el fuego.
A mí mismo también me purifico.
Y a las carnes que se acercan a mis cercas.
No tengo contactos
que sean constancias,
sólo cenizas es mi beso.
Todo es efímero si abrazo y copulo.
No hay nadie
‑ni habrá por ahora‑
que resista mi eterno intemporal,
que resista mi color de sangre,
que resista mi constancia ondulante,
que resista mi infinitud
y mi tiempo de número "álex".
Yo mando en el aire.
Yo mando en la tierra.
Yo mando en el agua.
Yo mando en el fuego.
Por esta razón,
el que manda la tiene,
no tengo que dar explicaciones a ningún elemento
que sea aire, tierra, agua o fuego.
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