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PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Francisco Alcalá Ortiz: Impresiones de un prieguense en los Estados Unidos

05. EL NACIMIENTO DE LA CONSTITUCIÓN AMERICANA

Opiniones sobre este hecho histórico



© Francisco Alcalá Ortiz

 

            Este año de 1987 se celebra el segundo centenario de la Constitución, y por eso me pareció oportuno dedicarle unas líneas a este tema tan americano. Como aquí no hay castillos, ni catedrales, ni monumentos públicos, ni santos patronos, la Constitución ha polarizado el sentimiento nacional y se ha convertido en el símbolo colectivo más saliente. Todos alaban su durabilidad (¡la constitución democrática más vieja del mundo!), y su flexibilidad (en vigor en una sociedad postindustrial, a pesar de haber sido creada para una nación agrícola).

            Algunos hasta creen que los que la escribieron fueron inspirados por Dios, de otro modo no se explica tanta sabiduría previsora. Los mitos son tan viejos como la humanidad. Lo que uno esperaba es que desaparecieran con una población donde una mayoría ha hecho el bachillerato y un número considerable va a la universidad.

            En el diluvio de artículos, programas de radio y televisión, ceremonias y discursos que se avecina, es seguro que se va a decir muy poco de las crudas circunstancias en que nació la Constitución. Y, si se dice, será sofocado por el confuso ruido restante. En parte, ello se debe a la tendencia humana a idealizar todo lo propio. Pero aquí hay que añadir también la inclinación del americano a acentuar lo positivo y echar un velo sobre lo negativo, la naturaleza exuberante, fraccionada y efímera de la cultura popular, y, finalmente, que aquellos que controlan esta cultura no están muy interesados en que la realidad aparezca desnuda.

            La Constitución americana no se escribió al mismo tiempo que la Declaración de la Independencia sino once años después. Esa década, llamada el Periodo Revolucionario, fue una de las más agitadas y cruciales de su historia.

            Las trece colonias inglesas habían ido adquiriendo una notable autonomía a lo largo de dos siglos. Pero sus cuerpos legislativos no estuvieron nunca en manos de la mayoría, que eran granjeros medianos, sino en las de un pequeño número de terratenientes, mercaderes, especuladores de terrenos, y sus abogados correspondientes.

            Primero la corona inglesa y luego las legislaturas de las diferentes colonias habían ido obsequiando a sus fieles servidores con grandes extensiones de tierra, y les habían concedido licencias comerciales o  constructoras en régimen de monopolio. Desde un principio, los privilegios económicos habían estado ligados a la influencia política. Era esta influencia y estos privilegios, esta explotación del poder en beneficio de unos pocos, lo que, sobre todo, querían exterminar los tumultos populares acaecidos entre 1776 y 1787.

            Los que eran ricos en tierras se habían hecho más ricos revendiéndolas en parcelas o alquilándolas a una población que se doblaba cada veinte años. Los que eran ricos en dinero se hicieron más ricos prestándolo a los que se instalaban como granjeros, invirtiéndolo en tierra y compañías mercantiles, o comprando lucrativos bonos de guerra. Como en aquel tiempo no había bancos, todos los préstamos se hacían por esta minoría rica, por lo general, en condiciones leoninas.

            Por contagio con la euforia de la independencia, en muchos estados se levantó un clamor popular por una mejor distribución de tierras, sobre todo de las tierras abandonadas por los 75.000 regalistas, partidarios de los ingleses, que tuvieron que abandonar el país. Y también por un alivio de los impuestos recaudados para pagar las ingentes deudas de guerra. Muchos deudores privados también pedían que se facilitara la emisión de papel moneda por parte de los estados, ya que debido al patrón metálico, cuando la producción del oro y la plata bajaba, bajaban también los precios, haciendo muy oneroso el pago de las deudas contraídas cuando los precios eran más altos.

            En algunos estados la masa arrambló con la legislatura misma, consiguiendo que se devaluara la moneda, se cancelaran deudas públicas y privadas y se anularan concesiones hechas a los influyentes, que en aquel tiempo se llamaban "contratos".

            Esta agitación reivindicadora de la mayoría ponía en peligro inmediato las posiciones privilegiadas de la "minoría opulenta, los señores con principios y propiedad, la gente prudente, pudiente y bien nacida", según exponía Madison a la asamblea constituyente el verano de 1787.

            Y éstas no eran las únicas amenazas a sus privilegios. Los mercaderes veían sus ganancias mermadas por el boicot inglés y por las trabas que unos estados se ponían a otros. Los hacendistas del sur se veían dificultados en mover sus productos por estas mismas razones, y, además, por las numerosas tarifas aduaneras interestatales y por el mal estado en que habían quedado los caminos a causa de la guerra.

            Ante la amenazante desintegración del joven país, y su consiguiente debilidad ante posibles ataques exteriores, un grupo de 55 delegados se reunieron en Filadelfia el verano de 1787, y, a puerta cerrada y en tres meses, redactaron una constitución que todavía está en vigor con sólo veintiséis enmiendas.

            Entre estos delegados constituyentes sólo había hacendistas del sur, mercaderes del norte, especuladores y abogados, en un país donde el 99'50 % eran agricultores propietarios medianos o artesanos independientes. Esta minoría es la que había gobernado siempre.

            Muchos delegados llegaron tarde. Sólo 42 se quedaron hasta el final, de los cuales 39 votaron. Algunas correcciones trascendentales, como "la obligación de los contratos", fueron introducidas subrepticiamente en el texto por la comisión de redacción o la de estilo, y pasaron inadvertidas durante el apresuramiento final.

            Una vez redactada y aprobada la Constitución, tenía que ser ratificada por los estados. En cada estado el derecho a voto era establecido de un modo diferente. En algunos, este derecho todavía estaba ligado a la propiedad y al pago de impuestos, y, por supuesto, tanto las mujeres como los negros estaban eliminados del proceso. Incluso así, sólo una cuarta parte de varones blancos con derecho a votar lo hicieron, con los "si" y los "no" repartidos casi por igual. O sea, que la Constitución fue votada por el 12'50% del electorado de aquel tiempo. Nadie sabe qué porcentaje de la población adulta total significaba este número.

            Casi todas las actividades que condujeron al establecimiento de la Constitución son consideradas eufemísticamente "extralegales" por los expertos, lo cual significa que ignoraban la ley establecida cuando no la contradecían claramente. En algún sentido, la constitución fue una especie de golpe de estado. De otro modo, admiten todos, no podría haberse escrito.

            Las peculiares circunstancias históricas en que nació la Constitución americana no quieren decir que ésta no sea acertada o incluso la mejor posible para aquella sociedad. Ni tampoco que un cambio extralegal tiene que ser criminal también. Todo cambio verdadero es siempre subversivo.

            Lo que sí ayudan es a poner las cosas en perspectiva, como aquí se dice mucho, y a darle a la Constitución su verdadero sentido histórico.

            Y, bien, ¿qué es lo que se establece en la Constitución americana? Esto lo tenemos que dejar para el artículo siguiente.

            (Adarve, números 271-272, Feria 1987, páginas 55 y 56).





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