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Historia de Priego de Andalucía - Crónicas de toros

05. LA CORRIDA DE LA INAUGURACIÓN

"Ogaba" nos cuenta la corrida de agosto del año 1892 con la que se inauguraba la plaza de toros de Priego, llamada posteriormente "Coso de las Canteras".

© Enrique Alcalá Ortiz 

                                                              

            I

ncluso antes de estar la plaza terminada, el empresario empezó a hacer gestiones para dar una magnífica corrida de toros el día de la inauguración que finalmente se puso el domingo 7 de agosto de 1892 a las cuatro y media en punto de la tarde. En el cartel se especificaba: "La Empresa, en afán de que el público de esta población no se vea privado de presenciar el espectáculo nacional, a costas de gastos y sacrificios, ha contratado para la inauguración de nuestra hermosa plaza a diestros de valía, como lo son RAFAEL MOLINA (Lagartijo) y RAFAEL BEJARANO (Torerito) y ha comprado seis toros de primera y escogidos en el cerrado de la tan renombrada ganadería del Excmo. Señor don Antonio Miura". Los precios de esta histórica corrida fueron: sillas de palco, con entrada, 12?10 pesetas; asientos de barrera, con entrada, 8?10; grada cubierta, con entrada, 5?60; última grada de tendido, con entrada, 6?10; tendido de sombra, con entrada, 5?10; y, entrada general de sol, 3?10 pesetas. Además la empresa recibía pedidos de palcos enteros, que comprendían cinco sillas delanteras y veinte asientos de grada cubierta, con entradas, al precio de 172?50 pesetas.

            El entonces alcalde de la ciudad, Carlos Valverde López, para dar más solemnidad al acontecimiento invitó al Gobernador civil, Antonio Castañón y Faes, acompañado de su secretario particular José Abejo. Entre otros personajes que llegaron de Córdoba y Sevilla, se encontraban el general Sánchez Mira, el marqués de Santa Rosa y el conde de Cárdenas. El mismo alcalde nos dice:         

         "Llegó con esto el 7 de agosto, segundo aniversario de la famosa corrida del Nazareno, aquélla en que estoqueara el gran Guerrita; pero el cartel de ésta no le iba en zaga.

Actuaban de matadores el inconmensurable Lagartijo y su paisano el Torerito, y se lidiaban seis toros escogidos de Miura.

La plaza estaba matemáticamente llena, y tanto los diestros, cuanto el ganado, dejaron satisfechísimo al público. No quedó menos complacido el dueño de la plaza y empresario, pues a pesar del coste muy crecido del espectáculo, obtuvo más de 7.000 pesetas de ganancia[1]".

Afortunadamente, de esta histórica corrida de la inauguración del llamado posteriormente Coso de las Canteras, tenemos una hermosa descripción de "Ogeba", el seudónimo de un prieguense aficionado que manda una carta al Diario de Córdoba contándonos los pormenores de los prolegómenos y después las crónica de la corrida. Por ahora no hemos podido dar con el nombre verdadero del autor: "Carta de Priego. LA NUEVA PLAZA DE TOROS. 7 Agosto 92. Señor Director del Diario de Córdoba. Mi distinguido amigo: Gran día de animación y jolgorio ha sido el de hoy para la ciudad de Priego, con motivo de la inauguración de la plaza de toros, construcción lindísima que, a expensas de acaudalado patriota D. Francisco Lázaro Martínez, fue recientemente ultimada.

                         Las masas populares y las impopulares esperaban impacientes ayer tarde al gran Rafael I, quien fue recibido con música, cohetes, vítores y entusiasmo indescriptible, correspondiendo él a tales atenciones con la formal promesa, plenamente cumplida, de hacer cuanto estuviera de su parte y un poco más, para dejar satisfechos a quienes tan cariñoso recibimiento le dispensaban.

                         Anoche era tan incesante el llegar de gente que a pie, a caballo y en carruaje penetraban en la ciudad, que figurábasenos estar en Lourdes o en Covadonga en vísperas de la festividad mayor de uno de aquellos célebres santuarios.

                         Las casas atestáronse de forasteros (que según mis cálculos pasaban de tres mil) y ya en todas ellas sirvieron de cama a muchos de éstos las butacas y las mecedoras colocadas ad limitum en pasillos, salas y gabinetes.

                         Las cuadras y cocheras no bastaron a contener los vehículos que sin cesar llegaban, y fue necesario habilitar, con tal objeto, el paseo del Adarve, bajo la custodia de guardias armados.

                         En las principales calles de la población hacíase dificilísimo el tránsito de carruaje alguno, que a duras penas se abría paso en fuerza del enérgico y repetido eep, epp del correspondiente auriga.

                         Y allá en las afueras era de notar la multitud de bestias atadas a los olivos y de curiosos grupos de desheredados de la fortuna, que por azar de la misma habíanse quedado a la luna de Priego (y de todas partes).

                         Con un sol más que esplendente, amanecí yo a las diez de la mañana de hoy.

                         No me fue, pues dable asistir al encierro, verificado a las siete.

                         Y es que todo madrugador propósito quebrántase ante los olímpicos efectos de una cena sibarítica y de un champagne como el que para sus amigos tiene siempre dispuesto el meritísimo señor don Carlos Valverde, quien, como Alcalde, honra la vara, y como literato, las españolas letras.

                         A las dos de la tarde fueron abiertas las puertas de la plaza.

                         Apiñada muchedumbre penetro vertiginosamente por ellas, temerosa de que no hubiese suficiente número de localidades.

                         A las cuatro y media dio comienzo la función.

                         Había un lleno completo (acaso de ocho a nueve mil almas) y las delanteras de los palcos hallábanse adornadas con hermosísimas mujeres que, con gusto y donaire, lucían preciosas mantillas blancas o madroñeras.

                         Presidió el Gobernador civil, señor don Antonio Castañón y Faes.

                         Tiró la llave el caballero alguacil, siendo por éste recogida al vuelo. Aplausos.

                         Salen las cuadrillas de Lagartijo y del Torerito, y antes de saludar, detiénense un momento para ser fotografiados desde el tendido.

                         Y vamos a la estadística correspondiente que hará corta por resultar ya excesivamente larga esta epístola.

                         Primer bicho. Tomó seis varas, dos sin llegar, y con poca voluntad la última. En los quites muy bien el Torerito. Un par en su sitio de Juan Molina, otro ladeado y medio regular.

                         Brindó el Califa, se acercó a la fiera, hízola seis muy cortesanos saludos y la principió y remató con una superiorísima. Muchos aplausos.

                         Sólo un jamelgo quedó difundo.

                         Segundo. Era conocido por Capirote; con calzas y caperuza negra.

                         Tomó de mala gana cinco varas, acudiendo a tiempo el maestro en la última, para librar al caído jinete de algún serio capirotazo. Se presentó mal en banderillas. Prendiéronle un par superior, un medio bueno y otro medio alto.

                         Torerito lo despachó con nueve pases y una ladeada regular.

                         Oyéronse pitos y voces de golletazo. También sonaron aplausos.

                         Bien el puntillero. Dos jacos arrastrados.

                         Tercero. El mejor del sexteto, Ligero, muy voluntarioso y bien armado. Tomó nueve varas e hizo dos disecciones. Pusiéronle un par bueno, otro regular y dos medios buenos. Catorce pases, un intento sin mojar, un pinchazo en hueso y una media superiorísima de muerte fulminante sin puntilla, fue la brega de Rafael, con quien el público fue algo injusto no aplaudiéndole.

                         Cuarto. Al salir cogió a traición un jaco, desmontando al jinete, sin consecuencias. Aguantó ocho varas, con rotura de la segunda, y dos pares y medio de palillos muy buenos. Vino al suelo, después de 15 pases y una muy superior de Torerito, levantándose al primer intento del puntillero, y se acostó nuevamente, acertando Pepín a la primera. Con la suya, fueron tres las defunciones.

                         Quinto. Salió con bríos. Tomó seis varas. Después de la quinta, el Torerito dobló la rodilla y largóle arena, siendo muy aplaudido. Un par muy desigual. Rafael y Torerito, intentan poner otro par cada uno y así lo hacen después de muchas citas y capeos; pero el bicho se empeñó en presentarse mal para ello, y no tuvieron el lucimiento que debieran. Bien es cierto que el Califa tomó la revancha dejando inmóvil al cornúpeto después de ocho pases, con una de esas suyas inimitables y certeras, que tantos aplausos arrancan a los inteligentes.

                         Frenéticos aplausos.

                         Sexto. Negro, astillado de cornamenta. Cinco varas. Un pase de manos de Rafael. Tres puyazos más. Cuatro pencos inertes. Dos buenos pares de palillos; uno que sin permiso le colgó un aficionado, que fue a la cárcel, y una estocada de Torerito hasta el pomo. Muchos y prolongados aplausos.

                         La Presidencia estuvo acertada; el  público muy sensato.

                         Al entrar en la plaza, dicen que dijo el Califa, que jamás había visto otra tan preciosa. No hago de ella una descripción plástica, por haberla ya hecho y publicado muy preciosa y detallada mi excelente amigo el señor Valverde. Por tal construcción, única en su clase, merece mil plácemes así el inteligente director de las obras don Manuel Arjona Serrano, como el propietario de ella Francisco Lázaro Martínez, que tan valientemente ha expuesto su dinero en procurar una mejora tan importante a la hermosa e insólita ciudad de la incomparable Fuente del Rey y del sorprendente paseo de Los Adarves.

                         Suyo afectísimo y atento corresponsal. Ogeba."[2]

 



[1] VALVERDE LÓPEZ, Carlos: Memorias íntimas y populares. Manuscrito. Año 1892. 

[2] OGEBA: La nueva plaza de toro. Carta de Priego, "Diario de Córdoba", número 12102, 10 de agosto de 1892.





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