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13.02. TROZOS ESCOGIDOS Y VELADAS LITERARIAS

 




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Historia de Priego de Andalucía - Priego de Cuenca: el otro Priego

04. UNA IGLESIA, UN SANTUARIO Y UNAS RUINAS

Un rico patrimonio.



© Enrique Alcalá Ortiz

 

            Después de este bello monumento y dejando atrás la calle Larga pasamos a la calle llamada de la Iglesia dedicada a San Nicolás de Bari. Por las fiestas de la vendimia, los mozos del lugar le dedican una copla, que todo el mundo sabe, a este santo patrón cuya imagen revestida de báculo y mitra se venera sobre un ara al lado del evangelio:

 

                San Nicolás de Bari,

                patrón de Priego,

                que emborrachas a los hombres

                con vino nuevo.

 

            La iglesia de San Nicolás de Bari es la única que existe en el casco de la población, ocupando una apreciable extensión debido a sus considerables dimensiones. Además para regalo de la vista todo su perímetro está libre de casas por lo que podemos disfrutar las líneas de su arquitectura y la hermosa torre cuadrangular, parecida a la de la Asunción, pero como contraste de ésta, más hermosa, adornada de bellos balcones renacentistas y con delicados remates en su cúspide. Al lado de la fachada, una pequeña cruz de piedra acompaña a un lápida que recuerda los caídos en la guerra, entre cuyos nombres hay uno que lleva por apellido Priego. Cosa no extraña en un pueblo que creó el nombre. El interior de la iglesia es amplio, casi tan grande como San Francisco de este Priego de Andalucía. Destacando el altar mayor presidido por la imagen de San Miguel en actitud de lucha con el demonio, semejante al que hay en la Asunción al lado de la sacristía. La riqueza de este altar renacentista contrasta con todo el resto de la iglesia, ya que imágenes como el Cristo yacente, en la Columna, Virgen de los Dolores, Angustias, Nazareno y mujeres al pie del crucificado están en pobres andas, o en vanos del muro sin más adorno que la blancura de las paredes. La sencillez de estas imágenes y la pobreza de su presentación muestra un cristianismo puro apartado de barroco ampuloso y riqueza de mercader. Solamente tienen la imagen de un fraile, San Antonio, que luce algunas flores y velas encendidas como pago de solicitudes seguramente atendidas. En una capilla, entre rejas, que prohíben el acceso a cacos y visitantes, se venera la imagen de la Virgen de la Torre. La imagen es una talla de unos quince centímetros de largo, ennegrecida de humos y años, vestida con largo vestido blanco y dorado, que nos recuerda a la del Pilar de Zaragoza y que según dice la tradición fue encontrada cuando se hicieron los cimientos de la torre.

            Para ir a San Miguel de las Victorias tendremos que coger el coche para recorrer los pocos kilómetros que lo separan del pueblo. Pero si hay tiempo y ganas de respirar naturaleza lo mejor es cargarse una mochila con vituallas y hacer el camino a pie, en plan de peregrino o de "boy‑scouts". Tanto si se va en coche o caminando hay que hacer pequeñas paradas para gozar de los placeres gratuitos que se nos ofrecen a la vista. Sería un pecado de estupidez no hacerlo. Al borde mismo de la carretera nos da la mano "la piedra Campanera", así llamada porque tirándole cantos y pedruscos, si tienes suerte en los rebotes, te devolverá agradecida sonidos de campanario envueltos en el color violeta de las rocas. Mirando hacia arriba, dominando sierras, pinares, tajos, barrancos, huertas y río se perfila el convento de San Miguel de la Victorias, levantado en la época de los Austrias, en el que según la tradición fray Junípero de la Calzada, franciscano de sayo y cilicio, hizo el milagro, también atribuido a San Antonio de Padua, de expulsar a los pájaros del lugar para que dejarán incólumes los productos hortícolas. Aunque lo seguro es que estos huyen de los buitres leonados, numerosas aves rapaces, que enseñorean su figura, haciendo equilibrios de helicóptero, en los altos roquedales que rodean al monasterio. De ellas sobresale la "peña las Tablas", falla vertical, escalera en el cielo y cronómetro celta, porque saben los lugareños por tradición que en el verano, el sol de mediodía da justo en el centro para señalar horas astronómicas muchos siglos antes de que se conocieran los relojes de cuarzo.

            Una estilizada cruz de piedra haciendo honores a la fachada, monta guardia silenciosa y quizás recuerda misterios cristianos dando, a la sobria portada y al color de tierra de sus limpios muros, sombra protectora con su figura de misterio. Su arte, creado por buril, está acompañado por pinos y encinas que dan techo y sombra al alcalde, la corporación en pleno y al pregonero los días de la fiesta mayor cuando éstos las inician con el baile de la Carrasquilla sacando a danzar a la reina de las fiestas y sus damas de honor.

            Si por fuera predomina el ocre, su interior es blanco. La sencillez es lo sobresaliente. El refectorio desnudo, y sus pasillos con versos, enmarcados en filigranas y escritos en las paredes de corredores y celdas, según moda de estos frailes (nos evocan a las tablas de San Pedro), dan consejos y enseñan filosofías. La capilla es obra de Ruiz Carrillo, con cúpula nervuda y florete de escayola en el centro, además de pinturas en su nave central con escenas de la glorificación. Porque para dar gloria se hizo. Allí el Cristo de las Victorias, triunfante de la muerte, con un mundo a sus pies y repartiendo gracias con la mirada de un Dios que perdona y limpia el pecado original que empaña al hombre representado en esa escena de Adán y Eva esculpida en la bola terráquea. Con razón es el más querido en el pueblo. Una talla sobresaliente de Carmona, a la que acompañan unos ángeles. Se labró para rememorar la batalla de Lepanto cuya noticia trajo a Priego, Fernando Carrillo de Mendoza. El conjunto escultórico más valioso del término se guarda junto a otros objetos artísticos como una hermosa imagen de San Cristóbal o elementos decorativos como el de una botella con una lujosa cruz en el interior.

            Más a mano cogen las ruinas del convento del Rosal, obra del siglo XVI. La cortas paredes de la plaza de toros y talleres de tratamiento y artesanía del mimbre hacen avenida en tanto campo abierto como rodea a lo que resta de un edificio que debió ser soberbio en los días de esplendor. Los arcos semicirculares de su devastado claustro dibujan geometrías escolares a lo que fue recogimiento y salmodia de monjas. En su centro, un pozo, que fue depósito de imágenes cuando la furia desbordada de la incomprensión levanta armas y derrama sangre de hermanos. Si las desoladas paredes, espadañas, arbotantes, nervaduras y contrafuertes son grandiosos en su desolación, el esplendor de su obra nueva tuvo que ser majestuoso. Por esto, contemplando el conjunto, la imaginación, compañera de sueños y creadora de imágenes levanta, para verlo intacto, todas las piedras de sus escombros. Así participamos de esta singular maravilla destruida, quizás a causa del abandono producido por la desamortización.

            Por este esplendor decadente, en el Palacio de la Diputación de Cuenca hay un fresco de Víctor de la Vega titulado "Retablo Conquense" en el que están representadas estas ruinas del monasterio del Rosal como símbolo de la comarca alcarreña.





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