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PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Francisco Alcalá Ortiz: Impresiones de un prieguense en los Estados Unidos

04. EL SUEÑO AMERICANO Y LA PERSONALIDAD AMERICANA

El sueño está al alcance que aquellos que lo buscan con tenacidad y empeño.



© Francisco Alcalá Ortiz

 

            Entre los sicólogos todavía no existe el consenso que entre los físicos o químicos. Las polémicas abundan sobre muchas materias, y casi se podría decir que ellas constituyen la regla más que la excepción. Y sobre pocas cuestiones son estas desavenencias tan vivas como cuando se trata de la inteligencia y la personalidad. Da la casualidad que éstos son también los temas cruciales de la sicología.

            Entre las muchas teorías para distinguir y clasificar las diferentes personalidades, se ha propuesto la teoría de los  valores, según la cual, cada uno es condicionado y conformado por los intereses que persigue en su vida. No es lo mismo un poeta que un militar, ni un banquero que un filósofo. Yendo tras datos concretos, esta corriente de pensamiento se dividió luego en dos, una que buscaba las conexiones entre la profesión y la personalidad y otra que la buscaba entre la personalidad y la cultura.

            Si antes "el hábito no hacía el monje", era porque para la mayoría no existía más alternativa que el hábito de monje o el uniforme de soldado, y es natural que a muchos cualquiera de los dos les viniera ancho o estrecho. Hoy día en que las profesiones son innúmeras, se supone que cada uno escoge la que más va con su temperamento e intereses. De hecho, los mismos sicólogos se han encargado de que así sea, imponiendo infinidad de tests sicológicos, tanto de aptitud como de preferencias y personalidad, ante de ser aceptado para muchos trabajos. Nada de extrañar, pues, que todo los estudios sobre profesión y personalidad confirmen la teoría de la relación mutua. En efecto, dice el análisis factorial, los policías no son como los músicos, ni los oficinistas como los futbolistas.

            Las investigaciones sobre las correlaciones entre la personalidad colectiva y los valores predominantes de un país dado no son tan abundantes ni decisivos, y es natural, dada su dificultad. Las conexiones señaladas a continuación entre el sueño y la personalidad americana son, por tanto, puramente hipotéticas.

            El sueño americano es la creencia de que la oportunidad de hacerse rico, o al menos alcanzar el nivel de vida considerado normal para la clase media, está al alcance de todos, a condición de que se lo propongan seriamente y lo persigan con tenacidad. El sueño americano existió antes de que existiera América como nación. Que la creencia sea verdad o no, es secundario. Si se tiene por verdad, basta para que influya en la conducta. Aparte de que la creencia no estaba totalmente injustificada.

            Cuando la economía de un país se expande, por conquista, colonización, comercio o desarrollo industrial, el nivel de vida de todos tiende a subir, los ricos suelen hacerse más rico, y las vías de ascenso social se abren para las clases medias y bajas. Y unos poco, más vivos y atrevidos que los demás, hacen fortuna. Esto viene pasando en España desde el "boom" de los años sesenta.

            Ahora bien, América no tuvo que esperar el desarrollo industrial como Europa, para gozar de las ventajas de una economía expansiva, debido a la abundancia de tierra y el aumento vertiginoso de la población y el comercio.

            La creencia de que todos podían prosperar abría un horizonte ilimitado a la ilusión y al optimismo, rasgos que todos los viajeros han testimoniado siempre del americano. Este ha creído siempre no sólo que todo se puede conseguir, sino también que todo se puede cambiar y mejorar, fuera y dentro de uno mismo. Sólo cuenta la voluntad humana, como creadora de valores y como impulso para conseguirlos. Donde hay una voluntad, hay un camino (Where there is a will, there is a way). Para el que verdaderamente quiere, el cielo es el límite (the sky is the limit).

            Como contrapartida, esta creencia también traía consigo una gran responsabilidad. Si el éxito no se conseguía, no podía echarse la culpa ni al vecino ni al cenizo. Cada uno era responsable de su buena o mala fortuna. Este pensamiento actuaría como un aguijón que no iba a dejar dormir a nadie.

            El "homo americanus" aparecería como un hombre tenso, en el sentido de estar siempre tendiendo hacia un objetivo, no dejando caer nunca la guardia ni dejándose llevar; preocupado, gravitando alrededor de un foco, sin prestar mucha atención a todo lo que se hallara fuera de él; impaciente por ver los resultados y por poderlos contar y medir de un modo palpable; provisional y experimental, cambiante y cambiable, siempre en busca de un nuevo y mejor modo de hacer las cosas; transeúnte y móvil, desarraigado de la tierra, los parientes y los amigos, a la caza de una nueva oportunidad; apresurado, poseído de una prisa primordial que no toleraba ni un instante de esparcimiento.

            Estos rasgos de carácter le daban un aire de explorador solitario, abandonado a su suerte y sus recursos (on his own). Y ellos explican su insistencia en la libertad incondicional, libertad de lazos y barreras para perseguir no importa que meta por no importa que camino.

            Si el único cimiento de su identidad y de su estima propia iba a ser su actuación y los resultados de ella, también es comprensible que tendiera a exagerarlos un poco y que en ocasiones se sintiera incompetente e inseguro.

            ¿Cómo se compagina el también proverbial uniformismo y gregarismo  de los americanos con este individualismo radical que parece definirlos?

            Cuando alguien tenía éxito, sus procedimientos y estilo eran imitados precipitadamente por todos, sin darle muchas vueltas a la cosa. Eso es lo que pasaba hace doscientos años y lo que pasa ahora. Basta que un libro, un programa de televisión, un anuncio tengan éxito, para que sus imitaciones inunden el mercado hasta que ya no cabe más.

            En cuanto al gregarismo, los primeros americanos, separados de sus grupos naturales y sin autoridad central, pronto comprendieron que dos juntos podían más que uno solo. Como Franklin repetía durante la guerra de la independencia, si no luchamos juntos, nos ahorcarán por separado. Esto es lo que Tocqueville llamaba ley del interés propio bien entendido. En otras palabras, el interés propio es el que precisamente recomienda que coopere con los demás.

            Esta es, concisamente descrita, la personalidad de base americana. Estos son sus resortes y sus mecanismos. Para mí, todos ellos se derivan en línea directa del sueño americano. Si métodos más rigurosos pueden probarlo sin lugar a dudas, la teoría se convertirá en hecho comprobado. Entretanto sólo nos queda, como en América se repite mucho, rezar para que así sea.

            (Adarve, número 259, 15 de febrero de 1987, página 11).





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