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17.18. COCINA PRIEGUENSE DEL SIGLO XVIII

 




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Personas - Prieguenses

MANUEL BERMÚDEZ: ESCULTOR AUTODIDACTA

Manuel Bermúdez Cuenca: el caso de un panadero que se hizo escultor de la piedra por su propia iniciativa.

© Enrique Alcalá Ortiz



  En las fiestas de San Juan, en el Barrio de la Inmaculada, mu­chos visitantes elogiaban el ador­no y decoración llevado a cabo por los vecinos. En el suelo desta­caban unos ocho hermosos ma­ceteros de piedra blanca, de base cúbica, cilíndrica o paralelepípeda, con cuerpos troncocónicos, rec­tangulares o irregulares, con una decoración original de animales ficticios, vegetación estilizada, al­guna figura humana tendida de lado y en actitud meditativa. El color limpio de la piedra denun­ciaba un trabajo de hace poco tiempo.

Para el no entendido, aquellos objetos decorativos podrían pa­sar por piezas fabricadas en serie y que te venden a cientos en cual­quier almacén de muebles. Pero ya cerca, y con un sencillo análi­sis visual, te dabas cuenta, al tiempo que te maravillabas, de que aquello no había salido de ninguna máquina, sino que era una labor artesana con ribetes de obra artística.                                                                 

Pegando porrazos 

Un buen día, no hace aún diez años, cuando otros están en la crisis de los cuarenta, Manuel Bermúdez, se encontró abando­nado un viejo escalón de piedra. Al verlo tuvo una idea: se lo lleva­ría y fabricaría una fuente para colocarla en el patio de su casa. No lo dudó un momento, y su fur­goneta acostumbrada al olor y blandura del pan recién cocido soportó estupendamente el peso de aquella "piedra geña" que ahora traía al domicilio particular. En una finca que posee en Geni­lla, sentado delante de ella, por las tardes, en horas fuera del ho­rario laboral, con un cincel en una mano y mazo o puntero en la otra, empezó a darle porrazos y vio con sorpresa que la piedra obedecía muchos de sus golpes. "¿A ver lo que sale?" era la pregunta que se hacía continuamente. Y la piedra obedeció al hombre. "Yo vi que la fisonomía de lo que iba pensando me iba saliendo, Y claro, al princi­pio me salía mal. Rompía la pie­dra mucho, hasta que poquito a poco he ido dándole hasta que he llegado a conseguir manejarla. In­troducirme dentro de la piedra para sacar lo que quiero". Aquel logro fue un virus que contagió su ánimo de tal forma que se llegaba a los derribos y cualquier piedra de ciertas dimensiones se la lle­vaba para trabajarla. Les decía a los contratistas cuando veía una obra vieja: "Hombre, dame un es­caloncito". Después "cuadraba el escalón porque lleva un poquito de viaje, pero yo me cogía mi re­gla, lo cuadraba y con el punteo y el cincel, lo recortaba y de allí ya iba yo moldeando". Así se fue lle­nando de fuentes, centros, mace­teros y objetos decorativos. Mien­tras a los vecinos les crecían los rosales y las habas en sus terre­nos, el suyo se iba llenando de piedras y objetos esculpidos. Se daba cuenta de que aquello le gustaba. Sacaba placer hacién­dose obedecer por la piedra. "Ahora estoy enviciado totalmen­te". De tanto como le gusta sien­te no haber personas que tienen suerte en su vida, no por tener mucho dinero, sino por haber encontrado, aunque tarde, una actividad que les llena completamente, con la que se sienten plenamente identificados él y su hijo.

La sorpresa de este panadero­-picapedrero-escultor es que nun­ca ha estado en un taller, y si an­tes habla usado las piedras era de pequeño para tirárselas a los de la banda contraria, o a los perros abandonados. Sin saber dibujar, "a la escuela fui a aprender a leer y escribir y eso con faltas", no hace bocetos antes de empezar su trabajo. Esboza con un lápiz un rudimentario garabato sobre la piedra y comienza la tarea. "Me tiro seis o más horas sin descan­sar. Es como una fiebre". El dibu­jo se le pierde bien pronto, "me lo como, no me sirve para nada, apenas para cortar un poquito, porque al meterme a fondo en la piedra se me pierde". Es un trabajo de imaginación y realización simultáneas. Me cuenta que con­forme se aprende, la piedra es cada vez más dócil de trabajar, la piedra se va entregando al hom­bre, incluso de una forma más dúctil que el barro. El principio co­metía muchos errores, pero hoy no son difíciles de quitar "porque cuando falla algo, te vuelves a meter y sacas lo que deseas, pero un poquito más adentro o al lado, siempre hay un juego que la piedra te permite".

Le hago una pregunta en imá­genes que me capta a la perfección:

- ¿La piedra se hace pan en tus manos?

- Vamos a ver si me sé expli­car. La piedra no se hace pan en mis manos. Se hace lo que yo pienso hacer de ella.

Quiere decir esto, que me he metido dentro de ella para domi­nar. El golpe que yo le doy me fa­vorece para lo que quiero hacer. 

Igual que las pirámides 

Como las fiebres se contagian, Manuel Bermúdez, sin desearlo, transmitió su entrenamiento a su hijo, también llamado Manuel. Y le salió fino. El vástago con más tiempo y dedicación ?pues de­sea hacer oficio lo que hasta aho­ra ha sido aprendizaje? ha su­perado al padre en el dibujo y acabado de la obra. Ya no van a las obras viejas en busca de pie­dras abandonadas. Se llegan a la cantera, y ya cuadrada, se traen la pieza de las dimensiones deseadas.

Por si fuera poco su oficio de trotacalles y escultor, un día se compró un pedazo de monte, pa­sando el Instituto Álvarez Cubero. Y empezó un nuevo reto: hacerse una casa, sin tener idea, ni cono­cimientos, ni agua, ni luz, Ni licen­cia de contratista. Todas estas di­ficultades las fueron superando ?padre e hijo? y con horas y su­dores han ido construyendo una casa revestida de piedra. Para ello se sacaron primeramente la licencia de contratista, y lo que fue un nuevo sueño hoy es una rea­lidad visible.

Como de pan sólo no vive el hombre, (ni de piedra, pues no es digestiva) piensan exponer sus más de cincuenta piezas talladas a mano y la casa con su decora­ción pétrea para buscarse clien­tes y así convertirse en profesio­nales. Porque hasta ahora no han querido vender nada. Lo han deja­do todo para el día de la exposi­ción, puesto que su deseo es ex­poner para ver si tiene aceptación.

A la vez que va vendiendo el pan, sin recibir una explicación, han ido aprendiendo el duro oficio de escultores y decoradores y por ahora sólo desean sacar las ho­ras trabajadas y cubrir costos generales.

Sin máquina alguna, con un cin­cel, un martillo, mucha imagina­ción y sudoroso esfuerzo han sen­tado las bases de lo que puede ser una empresa importante para el futuro. Todas sus obras, tanto las esculturas como de la decora­ción y embellecimiento de la casa son de diseño único. "Sin saber cómo ni por qué, sin ser maestro de obras, espero dar a mi hijo un trabajo con el que nos sentimos identificados".

 





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