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17.16. CAPEAS Y TORETES DECIMONÓNICOS EN PRIEGO

 




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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - Prieguenses en Italia

13. PISA Y LA INCLINACIÓN DE SU TORRE

© Enrique Alcalá Ortiz



Después de tanto manjar

nos dieron un caramelo.

Roma es sabroso cocido

con mucha ternera dentro.

 

En el autobús subidos

proseguimos el paseo

cuya meta estaba en Pisa

ciudad del renacimiento

engarzada en la Toscana

y cabeza de este reino.

 

De nuevo en la boca suelta

se desprendieron los besos,

y los ojos parpadean

con veloces movimientos.

Lo que se ofrece a la vista

nos provoca los mareos.

 

La Plaza del Duomo en Pisa,

es río de sentimientos,

encanto de una sonrisa,

transparencias de venero,

campo florido de mayo

caja de suaves arpegios,

llamada de los Milagros

por todos los lugareños.

 

Su grandiosa catedral,

su más bello baptisterio,

su torre tan inclinada

-que más se inclinaba al vernos-

conforman una postal

que emborracha a los viajeros.

 

La torre se bambolea

con sus balcones abiertos.

Para evitar que se caiga

y se destroce en el suelo

hacemos muro de amor

toda la gente de Priego.

Por ser tan agradecida

nos regala su recuerdo

y nos da muchos saludos

para las torres del pueblo.

Entre torres, ya se sabe

ellas tienen sus secretos.

Serán porque rompen noches

para que salgan luceros.

 

Al despedirnos de Pisa

se apareció Galileo

remontado en lo más alto

con artilugios diversos.

Se afanaba en descubrir

las leyes del universo.

La gravedad desde entonces

se estudia en nuestros colegios.

Que se estudia es un decir

porque apuntan los maestros

que hoy se trabaja muy poco.

ya que todo anda revuelto.

 

La gravedad es la fuerza

que se ejerce hacia adentro,

cuando nos colocan cerca

una bolsa de dineros.

 

Alrededor de la plaza

se extendían muchos puestos

y fue parada obligada

para aligerar los euros,

pues Italia en unas horas

ya se encontraría lejos.

 

                    ***

Mientras el bus se esperaba,

se nos estropeó el tiempo.

Empezaron finas gotas

hasta formarse aguacero.

Aparecieron paraguas,

y otros que vendía un negro

fueron comprados aprisa

y  rápidamente abiertos.

 

Si la cola era escasa

con nuestro grupo de ciento,

llegaron dos grupos más

en apenas un momento.

La parada se mudó

en parada del ejército.

 

Cuando se abrieron las puertas

aquello era el infierno:

una muy enorme manada

caminando sin gobierno,

espoleando los codos

y buscándose un asiento.

Apretados y mojados,

con ataques epilépticos

llegamos a nuestro coche

sin resultar ningún muerto.





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