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10.01. ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ. (Curriculo vitae)

 




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PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Pedro Alcalá-Zamora Estremera. (1858-1912)

UN RATO DE CHARLA

Sobre Priego y prieguenses. Narra días de descanso pasados en la tranquila villa de Priego.

Por Pedro ALCALÁ-ZAMORA ESTREMERA



Para Mariano M. Alguacil y Ricardo de Montis 

                     Ocho días justos se cumplen hoy de mi salida de Córdoba.

                    ¡Vaya una salida! ?diréis, mis queridísimos compañeros.

                    ¡Yo también veraneo!

                    Y francamente, estoy como chiquillo pobre con zapatos nuevos, aunque en realidad casi no uso más calzado que las zapatillas.

                    Cuando, después de estrecharos sobre mi corazón ?lo mismo que si en competencia con S.A.R. el Duque de los Abruzzos partiera para un viaje al Polo- me dirigí a la estación central, mi alborozo era inmenso; pero lo amargaba la idea de vivir por espacio de unos días lejos de mi Córdoba, que es una necesidad de mi existencia, ni más ni menos que el oxígeno.

                    El caso no era para otra cosa, cuando se ha reflexionado acerca de la importancia que da al ciudadano una expedición veraniega.

                    Con mi equipaje bajo el brazo (un puñado de cuartillas, los Cantos de sin eco, de Anaya, y las Obras literarias, de Redel, libros que pienso leer durante mi veraneo) me reía para adentro, como sir Jorge, contemplando los mundos en torno mío y los mozos sudando el quilo para transportar de un furgón a otro aquellos almacenes de trapos.

                    -Tourista pero práctico- murmuraba yo- aludiendo a los dueños de los equipajes.

                    En fin, ya estoy aquí.

                    No puedo cantar las delicias del campo, porque al cordobés no le sorprende, y porque esto como resulta bien es en verso y no tengo la facundia métrica, rítmica o como sea, de Ricardo, ni siquiera el bosque virgen de hirsutos pinos que él lleva por cabellera, cosa que debe facilitar mucho la metrificación; pero si le envidio esto, Ricardo, en cambio, me envidiará la dicha de poder cantar en prosa, por personal conocimiento, los gratos efectos de la dulce vagancia.

                    ¡Qué hermoso es dejar que las ideas corran, tendido sobre la verde enjalma, que dijo Blasco, a la sombra de copudo nogal!

                    ¡Ni originales que leer, ni regente que pida líneas, ni visitas que amenicen el trabajo de redacción!

                    Por las noches, cuando sentado en el oscuro Paseo, en la oscura Fuente del Rey o en cualquiera otra oscuridad (1) me dedico a tomar el fresco, recuerdo a mi olímpico amigo Mariano, sudando bajo la luz de gas, y siento el deseo de un rato de charla, prosecución de aquel que interrumpió a dejarme sentado en un banco del Gran Capitán en su último palique...

                    Gozad, vosotros, de las amenas soirées del Teatro-circo; contemplando a la bella Ascensión Miralles, adorada por morenos y rubios; reíd a mandíbula batiente cada vez que el simpático Casimiro haga una de las suyas; disfrutad escuchando los melodiosos y dulces gorgoritos de la Grúa: yo, entre tanto, viviré en la holganza, recitando a menudo el famoso soneto de Bretón, y pasando la existencia entre bocado y ronquido, como cualquier animal doméstico que tiene conciencia de la dignidad de su ocio.

                    Esto me sugiere una idea, que no la expongo ahora porque no quiero hacer demasiado largo este ratito de charla, en consideración a los lectores del DIARIO; pero acaso otro día, si Pereza me lo permite, discurriré acerca de la dulce Ociosidad, cuando esclaviza al escritor. ¡Cómo despierta las ideas! Y, ¡qué cómodo resultaría un aparato que fuera grabándolas o estampándolas, gráficamente, a medida que se conciben!

                    ¡Ah! Os ruego que no le contéis a nadie que me he vuelto perezoso, tan pronto como me he encontrado ocioso por primera vez. Acaso la ociosidad no ha engendrado a la pereza y ésta es producto del estado del espíritu... Sueño, sueño, y en mis ensueños, surge, hija acaso de la poesía, que siento, aunque no la versifico, una figura de mujer, joven y bella, alta, esbelta, de rubia cabellera y rasgados ojos, cuyos fulgores me estremecen...

                    ¿Será la musa? ¿Me iré tornando poeta, ahora, que Ricardo no canta?           

                    Priego, día 4 de julio.

                    (1) Aquí, en cuanto anochece, todo está oscuro, aunque no huele a queso, incluso la administración municipal. La política de campanario ha descubierto el procedimiento de que no haya un céntimo más que para cosas inútiles.

(?Diario de Córdoba?, número 14491, 7 de julio de 1899).





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