© Enrique Alcalá Ortiz

Es dieciséis de septiembre

y ya pasada la Feria

del año dos mil y uno

cuando el otoño se acerca

a eso de la media noche

cuando lucen las estrellas,

y ya es hora de los sueños,

cuando el cuerpo se serena

jóvenes y jubilados,

con mujeres o sin ellas,

viudos y  viudas, solteros,

y alguna que otra soltera

acuden al Paseíllo

con sus hinchadas maletas.

Todos ponen en su cara

una sonrisa de fiesta.

Después vienen los saludos:

- Un buen viaje, usted tenga.

- Lo mismo le digo, amigo.

Un problema se presenta,

al empezar a contar

no le cuadraban las cuentas...,

uno salía de más

y se bajó con tristeza,

dando ejemplo el presidente,

que con sus bultos nos deja.

Ahora a dormir la siesta

que el coche dejó ya Priego

y va pasando la Vega,

caminando hacia el norte

en busca de verdes tierras

y valles donde las almas

con su vista se serenan.

Hasta el cielo que nos ve

nos saca la luna llena,

mientras los grillos de noche

entre ellos cuchichean

y asustados por las luces

se esconden en la maleza.

Después de salvar Jaén,

luego de unas pocas vueltas,

cruzamos Despeñaperros

y pasamos la Meseta.

Mucho antes, ya en Bailén,

?la Pilar? se nos presenta,

dice que será la guía

y para ayudarnos llega.

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