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04.01. CRÓNICA DEL IV CENTENARIO

 




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RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Artículos varios

ROCÍO: OTRA LUZ DIFERENTE

Santo Rosario rociero por las mágicas calles del barrio de la Villa de Priego.

                                              © Enrique Alcalá Ortiz



L

a blancura de las calles de la Villa, el barrio más típico de Priego, se llenaron el último sábado del pa­sado mes de abril con las intensas y deslumbrantes luces de las bengalas chisporroteantes que con su llama de catarata creaban aureola de claridad al majestuoso Simpecado, procesio­nado a mano, y llevado por el entu­siasmo y orgullo de un hermano de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío. Al compás del tamboril y la flauta y siguiendo al Consiliario se hacía un «Santo Rosario Rociero» re­zado por numerosos devotos. 

La Villa, de nuevo, regala celajes de misterios a muchos hechos socia­les, sobre todo religiosos, que a lo largo del año se van celebrando en el extravío de estas callejas turbadoras del espíritu estético y abono de imaginaciones y ritos. Y aquí las es­taciones de un vía crucis semana-santero hacen trajes de oraciones a los ardores devotos, cuando cada martes del año anterior el Viernes de Dolores, al filo de la media noche, y organizado por la Hermandad de la Caridad, se inicia la marcha tras del Cristo de los Desamparados. En este vía crucis callejero, muchos vecinos iluminan sus balcones y estaciones improvisadas con la medrosa luceci­ta de un candil metálico provisto de aceite y de tosca torcida. La luz de estos candiles parpadea cimbreante con su austera llama aceitosa testi­moniando, como sugestivo resto pre­histórico, una forma de ver la vida remisa a desaparecer. 

Será en mayo, cuando el lujuriante aspecto de los geranios en flor pone sangre de rubor a la limpieza encala­da de las paredes, el momento escogi­do para la celebración de las cruces. En estos días, las hornacinas, con­servadas con mimo de artesanía, son decoradas con macetas de realce e iluminadas con velas y luces eléctri­cas. Aquí el progreso de la luz fotónica espabila de nuevo una celebración religiosa no reglada en su aspecto callejero. 

Sin embargo, el día más impor­tante de este barrio atrayente, como todos sabemos, es el Corpus. Por si era poco su natural bello que a diario nos ofrece, ahora se alfombra su sue­lo con plantas, flores salvajes y alta­res de recibimiento, para mullir pa­sos de custodias y tropiezos charolados de comulgantes primerizos. La luz de las velas y la cera derretida crean ambientes de foco y capilla a este sagrario ambulante por un día, como premio por ser el misterio más grande de la fe cristiana. 

El fulgor de estas luces tradicio­nales se ha aumentado con el de la bengala rociera. Con ello no se ha disminuido la importancia de los bri­llos tradicionales, antes bien, se ha iluminado otro ángulo con una luz que muestra matices de religión mariana, sureña, arenosa y filos de un folclore andaluz, amalgama que con el paso del tiempo, pese a ser del sur, se está convirtiendo en norte y símbolo de nuestra autonomía. 

Al candil del tiempo, a las velas de los dogmas, al filamento de la crítica librepensadora, se ha unido la turbadora luz de estos artefactos lu­minosos que brillan a fogonazos de­jando un humo de sombras, envolvente de cuerpos y simpecados para que al desaparecer, ya solos y con nuestra intimidad a cuestas, ha­gamos meditación y nos pregunte­mos inquisidores, ¿qué está pasando aquí?

 





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