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07.03. ATÁNDOME LOS ZAPATOS. (Diario 2001)

 




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Personas - Prieguenses

"PLANTICA": LA VOZ DE UN CARRERO

José González, ejerció el oficio de carrero, hoy ya extinguido. Su afición más grande fue el cante flamenco, y dentro de él cantar saetas a los pasos procesionales de Priego.

© Enrique Alcalá Ortiz



A

 sus sesenta años José González Pareja, Plantica, está jubilado. Apenas anda, aunque todavía se maneja y se mueve, pero con difi­cultad. Sus desplazamien­tos los realiza en una pe­queña moto con la que acude cada noche al bar el Águila a pasar un rato de tertulia con los amigos. Una artrosis progresiva está doblándole las rodillas que le causa frecuentes dolo­res.

A pesar de esto, su fuerte estructura ósea y su piel clara le dan un aspecto jovial y si no fuera por el bastón con el que se acom­paña, su apariencia deno­taría unos lustros menos. El apodo lo heredó de su abuelo. "Mi abuelo que tenía una pequeña huerta y solía decir, a menudo, voy a poner unas planti­cas. Tras decirlo varias veces fue suficiente para que la gente lo nombrara como el de las plantitas. Y Plantica fue mi abuelo, Plantica fue mi padre, Plantica soy yo y Plantica son mis hijos". 

Carretero con su carro 

Desde pequeño ha tra­bajado fuerte. Como se trabajaba, cuando sólo se tienen las manos y las ganas, en un tiempo en el que se solía sudar de sol a sol y el suelo apenas daba para ir malviviendo. Pri­mero en los albañiles y después con una recua de borricos yendo al río a sa­car arena para las obras. "Mi padre también fue carrero. El tenía un carro con tres bestias grandes. Él lo vendió y yo eché un carro más chico". El primer porte que cobró fue de un poco más de un duro y por los últimos cobraba de seis­cientas a ochocientas pese­tas, "pues si lo cargabas todo vale más. Y si te ayu­daban a cargarlo vale me­nos". Después de la carga, se encamina hacia los arra­bales del pueblo para sol­tar el escombro. Y en el camino, a veces de varios kilómetros, muchas irrita­ciones con los mulos que se vuelven toscos y retorcidos y son faltos en obedecer. Y cuando la cosa está tran­quila, mucho tiempo para pensar y para cantar. Es famoso en el pueblo por su carácter jovial y desenvuel­to que se hacía querer. "Sí, he echado muchos piropos a las mozuelas, pero siem­pre con respeto y sin ofen­der".

A José nunca le robaron el carro. El percance más desgraciado le sucedió un domingo de la Columna cuando se metió con el carro en un barranco y se le vino el carro encima y un bidón de 200 litros le cogió deba­jo, "estuve a punto de mo­rir y un brazo me lo fasti­dié, bien fastidiado".

Sus primeros carros con grandísimas ruedas de radios de madera y llantas de hierro fueron haciéndo­se cada vez más reducidos y las ruedas se tornaron en cubiertas de goma para no dañar el piso de las calles. Sus principales clientes vivían en las estrechas callejas donde no era posi­ble el acceso de los peque­ños camiones. "El carro ya lo he quitado, ninguno de mis hijos ha querido conti­nuar con el negocio". 

El día que se quitó la mascarilla 

La saeta es más fuerte que él. No se puede aguan­tar. Hablando de la saeta, un hormigueo le recorre el cuerpo. Rompe la conver­sación y se pone a cantar. El éxtasis le sale por la boca. Ahora no hay imáge­nes, pero él las vive en su imaginación: 

Con sudor, frío y descalzo

va caminando Jesús;

las fuerzas le van faltando,

ya no puede con la cruz.

Cirineo le va ayudando. 

Después de cantarla, como no hay público él mismo grita: "¡Viva Nues­tro Padre Jesús Nazareno! ¡Viva!". Y muestra una sonrisa de satisfacción. Como final añade "Es mayor a mis fuerzas". La frase está de más, porque se le nota que no está inter­pretando, sino viviendo y disfrutando una emoción que manifiesta sanamen­te.

La afición le viene de muchos años atrás. Una Semana Santa estaba con su amigo Manolillo Ávila y le dijo: "Voy a parar a la Virgen de los Dolores". Al final la paré y me dijo: "Ya que la has parado, le can­tas". "Pero, hombre, Mano­lillo que yo no sé cantar". "Que sí, que ya que la has parado no se va a ir sin que le cantes". "Y salí cantan­do".

Desde aquel día José ha cantado en todas las Sema­nas Santas, "me quité la mascarilla y perdí la ver­güenza de cantar en públi­co". Sus saetas son ya una institución en esta solem­nidad. 

Un milagro que haría Jesús 

Este año pasado se en­contraba bien de la gar­ganta y le ha cantado a todos los pasos. Pero cada vez tiene menos voz. Re­cuerda especialmente lo que le sucedió hace dos años. "Tenía una gran faringitis y pasaban todos los santos y no podía cantar­les. Y no sé lo que me pasó que cuando bajé del Calva­rio le dije a mi mujer:

-¿Te vienes, que va a cantar en la calle Tucumán, Matas el jardinero?

-Yo, no ?me dijo mi mujer.

-Pues yo voy a ir a oírlo cantar.

Y al llegar al final de la calle Herrera me encontré con Jesús Nazareno que ba­jaba del Calvario y ya me entró a mi una cosa en el cuerpo que me dije, le voy a cantar, aunque sea una co­pla. Me llegué a la casa de Porras y le pregunté:

- ¿Puedo subir al bal­cón?

-Sí, hombre, sube, Plantica.

Me subí y subió mi chi­quillo conmigo. Iba ahogán­dome, porque iba corrien­do y ya estaba Jesús enci­ma. Y cuando me puse a cantarle a Jesús una saeta me salió enterica, enterica. Entera, cucha, que no me ahogaba siquiera. Sudé fuerte, y me dije para mí: esto es más raro. Y me puse a cantar otra. Las dos me salieron muy bien y fueron muy aplaudidas. Un mila­gro que haría Jesús Naza­reno, porque otra cosa no podía ser. Que no podía hablar que se me cortaba el habla. Estaba hablando y se me cortaba el habla. Y aquellas dos saetas me salieron enteras".

Generalmente canta tranquilo pero esta vez se emocionó tanto que salió llorando. "Llorando como si se me hubiera muerto mi madre". 

"Tengo que cantar a la fuerza" 

Hace unos años la Peña Flamenca "Fuente del Rey" organizó un concurso de saetas y quedó en tercer lugar. Le dieron un premio en metálico y tuvo que can­tar en el sitio que le indica­ron. Esta es la única vez que ha cobrado. "Yo canto porque me gusta y por de­voción. En cuanto baja Je­sús Nazareno y lo veo, es que se me salen las lágri­mas y tengo que cantar a la fuerza".

Me habla de Francisco Matas, Pedro Carrillo, Francisco Ariza y Castro como cantaores de saetas. Aunque me cuenta que cada vez son menos los que cantan y que hay muy po­cos jóvenes que se atrevan a cantar saetas. Recuerda, también, como antes el pú­blico decía vivas al termi­nar de cantar, pero que aho­ra hacen palmas. Una moda importada de Sevilla que entonces no se usaba aquí.

El dolor de su enferme­dad le ha hecho poeta. Ha creado una sola poesía en su vida. Una poesía que es una oración que va dirigi­da al que tantas veces se ha parado para escucharle. Su súplica no podía ser más que una saeta. Y se pone a cantar emocionado: 

A Jesús Nazareno

dos cosas le voy a pedir:

que me quite los dolores

para poder yo vivir. 

"Mientras pueda, todos los años cantaré saetas. Si me pongo que no puedo an­dar, que me suban a un balcón, aunque sea en bra­zos. Así cantaré hasta que me muera, si la faringitis no se me pone peor. El día que no pueda tiene que ser una pena para mí".

Y para nosotros también será una pena Plantica, que todos los años te escucha­mos a gusto.

 





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