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02. INVENTARIO DE LA DESAMORTIZACIÓN

Lo que había dentro de convento franciscano.



© Enrique Alcalá Ortiz

 

            El 1 de noviembre de 1835, fray Manuel Caballero, presidente del convento de San Pedro Apóstol franciscos descalzos, junto a fray Moreno, el comisionado de arbitrios de amortización, Bernardo Muñoz Piquer y el delegado general Francisco de Vargas de la contaduría de Juan Simón de Funes, firman el inventario de los muebles y útiles de la clausurada institución, tanto de lo que había en el convento y anejos, como en la iglesia y sacristía. Con ello, fenecían 171 años, desde 1664, cuando por primera vez, los franciscanos pisaron oficialmente la ermita para convertirla en un convento de frailes[1]. El Padre Guardián no pudo estar porque había muerto unos días antes. Seguramente, al enterarse de la desaparición de su amada casa, su alma cansada volaría a otras regiones no amortizables.

            La casa convento se hallaba rodeada con una cerca de árboles y naranjos, adornada con una plazuela con doce marmolejos alrededor. En medio había una columna con la imagen de la Inmaculada Concepción, ambas de piedra. Esta escultura podría haber desaparecido, o bien en años menos sacros, se podría haber trasladado al convento de San Antonio de Padua de las monjas clarisas. Sabemos que al desaparecer éstas, una imagen de la Inmaculada pasó a San Juan de Dios, y por las gestiones de un grupo de mujeres piadosas, el Ayuntamiento la instaló en el Compás de San Francisco donde aún permanece.

            El convento contaba de bodega, despensa, refectorio, de profundis, cocina, panadería, cuadra, claustro bajo y alto. En la bodega, como en la mayoría de las casas de entonces, reposaban dos tinajas y tres orzas que contenían media arroba de aceite y 13 de vinagre. Había otros alimentos en la despensa, como algunas fanegas de trigo y cebada, además de una cuartilla de habas y otra de garbanzos. Alguno de los frailes firmantes del documento tuvieron que estar allí hasta el último día porque en las cuadras moraba un mulo viejo, acompañado de una jaca tuerta de su misma edad; junto a ellos, dos canastas de paja, y en otro apartado, dos lechones chicos, uno mayor que el otro.
            Si en algo sobresalía el mobiliario era su pobreza; excepto alguno de los 126 cuadros de pintura, valor intangible de las imágenes, altares y algunas alhajas como cálices, custodias y copones, lo demás no desdecía la pobreza del hábito franciscano.
            En la cocina sobresalían como imprescindibles: ollas, paila, tenazas, candil, sartén, cuajadera, espumadera, romana, un cuchillo, un hocino y ocho platos de barro que junto a los seis del refectorio suman 14. El comedor, aparte de una decoración de cuadros viejos, se veían 5 mesas con pies de yeso y sobre ellas varias alcuzas para el aceite y vinagre, y cinco tazones de barro. De lo que deducimos el poco número de frailes que debían habitar el convento en esta época. Para fabricar el pan, contaban con un torno de madera para cerner harina, artesa, tablero, rebanadera y un cuchillo viejo.

            El patio, con una fuente de agua corriente y dos pesebres para las bestias, daba acceso al claustro bajo donde estaba la celda del Padre Guardián con una alacena archivo donde se tenían libros de cuentas, mandas, memorias, historia del convento, patentes, legajos con bulas pontificias, y cédulas de reyes y tribunales superiores. Al lado, la portería, decorada con algún cuadro, una pequeña campana y un farol viejo.

            El claustro alto estaba construido a dos niveles, y si de algo interesante nos hemos quedado sin saber es del número de celdas; lo único que conocemos es que estaban abiertas y sin cerraja. A todo lo largo de él, se encontraba algún cuadro, una pila de agua bendita, un vía crucis en cuadros pequeños, un santo de talla mediana en su nicho, farol y campana. En la librería, con dos estantes principales y dos más pequeños, aunque le faltaban muchos libros, había de moral, predicables, derecho, historia, escolástica y mística.

            De las casullas, capas, albas, misales, cruz con incrustaciones de nácar y otros utensilios, todavía se conserva bastante, al igual que todas las imágenes de la iglesia. En ésta, destacamos los dos altares dedicados a San Francisco. Uno de ellos tenía a ambos lados las imágenes de Santa Isabel y San Luis. Además de otro altar llamado del Mayor Dolor, con un lienzo de pintura antigua con cristal a piezas. En la capilla de la Cofradía, existía el altar de la Virgen, el del Santo Sepulcro, y el Crucificado con las imágenes de Santa María Magdalena y San Juan a los lados.



[1] El inventario completo se puede ver en nuestra titulada: ?Inventarios Históricos y Actuales del ex convento e iglesia de San Pedro Apóstol y de la Real Cofradía del Santo Entierro de Cristo y María Santísima de la Soledad de Priego de Córdoba. (1701-1993)?.

 





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