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12.089. HERMANDAD DE LA POLLINICA DE PRIEGO DE CÓRDOBA. (Documentos para su historia). (I)

 




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PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Francisco Alcalá Ortiz: Impresiones de un prieguense en los Estados Unidos

10. Ms. Brush se burla de los hombres

Cuando se critica al sexo contrario.



© Francisco Alcalá Ortiz

 

            Stephanie Brush es una mujer joven bastante atrevida. Aunque oriunda de Ohio, ahora vive en New York, más concretamente en Greenwich VilIage, proverbial refugio de artistas, rebeldes y bohemios. En su piso del "village" no tiene ni perro ni gato como la mayoría de sus amigos. Y, a diferencia de los muchos intelectuales que pululan por el barrio, tampoco desprecia los programas de televisión sino que los mira desvergonzadamente sin que le quede remordimiento ninguno. Ya ha viajado por mucho países  del mundo, y, gracias a sus variados contactos personales, y, no obstante sus pocos años, puede hablar con autoridad de temas peliagudos.

            De entrada, Stephanie ha hecho dos cosas que ella sabía muy bien de antemano la iban a indisponer con los hombres en general y con sus amistades masculinas en particular. La primera es llamarse Ms. (y no Mrs = a señora, ni Miss = señorita, sino Ms. que nadie sabe exactamente lo que quiere decir). Aunque los americanos todavía vivos hacen lo posible por ser comprensivos y tolerantes con las demandas crecientes que les presentan las americanas vivas, investigaciones recientes revelan que se fían menos de las mujeres que se llaman Ms.

            La segunda cosa que Stephanie no debía haber hecho nunca es escribir humorísticamente de los hombres, y mucho menos tratar de ganarse la vida haciendo precisamente eso. No es que los hombres desdeñen el humor. De hecho ellos lo usan con cualquier pretexto. Lo que a los hombres les cae gordo es que una mujer se las dé de graciosa, y, sobretodo, que se las dé de graciosa a costa de los hombres. Aunque Stephanie sabía de sobra que esto era fruta prohibida, ella lo hace sin embargo, y de paso acusa a los hombres de imponer un doble criterio de buen gusto y moral, uno para los hombres y otro para las mujeres. Cuando ellos están de chirigota, que es siempre que pueden, ¿no se burlan sobre todo de las mujeres o de algo que se relaciona con ella?

            Y bien, ¿qué es lo que Ms. Brush ve en los hombres que le causa tanta risa?

            En primer lugar, la importancia que dan a su trabajo y las muchas energías que gastan intentando ascender en su profesión, como si eso fuera lo único que cuenta en la vida. Obsesionados de este modo, se vuelven tensos, siempre moviéndose aprisa, acumulando posesiones sin saber luego gozarlas, sin tiempo para comer ni fijarse en nada, ni siquiera en su mujer, o amiga, o camarada, o lo que sea.

            (Sin quitarle mérito a esta recriminación, ya que realmente lo tiene, sobre todo en América, Ms. Bruh por su parte debería comprender que, si no ella, las mujeres en general están poniendo a los hombres en general entre la espada y la pared. Porque, por una parte, exigen que el hombre se muestre ambicioso y combativo, que triunfe en la vida, y, por otra, esperan que por la noche le sobre tiempo y ganas para arrumacos y zalamerías. ¿Cómo puede uno triunfar en la vida sin poner en ello lo cinco sentidos?)

            En cualquier caso, las críticas jocosas de Ms. Bruh no terminan aquí.

            Como si no bastara con esta absorción maniática con su trabajo, el poco tiempo que están en casa, lo emplean cancaneando y bricoleando con todo lo que pillan. Todo hombre americano, digno de este nombre, tienen en un sótano

o su  garaje un banco de trabajo con más instrumentos que General Motors. Siempre hay algo que arreglar en la casa. Para decir la verdad, desarreglan más que arreglan. ¿No podían dejarse de tanta reparación y reservar algún tiempo para hablar despacio con nosotras de cosas serias, o al menos que son serias para nosotros, como la calidad y el rumbo de nuestra relación interpersonal?

            Los domingos, que son los únicos días libres de supuestas obligaciones primarias y secundarias, en vez de sentarse y comunicar conmigo, se pasa la tarde con lo ojo pegado a la televisión siguiendo algún deporte, gritándole a las imágenes como un energúmeno, y sin parar de tragar cerveza y patatas fritas. Era para darle con la televisión en la cabeza y dejarlo muerto allí mismo, con la guía de televisión a un lado y las patatas fritas al otro.

            Y si alguna vez mi hombre, o amigo, o camarada, o lo que sea, siente ganas de hablar, no lo hace conmigo sino que busca a sus amigotes y, entre cerveza va y cerveza viene, llamándose confianzudamente "compinche", "lobo" o "jefe", se divierten de las mujeres que no están presentes, intercambian palabras fuertes, fanfarronean de cómo se la pegaron al guardia, cómo vendieron el coche por más de lo que valía o cómo le pararon los pies al director, y se pelean por pagar (¡que no, que pago yo!), sabiendo que al final cada uno va a pagar lo suyo. ¿Qué pensarían de las mujeres si, cuando están juntas, se portaran de esta manera tan infantil? ¿Y por qué son tan lenguaraces cuando están entre ellos y tan graves y preocupados cuando están con nosotras? ¿Por qué rehúyen hablar de cosas serias? ¿Por qué se resisten a ir al sicólogo como hacemos nosotras? ¿Es que tienen miedo de que se descubra algo?

            Otro detalle que escapa a las entendederas femeninas de Ms. Brush, que para ella son iguales que las masculinas, es la fascinación que los hombres sienten por la pornografía, la cual suelen esconder en guaridas como hacen las ardillas con las nueces y los cacahuetes. ¿Cómo es posible que se gasten $ 3.50 en una revistucha que no vale ni cincuenta céntimos? ¿Es que no les basta con una mujer bonita y atractiva como yo, que es además inteligente, sicológicamente madura, culturalmente liberada y hasta graciosa? ¿Qué es lo que encuentran en una mujer ordinariota con medias caladas y zapatos de tacón altísimo y que se llama Bambi o Sagitario? Y, además, ¿Por qué no pueden parar de comprar revistas? Si, entre tanta ordinariota ya han encontrado una que les gusta, ¿por qué no la recortan, le ponen un marco, le encienden dos velas, y se olvidan de las demás? ¿Qué les pasa? ¿Son locos o degenerados? Evidente que el problema no es nuestro sino suyo.

            El cinismo de Ms. Bruh ha llegado a un grado tal que ella cree que todos los hombres, sin que salve uno, tienen su nido pornográfico a donde acuden tan regularmente como los animales sedientos al arroyo. Incluso los que dicen que no. Incluso los que lo atacan por imperativos profesionales. Ella debe saber lo que dice porque ha visto más mundo del que le corresponde. Hasta ahora sólo ha mencionado a los policías, los agentes del FBI y lo jueces. Con el clero no se ha metido aún, porque, a pesar de ser una mujer liberada, eso sería pasar la raya y con ello además perdería muchos lectores.

            Terminemos diciendo que Ms. Brush está todavía soltera. Mientras que cada vez hay más hombres de su edad (entre los veinticinco y treinta y cinco años) que siguen solteros también o que están buscando mujer en el extremo oriente, a través de numerosas agencias que hoy día de dedican a esto. Estas orientales, por lo visto, les parecen más dulces y modositas, y a ninguna le pasaría por la cabeza reírse de los hombres, ni, mucho menos, vivir de eso.

            (Adarve, números 284-285, Semana Santa 1988, páginas 42 y 43).





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