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Historia de Priego de Andalucía - Temas variados

PASEO POR EL PRIEGO DE LOS AÑOS VEINTE

Visión general de la ciudad de Priego en las primeras décadas del siglo pasado. Navegue por los sueños

                                        © Enrique Alcalá Ortiz



                                  

E

n la calle Río de Priego, donde está situada la Casa-natal y museo de Niceto Alcalá-Zamora y Torres, muchas fachadas muestran un estilo modernista que fueron tomando en las primeras décadas del presente siglo siguiendo sobre todo el diseño de un paisano, artista autodidacta, llamado Francisco Ruiz Santaella. El ladrillo visto, acompañado de azulejos sevillanos, rejas de forja y balconadas de sorprendentes filigranas, junto a faroles de originales diseños dan una personalidad única a este conjunto urbanístico sin par que nos retrotrae a los felices años veinte.  

           Ampliando esta visión real, iniciamos un corto paseo por el Priego de estos años a través de unas fotos de época. De entrada, detengámonos en esa vista panorámica tomada desde el Calvario, allí donde Jesús Nazareno, el santo más querido del pueblo, bendice los miles de hornazos, sobre todo en forma de gallina, que le ofrecen los prieguenses en la tarde del Viernes Santo. Un mar de tejas árabes cuadriculan un espacio de escamas ocres donde sobresalen las torres de las iglesias y la mole sobria y ruinosa de ese castillo fronterizo, baluarte defensivo en otros tiempos, hoy muro de admiración histórica.

Bajando unas veredas serpenteantes, polvorientas, remachadas de piedras y parcheadas de cascajo de derribos, cerca de la calle Verónica, ya en la Plaza del Palenque, instantánea del Pósito con vistas a la calle Prim, hoy Carrera de las Monjas. La vista se nos pierde a través de las torres gemelas de la iglesia de las Mercedes y los montes que nos tapan Almedinilla. El Pósito es uno de nuestros monumentos más llorados, ya desaparecido para siempre. Una desgraciada decisión municipal tomada durante la época republicana consiguió que el pico del obrero diese con él para levantar un colegio de enseñanza primaria, también hoy derribado. Construido en la segunda mitad del siglo XVI, su fachada, de rasgos manieristas, presentaba dos hileras de arcadas, con un balcón en el centro coronado con frontón triangular y un escudo como remate. Ahora se dedicaba a granero del pueblo, y por lo tanto, lugar de veneración porque con las cosas de comer no se juega. Dos carros se disputan una carga que en uno de ellos sobrepasa con creces los límites permitidos, si es que entonces existía esa prohibición. Puede ser que se trate de una mudanza. Seguro que no es el equipaje para pasar unas vacaciones en las playas malagueñas. Mientras un obrero afana quehaceres, dos chavalillos, uno cubierto con gorra, miran sorprendidos al cámara, mientras otro con brazo a la cadera muestra pareceres de Rodolfo Valentino con sus pantalones sobre las rótulas y sombrero de jipijapa calado hasta las orejas. Por su postura y aderezo sospechamos familiaridad con el artista del fogonazo. Coronando los tejados, el progreso en forma de tendido eléctrico, ya invadía y afeaba los tejados, fachadas y plazas del pueblo.


Detrás de los carros, la llamada calle de Prim, una de las arterias más importantes de la ciudad donde destacan, en una democracia callejera, impuesta por el arrecifado sin asfaltar, esas mujeres que vuelven de la plaza con vestidos que casi le arrastran. También se iban a figurar que la bullanguera juventud femenina hoy día iba a pasear por esta calle con minifaldas tan cortas como un suspiro. Donde vemos en otra foto junto a un paisano con capa española, otro con la usada blusa de obrero empobrecido y unos pantalones con más remiendos que una pierna de torero retirado. En esta calle, justamente enfrente del Casino, estaba la imprenta "La Aurora", que a su vez era papelería y centro de suscripciones de una hoja con noticias de la guerra africana, por entonces en auge desastroso, ya que caían como moscas muchos de nuestros mozalbetes que no podían redimirse del servicio militar a causa de su pobreza. Bajando la calle desembocamos en la Plaza de la Constitución, también llamada Plaza Nueva y popularmente Paseíllo. Entonces estaba en alto, claveteada de árboles de hoja caduca, colocados sin ton ni son, quizás plantados por un aficionado jardinero con ganas de terminar pronto la tarea. En una de las dos fotos es ya primavera entrada, parece como si las niñas del cercano colegio se diesen un respiro para saborear su inmortalidad sobre el papel. En la otra, los árboles de hoja caduca segmentean el edificio del antiguo palacio municipal, copia devaluada de un Escorial venido a menos. La simetría de sus dos filas de ventanas, rotas por la puerta de entrada sirve de cortina al grupo de serios personajes, cubiertos con esos sombreros que se elaboraban en la calle San Luis. Nos llama la atención un tullido, resto seguro de la terrible poliomielitis, pues no existían vacunas para prevenirla. Tampoco caminaban los numerosos bebés que se ven en brazos de hombres y mujeres, repetidas veces a lo largo de varias fotografías. Los carritos eran cromos todavía no impresos y por lo tanto no disponibles para bolsillos no desarrollados ni consumistas.

Bajando la calle Solana, nos detenemos justo donde empezaba la Plaza de Escribanos, y allí vemos los sillares de albañilería descompuestos por el tiempo, cayéndose a pedazos del ex convento de los monjes franciscanos de San Pedro Apóstol, desaparecido en 1905 para construir la primera plaza de abastos. Si su espacio fue alimento de almas, desde esa fecha lo fue del cuerpo pues con razón el hombre es una dualidad. Varios lustros hacía ya que sus salmodias y figuras desaparecieron de sus estancias. Como contraste, esa fachada, afortunadamente en pie, de nuestras Carnicerías Municipales, edificio civil del siglo XVI que nos llena de orgullo, dedicado actualmente a actos culturales y exposiciones variadas.

Dando unos pasos, nos plantamos en el Castillo. ¡Qué pueblo no se precia de tener uno! El lienzo descarnado de estas piedras toscas nos retrotrae a épocas de heroísmos defensivos. Son protagonistas de nuevo los carros cargados de trigo, con sus techos en herradura, imitando el arte de las mezquitas, tirados por uno a varios silenciosos mulos, acostumbrados a la obediencia y al trabajo sin replicar. Con ellos la retahíla de zagalones despreocupados chupando cámara con su correspondiente gorra, para evitar enfriamientos y malos virus, según creencia de la época. Cruzando este llano, unos pasos más arriba tenemos la Carrera de Álvarez, dedicada al mejor de nuestros escultores neoclásicos, en una villa donde el barroco es parte de su esencia. Para un pueblo con carros de cortantes ruedas de hierro, no es impedimento un Obispo Caballero en el mismo centro de calle, colocado en el año 1923 con motivo de la conmemoración del segundo centenario de su nacimiento. Cuando llegaron "les voitures", se lo llevaron a un jardín que hicieron en la plaza del Castillo como vemos en otra foto y finalmente acabaría en el Paseo de Colombia.

Volviendo de nuevo a la Plaza de la Constitución, nos encontramos una vista de la segunda mitad de este siglo. La fachada del colegio de las Angustias nos testimonia su permanencia invariable, mientras que el coche de sobrio diseño contrasta con los carros y burros andando por el centro de la ciudad. Aún recordamos el bando del alcalde prohibiendo el paso de semovientes por las principales vías urbanas. Todo un recuerdo, más importante quizás para los vecinos que la gloriosa batalla de Lepanto. Desde entonces, los olorosos restos fecales no fueron estiércol que alfombraran las calles.

Al término de este paseo, nuestra siempre famosa Fuente del Rey, todavía sin las escalinatas de acceso al Caminillo y la Fuente de la Salud con un grupo de paisanos rompiendo el paisaje. Debería hacer buen tiempo porque un vecino lleva la chaqueta colgada al hombro. Costumbre repetida en una época donde aún no había aparecido la moda de ir en mangas de camisa y mucho menos que éstas se permitieran el lujo de tener las mangas cortas para usarlas sólo en verano.

 





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