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03.11. PÁRRAFOS CONSECUTIVOS

 




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MEMORIAS DESORDENADAS - Historia de la Huerta Palacio

16. RIBERA DE MOLINOS

Calle de famosos molinos aceiteros y hornos de pan cocer.



 

© Enrique Alcalá Ortiz

 

 

         Un nombre antiguo que el pueblo le dio por los innumerables molinos que llenaban la calle, y que a pesar del transcurso de varias centurias, para no desdecirse con su nombre, conservaba aún, y no como un museo, sino como febril actividad que se ha visto aminorada paradójicamente con el desarrollo industrial de estas décadas finales del siglo. Y así, a lo largo de su recorrido, nos encontrábamos los molinos de harina de Covaleda y los Ruices, un horno de pan, el molino de aceite de los Castillas y Palomeque, además de una nevería. El nombre estaba bien puesto a esta ribera del río que compite en fama con la calle Molinos, perpendicular a ella, pero que le ganaba en instalaciones industriales.

         Entre la calle San Luis y Ribera de Molinos, se encontraba una fábrica de harinas que ha estado funcionando hasta hace poco. Aunque su puerta principal daba a la calle San Luis, por la otra calle efectuaba la carga y descarga de trigo y después de harina. Era una industria pequeña que daba empleo a un número reducido de obreros y que surtía de harina a poco más de los hornos de pan de la comarca. Un hijo de los dueños también se escapó de la quema de los que se quedaron sin oportunidades por aquellos años y estudió Perito Aparejador. Actualmente, ejerce su profesión en Priego, después de haber estado trabajando muchos años fuera.

         Siguiendo su fachada, andamos por un callejón sin asfaltar, de piso de tierra apisonada por el peso humano y animal, que nos lleva en su corto trayecto a las carnicerías más antiguas que recuerdo. Estaban instaladas en los bajos de nuestras famosas Carnicerías, las monumentales, y era una nave no muy amplia donde se sacrificaban un número escaso de reses, suficientes para el bajo consumo de la época. En alguna ocasión, tuve el privilegio de ver cómo ataban una vaca a una especie de columna que sobresalía de la pared y en el sitio adecuado de la carótida le asestaban unas profundas puñaladas que hacían derribar al animal, para a continuación descuartizarlo en una vivisección de cirujano suspendido en el primer curso de carrera. Los matarifes, cubiertos de amplios delantales y altas botas de goma, limpiaban finalmente con agua el piso de cemento de estas primitivas instalaciones donde los únicos adelantos eran las bocinas de los contados coches y camiones jubilados de la guerra que renqueaban su esqueleto por La Cuesta, entre los vítores de sus hierros envejecidos.

          Uno de ellos era el de Nicolás Jiménez el Basto, como así rezaba la leyenda que tenía escrita en la puerta de su camión con el que realizaba viajes de cosario a Granada. El oficio le venía de herencia. En el mismo comienzo de la calle, tenía su almacén con unas puertas más grandes que las normales donde guardaba las mercancías objeto de su tráfico. Allí aparcaba el camión, y en los días que le tocaba el viaje, se le veía trajinar de un lado para otro hasta dejar bien colocados todos los paquetes y encargos que después llevaría de puerta a puerta. A mí me hizo un recado, cuando ya no era vecino de la Huerta Palacio. Me trajo un libro de texto de primer curso de la carrera de Magisterio, porque en Córdoba se había agotado y no se encontraba. Uno de sus hijos sigue la tradición familiar y hace recorrido de excursión, lo que para sus antepasados fue travesía de los Alpes, porque por fin han enderezado la carretera que nos separaba, más que nos unía a nuestra cercana ya, Alcalá la Real. Ya contaba este hecho Carlos Valverde López, con una gracia y salero especiales:

 

                            Para ir a Granada, donde un día

                   La carrera estudiaba de abogado,

                   Dos jornadas larguísimas tenía

                   Que hacer en burro (con perdón) montado;

                   La noche intermedia se dormía

                   (Otra vez con perdón) acurrucado

                   Sobre una enjalma, por lo cual, discurro

                   Que se viajaba entre estudiante y burro.

 

 





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