© Enrique Alcalá Ortiz
as tradiciones, a las que tantas veces nos apegamos para reivindicar unas raíces de siempre, van teniendo con el transcurso del tiempo una evolución lenta, pero frecuentemente, profunda. Muchas costumbres, que nos creemos de toda la vida, son relativamente recientes, si nos detenemos un poco y echamos un vistazo a su evolución histórica. Nuestro acervo secular, como todo ser vivo, va naciendo, transformándose y desapareciendo para siempre.
En otras ocasiones, algo que para nosotros es un asombroso descubrimiento, no deja de ser una recuperación de arcaicas modas que ya se hacían hace muchos siglos.
La Semana Santa, que tenemos como una de nuestras tradiciones más ancestrales, es paradigma de lo anteriormente apuntado. Las transformaciones que ha experimentado a lo largo del presente siglo serían objeto de un profundo estudio que, sin lugar a dudas, ocuparía varios volúmenes de numerosas páginas. Dentro de ese discurrir folclórico existen o han existido fascinantes sucesos, no ponderables por su importancia, pero si interesantes para su observación y recuerdo.
Jesús Preso
Es la última imagen procesional que se ha incorporado a la Semana Santa, debida a la gubia de Niceto Mateo, y que todavía huele a pintura. Su autor es el único hermano mayor que ha esculpido su imagen titular. Dándose el caso curioso que aún antes de ser bendecida, ya se le han dedicado oraciones y algunos devotos le hacen ofrendas de flores. La Hermandad de Nuestra Señora del Mayor Dolor y Jesús Preso, a la que pertenece, ha incorporado las mantillas a su desfile de Semana Santa, cosa inusual hasta el año pasado. Con el tiempo, si la costumbre arraiga, veremos en la Semana Santa tantas mantillas como en los domingos de Mayo, llegándose a cumplir el dicho de que Priego es el pueblo de las dos semanas santas.
Lotería en el siglo XIX
La venta de participaciones de la lotería de Navidad es una de las formas tradicionales de allegar recursos a las cajas de las hermandades, aparte de las subastas de objetos donados y rifas de variados objetos. La papeleta más antigua de una rifa, encontrada hasta ahora, apareció en la parroquia de la Asunción y es conservada con extremado cuidado por su cofradía. Dice así: La Real Cofradía del Santo Entierro de Cristo y Soledad de María Santísima de la Villa de Priego, ofrece un elegante ramo matizado en fondo negro, y adornado con varias monedas de oro importante 1.500 reales. Le adjudicará al tenedor del número igual al que obtenga el premio mayor en los tres primeros millares de la última extracción de la lotería moderna de este año de 1861; entendiéndose agraciado el primero puesto en lista, en el caso de resultar dos o más premios iguales. Vale dos reales.
Esta singular papeleta del año 1861 es antecedente de esas largas tiras de tacos con participaciones de lotería navideña que vemos colgados sobre cuerdas, con que se decoran los bares y establecimientos en el mes de diciembre.
Romanos
El desaparecido escuadrón de romanos nunca llevó el uniforme romano, sino el de nuestros gloriosos tercios de Flandes. El escuadrón antiguo estaba formado por fuerzas de la Columna, Nazareno y Soledad. Cada hermandad aportaba cuatro miembros, entre tambores y cornetas y doce soldados romanos. Además del teniente y el sargento. Iban por riguroso orden, según la procesión que hacía desfile procesional, es decir, el Jueves Santo se ponía primero en la parada el escuadrón de la Columna, el Viernes Santo el del Nazareno y por la noche los de la Soledad, llevando los soldados en esta procesión las lanzas hacía el suelo en señal de duelo por la muerte de Jesús.
Había una tradición que consistía en que el domingo de Ramos por la noche se le hacían entrega simbólica de tambores y cornetas. Ellos, vestidos de paisano, iban visitando los domicilios de los hermanos mayores, a quienes daban una tambora y estos salían y los convidaban a una copa como era de rigor. De estos "tercios" sólo quedan los capitanes que lucen su uniforme barroco delante de una joven escuadra de soldados romanos con uniformes apropiados a su nombre.
Hoy las hermandades han creado ostentosas bandas de tambores, bombos y cornetas, de numerosos componentes, vestidos con un sobrio traje penitencial que llenan el aire de estruendosos ritmos con los que estremecen los oídos de los espectadores.
La realeza de nuestras hermandades
De las nueve cofradías de penitencia que procesionan en Semana Santa, seis de ellas lucen en sus nombres el atributo de Real. Son reales cofradías la Caridad, Columna, Nazareno, Soledad, Angustias y Resucitado. Dos de ellas son archicofradías -Columna y Angustias- y otras dos, las del Nazareno y Columna, son pontificias. Una es venerable, la del Resucitado, siendo la de la Pollinica, la de los Dolores y la del Mayor Dolor la que solamente se nombran hermandad o cofradía.
Algunas de nuestras cofradías se enorgullecen de tener entre sus hermanos a miembros de la familia real. Así la del Resucitado cuenta con un hermano mayor honorario de lujo, desde el 15 de marzo de 1977: "El Príncipe Felipe". No se queda en la zaga la Hermandad de la Soledad, en la que el mismísimo Rey es Hermano Mayor Honorífico y la Reina, Camarera de la Hermandad.
Ya en 1815 Ia Hermandad de la Caridad nombra Hermanos Mayores Perpetuos a los Reyes de España, Fernando VII y María Josefa Amalia. Y más tarde Isabel II, será Hermana Mayor. Una tradición recogida por la Hermandad cuenta el nombramiento de Fernando VII como Hermano Mayor. Al parecer un familiar del monarca padecía una delicada enfermedad, y por medio de un ama que tenía a su servicio, la cual procedía de esta ciudad, le habló de la Virgen de la Caridad de Priego, de la que eran muy devotos, y les indicó se encomendaran a la misma. A raíz de esto, sólo se sabe que Fernando VII y por Real Decreto, pasó a ser Hermano Mayor y le concedió el título de Real Hermandad.
Privilegios
Muy resumidos vamos a destacar dos que sobresalen por su interés. Uno de ellos pertenece a la Hermandad de la Caridad donde el manto de los ajusticiados, por Real Decreto, tenía el privilegio de que una vez ejecutado el reo y ser cubierto con el manto, si éste no había fallecido, le era conmutada la pena, no pudiendo ser ajusticiado de nuevo. Según la tradición se dieron dos casos.
Otro fue otorgado a la Columna y todavía hoy tiene vigencia. Antiguamente, antes de la reforma conciliar, el domingo de pasión se cubrían todos los altares y las últimas misas se decían el martes santo. El Jueves Santo no se podía decir misa, solamente los oficios. Esta hermandad tenían el privilegio, según bula de Pío IX de celebrar misa el Jueves Santo donde se cantaba el Gloria, siendo este detalle muy significativo. Al cambiar la liturgia la misa se celebra por la tarde de Jueves Santo a las cinco.
Cuando la careta de Jesús abrió los ojos
El Prendimiento que hoy vemos, ha sufrido profundas transformaciones en el fondo y en la forma. Se representaba antiguamente por curas, hoy solamente Jesús es sacerdote. Se decía en latín hasta el cuarenta y tantos, hoy en castellano. Era muy esperada la bolsa de Judas con el dinero, hoy día han llegado hasta poner tapones de cervezas. El texto, que nadie oía, es hoy difundido por aparatos de megafonía con lo que los actores sólo tienen que hacer los gestos. Se representaba el jueves, en la Carrera de Álvarez, hoy el miércoles en la Plaza de la Constitución. El tradicional mojicón, se ha convertido en simple y prosaico pan.
Aunque lo más llamativo para mí ha sido cuando a la careta que representaba a Jesús le abrieron los ojos. Un simpático suceso que me contó José Camacho Marfil.
La careta de Jesús, en contra de la de los apóstoles, no tenía los ojos abiertos. El motivo de que Jesús no viera era para que su rostro conservara totalmente los rasgos divinos que tenían la careta y ni siquiera los ojos del sacerdote podían aparecer en su expresión. De manera, que como Jesús no veía tenían que ir dos personas llevándolo. Eran dos personas importantes dentro de la Hermandad de la Columna los que iban cogiendo del brazo al que hacía de Señor. Más tarde fueron dos acólitos. Le acompañaban durante toda la representación indicándole los pasos y sirviéndole como lazarillos para que se pudiera desenvolver. Visto desde lejos, conservaba el rostro apacible, pero su imagen era la de un hombre impedido del que los chicos pensábamos que estaba demasiado viejo. Cuando en realidad era... ciego.
Pascua de Cogollares
Antonio Aguilera Aguilera, en la primera época de Adarve nos cuenta una tradición completamente desaparecida ya. Por la tarde y esto durante tres días consecutivos, el pueblo entero se trasladaba a la Hoya a merendar, a comer lechugas y allí se llevaba la merienda y se compraban en los propios huertos lechugas que los hortelanos sembraban para que en esa época estuvieran en sazón y las vendían todas. Iba la música y había infinidad de puestos de vino, garbanzos y avellanas y de "bollicos de garbanzos" que hacían la delicia de los chicos y el regocijo de los mayores. Tal vez por esta costumbre de comer las lechugas en estos días se la llamara en Priego a esta Pascua, "la Pascua de Cogollares".
Una copla de nuestro Cancionero Popular nos cuenta la ansiedad de unas empleadas de fábrica textil que cantan al dueño para que las deje salir pronto y poder disfrutar en la pequeña fiesta campestre:
Yo quiero irme,
yo quiero irme,
allí a La Joya
a divertirme.
Y el dueño dice
que no nos vamos
hasta que sean
las siete y cuarto.