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PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Francisco Alcalá Ortiz: Impresiones de un prieguense en los Estados Unidos

13. ¿SABE USTED ANDAR?

Todo en América tiene un experto.



© Francisco Alcalá Ortiz

 

            Una pregunta como ésta equivaldría a un insulto en muchos países del mundo, pero no en América. A continuación voy a explicar por qué.

            A lo largo de su historia el animal racional que es el hombre, y la mujer también, ha ido expandiendo gradualmente su componente racional a expensas del animal, entendido éste en el mejor sentido de la palabra. Incluso en

el orden puramente biológico, hemos ido perdiendo muchas posibilidades de que gozan hereditariamente animales inferiores en la escala evolutiva, o el mismo ser humano en las primeras fases de su desarrollo. Así, ya no tenemos el olfato de un sabueso ni la vista de un lince, aunque seguimos presumiendo de ello. Asimismo, durante un breve periodo de tiempo, un niño de pecho puede nadar instintivamente, pero esta destreza es luego suplantada por otras capacidades sicomotoras más complejas, y, si el niño quiere nadar otra vez, tiene que aprenderlo de otros.

            En el transcurso de los milenios, el aprendizaje humano se hizo en su mayor parte por observación e imitación, pero poco a poco fue siendo sustituido por la enseñanza formal, con libros y profesores. Ahora bien, en América esta tendencia universal ha sido llevada a un extremo alarmante, diría yo. Nadie se atreve a hacer nada sin contar con el magisterio de algún docto. Incluso cuando se trata de cosas inocentísimas. Hace unos días, por ejemplo, en un consultorio de periódico, alguien preguntaba al consejero cuál era el mejor modo de pelar una banana, como si el modo ya consagrado por nuestra civilización no fuera más que suficiente para el hombre medio. Si este fenómeno es sólo una aberración de los americanos o, por el contrario, es la suerte que les espera a todos, es una cuestión sujeta a debate.

            Este largo preámbulo nos lleva al andar, que es lo prometido en el título. Los americanos, incluso los esquimales, son los humanos que menos andan (de paseo, ni hablar). A mí siempre me ha gustado andar, pero cuando vine a este país tenía que hacerlo al anochecer y por calles secundarias para pasar desapercibido. Esto fue una equivocación, ya que al andar a tal hora y por tales calles, despertaba más sospechas de la gente, en especial de la policía patrullante, que reducía la marcha del coche en el momento en que me divisaba.

            En los últimos diez años los americanos han descubierto los múltiples beneficios que puede aportar el andar, y de pronto se han dedicado a practicarlo enérgicamente, pero no a la buena de Dios, sino a la americana. El espectáculo de un hombre con las manos en los bolsillos, merodeando por una plaza sin rumbo cierto, como yo he tenido ocasión de observar en mis visitas a Priego, causaría asombro a un americano. En algunos estados tal individuo desorientado hasta podría ir a la cárcel por vagabundo.

            La nueva boga deambulatoria en América ha producido muchos profetas, o expertos como aquí se les llama. Sin ellos, nadie se atreve a dar un paso, a pesar de que el americano se las dé de individualista. Uno de estos expertos en andar es Mr. Yanker, un abogado que fue a Alemania en un intercambio cultural y allí se dio cuenta de lo mucho que andaban lo alemanes en comparación con los americanos. Esta revelación, como la de Moisés en el Sinaí, cambió radicalmente su vida. Ya ha escrito dos libros sobre el arte y la técnica de andar, y actualmente se dedica "full -time" (a tiempo completo) a propagar sus ideas, cobrando por ello, claro está. Téngase en cuenta que no se trata de andar por andar (de paseo, ni hablar), sino de andar con una finalidad (with a goal in mind). No es, por tanto, un andar recreativo, ni mucho menos ocioso, sino funcional.

            En su campaña evangelizadora, Mr. Yanker pasó por esta ciudad (Worcester, 170.000 habitantes), y el acontecimiento fue considerado de trascendencia suficiente como para que uno de los diarios locales le dedicara un artículo a cinco columnas, acompañado de cuatro fotografías de Mr. Yanker en el acto de andar, una de frente y otra de perfil, una de cuerpo entero y otra de sólo los pies, con el fin de que los lectores pudieran apreciar mejor este intrincado mecanismo.

            En la larga entrevista que suministraba el material del artículo, Mr. Yanker explicaba en detalle el modo correcto de andar si se quería conseguir el provecho corporal y mental prometido. Ante todo, hay que empezar con una postura idónea, es decir, una buena postura; manteniéndose erecto, es decir, derecho; pero sin tenerse rígido, es decir, tieso. Al andar, los brazos, naturalmente doblados por el codo, o doblados por el codo, naturalmente (el texto inglés es ambiguo), se balancean de delante a atrás, en movimiento inverso al pie del mismo lado. Así, cuando el pie derecho está delante, la mano derecha está detrás. Al columpiarse, los brazos describen un arco, también natural, cuyo centro geométrico se halla en los hombros. Todo ello resulta en un movimiento armónico y rítmico parecido al péndulo de un reloj, aunque sin cucú. El respirar - inhalar / exhalar- debe sincronizarse asimismo con la moción pendular inversa de brazos y piernas. Si se anda aprisa, siendo difícil respirar al ritmo que se camina, lo aconsejable es un ciclo respiratorio - inhalación/exhalación - a cada dos pasos.

            Al avanzar un pie -sólo debe avanzarse uno a la vez- su punta ha de dirigirse hacia adelante, y el pie que se adelanta debe hacerlo paralelamente al que reposa en tierra en ese momento, y a una distancia de cuatro pulgadas.

Andando cuesta arriba, se inclina uno hacia adelante, y cuesta abajo, hacia atrás. Si no se hace así, se corre el peligro de andar como el monstruo de Frankestein.

            La primera y única vez que, por curiosidad y para que no se diga, yo intenté andar siguiendo todas estas reglas, quedé inmovilizado en los mismos escalones de mi casa, como atacado de tétano agudo. Una vez que el americano se ha impuesto una nueva obligación, no sólo la aborda de una manera metódica sino también tenaz, sin dejarse amedrentar por dificultad ninguna. Si el tiempo es inclemente, se pone el sofá en el centro de la sala y se anda a su alrededor, contando el número de vueltas con una especie de rosario sin cruz, diseñado a tal efecto y patentado por el fundador, Mr. Yanker, y distribuido entre sus devotos a un precio justo.

            A raíz de la visita de Mr. Yanker a esta ciudad afortunada, se formaron muchos clubs para fomentar el andar expertil e instrumental. La organización de grupos, junto con el fundador y el boletín informativo, es otro ingrediente infalible de cualquier boga en América. Uno de estos grupos vino reportado en otro artículo del mismo periódico local algunas semanas después. El nuevo club contaba con sesenta miembros a las varias semanas de su fundación. Este club ha organizado ya un viaje colectivo a Boston, no para divertirse, sino para asistir a un congreso de clubs parecidos existentes en el estado de Massachusetts. Los miembros del club se reúnen tres veces por semana, y siempre andan, llueva o escampe. Todos ellos poseen una cartilla kilométrica o de kilometraje (mileage book), donde anotan las distancias andadas cada día. Cuando el kilometraje llega a una cantidad predeterminada, reciben un diploma firmado por el fundador, que la mayoría guarda, con otros muchos papeles, en un cajón que terminará en el ático de la casa. Sin embargo, los miembros más fervientes lo colgarán en su cocina.

            Ahora comprenderá el lector el por qué de la pregunta que abre este artículo. De modo que, la próxima vez que salga a la calle, pregúntese seriamente si en realidad sabe bien lo que está haciendo. Nada es tan sencillo como parece.

            Aviso de expertos.

            (Adarve, número 300, 15 de noviembre de 1988, páginas 3 y 4).





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