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17.11. PEDRO ALCALÁ-ZAMORA ESTREMERA (1858-1912): UN PERIODISTA PRIEGUENSE EN JAÉN

 




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desde el 1 de mayo 2007
PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Pedro Alcalá-Zamora Estremera. (1858-1912)

MUJERES POLIZONTES

Sobre Priego y prieguenses. La entrada de la mujer en las profesiones hasta entonces resevadas a los hombres.

       Por Pedro ALCALÁ-ZAMORA ESTREMERA

A don Carlos Valverde                                                                             

                     En Le Petit Parisien encuentro cierta noticia, si no original, porque nihil novum sum sole (como decías con el filósofo, amigo Carlos, en tu salada epístola a propósito del modernismo) curiosa al menos, un poco extravagante y un mucho modernista, puesto que se sale de los trazados y trillados carriles de nuestras rancias costumbres.

                    A pesar de todo, la idea no es americana.

                    El nuevo mundo nos envía, en punto a rarezas, las más estupendas concepciones y las más flamantes originalidades; pero esta vez el Viejo Continente le bate el record.

                    Y perdona el barbarismo, en gracia a lo modernísimo del asunto; batir el record suena mejor, en el caso presente, que ganar por la mano, o hacer raya, como diríamos en castellano.

                    La novedad en cuestión ha nacido en la cuna de Carlos V, aunque más bien parece natural de Boston o de Chicago.

                    El jefe de policía de Gante, adelantándose a sus colegas de Yanquilandia, trabaja activamente en la redacción de un proyecto que someterá al Consejo de dicha ciudad. Este proyecto contiene, entre otras innovaciones, la importante, interesante y digna de elogio de abrir nuevos horizontes al bello sexo, empleando a las mujeres en el servicio policíaco. Añade el periódico que tal idea es la consecuencia del estudio que aquel  funcionario ha hecho de las grandes aptitudes con que el Supremo Hacedor le plugo dotar al sexo débil para los servicios burocráticos, y , por lo tanto, espera obtener resultados sorprendentes.

                    Las feministas flamencas están de enhorabuena. El digno jefe gantés les explana amplia vía, por la que pueden salir, tambor batiente, a hacer ruinosa competencia al otro sexo; y seguramente esta idea, que señala una nueva era en los fastos policíacos, tendrá imitadores, si, como es de presumir, el éxito corona el ensayo.

                    Mas como nunca llueve a gusto de todos, mala la habrán, en cambio, los Rinconetes flamencos. Tiemblen los modernos Candelas y Cartouches amenazados por los flamantes sabuesos, cuyo olfato, si la general esencia no yerra, es muy superior al de los actuales vigilantes que por acá velan y se consumen en aras de la seguridad pública.

                    Este servicio exige, amén de otras condiciones personales, astucia y habilidad en el fingimiento, en el arte de engañar; circunstancias que, al decir de las gentes observadores, concurren en la bella mitad del género humano, formando el sistema de defensa de su temible debilidad y constituyendo su fuerza en la lucha. Si a estas dotes agregamos el poder de fascinación que el sexo débil ejerce sobre el fuerte, la sutileza con que penetra en el ajeno sentir y escudriña y analiza, cuando se lo propone, los más recónditos repliegues del corazón y del cerebro, tendremos que reconocer que el Lecocq belga no va descaminado y que las mujeres polizontes resultarán instrumentos policíacos verdaderamente incomparables.

                    Verdad es que el proyecto del Comisario innovador señala como edad mínima para las futuras agentes de policía la de cuarenta años y como máxima la de cincuenta. No es menos cierto que en los aledaños del medio siglo, los encantos mulierbres no suelen subírseles a la cabeza a los hombres haciendo ventajosamente los oficios de rancio Jerez de buena cepa; las Ninon de Lenclos no se dan con frecuencia ni las dueñas quintañonas son las llamadas a encender el fuego sagrado ante el ara de Venus. Mas como compensación, llevan en su arsenal un arma terrible: la experiencia.

                    Además, una vez que el sistema se generalice, no será aventurado suponer que para encontrar reclutas disponibles y establecer la necesaria escuela preparatoria, la edad mínima se rebaje y la juventud animosa se lance a la defensa social. Y en este caso puede echarse a temblar la gente maleante; una joven, aunque no posea los encantos de Friné; más aún, precisamente cuando no los posee, siempre encuentra medio de coger en sus redes sencillas codornices y hasta expertos gorriones.

                    Nada: aplaudamos entusiastas al genial proyecto del comisario de Gante y hagamos votos fervientes porque pronto se traduzca en realidad y el ejemplo cunda.

                    El oficio no está rodeado, que digamos, de un nimbo de poesía; por el contrario, resulta un poco antipático, sobre todo, donde todavía no ha acabado de soltar el pelo calomardiano; y, efectos prácticos aparte, sería una fortuna que la gracia mujeril lo embelleciera con sus sonrisas.

                    De todos modos y dado por supuesto que los resultados han de ser más eficaces que los de hoy, por la astucia, etc., etc., la gente honrada estará de enhorabuena, y la maleante encontrará formidable enemigo.

                    Miel sobre hojuelas.

                    Pero los mismos transgresores de las leyes deben felicitarse.

                    Ante todo, el tipo del roten, de ese roten que sobrevive a las transformaciones bastoniles; el hombre del hongo monumental y fuera de concurso, de los bigotes cerdosos, del mirar hosco, importuno e inconveniente, y del rostro huraño e ininteligente, característico en la clase, desaparecerá de los lugares públicos, tornando al primitivo oficio; la hembra, con su cuidada indumentaria,  su mirar penetrante, su faz expresiva y su intuición peculiar, ocupará su puesto.

                    ¡Ahí es nada la metamorfosis!

                    En vez del brusco ¡eche V. pa adelante!, de las morrás  y demás detalles que esmaltan la detención callejera, el  trincado  se encontrará a la sombra casi sin darse cuenta, entre dos sonrisas y manejado por blancas manos.

                    La ful llevará un golpe de muerte... por lo menos hasta que el feminismo dé la absoluta a ese género de bribones, relegándolos a los quehaceres domésticos mientras que sus costillas, más o menos interinas o accidentales, les sustituyen en sus tareas latro-pseudo-policíacas.

                    Pura Isla de San Balandrán.

                    ¡Y no digamos nada cuando el prefecto de policía de entonces  (es de suponer que se usará una prefectura) lance sus legiones en pos del delincuente fugitivo, al descubrimiento del crimen misterioso!

                    ¡Qué derroche de ingenio, de arte, de sutilezas, de habilidad, de manejos para investigar, de seducción para arrancar secretos!

                    La vieja diplomacia, que en punto a marrullerías dejaba tamañito al más travieso y endiablado Maquiavelo, usó y abusó de las espías femeninas y nombres conserva en sus anales de damas que han realizado inverosímiles prodigios de indagación. Por eso dije al principio que la idea no era completamente original.

                    Por lo demás, desde el momento en que las oficinas de muchos estados han abierto sus puertas al bello sexo, no hay inconveniente en que los corchetes se conviertan en corchetas, mutatis mutamdem, con el andar del tiempo. Transformaciones más estupendas se ha verificado, según Darwin, trayendo, digan lo que quieran los panegiristas de esta pobre humanidad, menos ventajas que le que ha de procurar el proyecto de autos cuando se realice.    

                    La señora Duffant y la señorita Charnier ?muy señora mías, cuyos antecedentes lei hace tiempo en el Matin y en este instante no acuden a mi memoria- también han descubierto nuevos horizontes y plausible aplicación a sus aptitudes: ambas se han dedicado a ... ¿cómo escribiré el sustantivo? ¿Cocheras? No. Cocheros de punto.      

                    Cocheros hembras: naturalmente.

                    El día 20 de febrero inauguraron sus tareas de automedontes, en París, despertando curiosidad (no era para menos) y simpatías generales. Solamente los otros sifones, los del sexo feo, no se mostraron muy conformes con la novedad y saludaron con pullas más o  menos cocheriles a los... a las flamantes colegas.

                    Estas lucían en sus cabecitas el clásico sombrero charolado, distintivo de clase, y ceñían sus airosos bustos chaquetas azul marino adornadas con cintas.

                    Comprenderás, Carlos amigo, que esta novedad no es menos grata ni importante que la anteriormente mencionada.

                    Estos excelentes sujetos a quienes un fiacro, en Francia, y un simón, en España, legaran sus respectivos nombres de pila convirtiéndoles en comunes para designar a los aurigas de plaza, no suelen gozar de las mayores simpatías al brillar por la amabilidad y buenas formas.

                    Nadie piensa en los dolores reumáticos que generalmente amenizan la vejez de estos modestos servidores del público, en los rayos caniculares que los asan en verano, en los fríos invernales que los hielan, en la lluvia que los azota y en las mil y una penalidades de que son víctimas en el pescante, entre vaso de vino y piropo y piropo del transeúnte o del parroquiano; nada de esto se les estima como circunstancia atenuante y sólo se tiene en cuenta el desplante, el atropello, la marrullería... Cuando mozas barbianas se entronicen en el más alto puesto del peselero, la clase cambiará de aspecto y de reputación: y así como el malandrín se dejará prender a gustos por manos blancas, regodeándose quizá entre sus aprehensores, el tomar una manuela y contemplar, a tanto la hora, a la linda cochera (indudablemente el parroquiano la escogerá por el tipo, y no por el caballo o el vehículo, como hoy hacemos) será grato pasatiempo y hasta resultará agradable dejarse atropellar en determinadas ocasiones.

                    ¡Cuántos enamoramientos nacerán al contacto de los cordeles policíacos y de los fustazos cocheriles!

                    Medita sobre ello, querido Carlos, y te convencerás de que el modernismo tiene sus ventajas ¿Qué vamos a hacer con los policías y cocheros cesantes? Ya veremos. Por de pronto podrían dedicarse a ocupar las vacantes que dejaran sus sustitutas, en calidad de niñeros, ribeteadores, peinadores, etc. ¿No te parece? Y del mismo modo que antaño cantaron anónimos romanceros los hechos y aventuras de célebres bandidos, las gestas de los faldados polizontes y las de los automedontes femeninos las cantarán en su lenguaje estrafalario, que tú con mucho gracejo llamas lengua mechada, los glaucos rimadores.

                    Hay que romper los viejos moldes. A nuevos tiempos, nuevas costumbres. Todo se cambia, muda y trastrueca. Si los góticos castillos, las férreas armaduras y otras antiguallas merecían sonoras estrofas de endecasílabos, castizos romances y otras vulgaridades de la poética en complicidad con el léxico ramplón de nuestros Garcilasos y Ercillas; el feminismo invasor, que acaso no dará Gracos al mundo, los quinverenciados prerrafaelismos pictóricos y las sublimidades arquitectónicas que ríen de Fidias, de Praxíteles, de Sanzio, de Miguel Ángel y de todos los Parthenones habidos y por haber, necesitan almas de violeta que, mojando la pluma en extracto nenufárico, tracen renglones ideales repletos de novísimos vocablos y de extraordinario número de sílabas.

                    ¿Concibes las sublimidades wagnerianas expresadas por afónico organillo de ciego? Imposible. Ellas necesitan del vibrante metal combinado con cuantos instrumentos sonoros inventó el mundo de la música. Pues lo mismo acontece con los rumbos que la sociedad emprende: los antiguos medios son pobres, son el asmático organillo inepto para interpretar las Valquirias o los Nibelunjen y se impone la necesidad de lo nuevo, de lo grandioso, en la expresión. Dirás que Homero, Virgilio, Dante y otros infelices que escribieron renglones cortos no se salieron de madre; argüirás que Cervantes, Quevedo y tales prosadores, que dedicaron algunos ocios a trazar renglones largos, no sacaron de quicio el habla castellana. Flojo argumento. Si el bueno de don Francisco, redivivo, tuviera que redactar su Alguacil alguacilado, estando en ejercicio la proyectada policía femenina de Gante, veríase apuradísimo, echaría mano de su Callilatiniparia y aún la calificaría de pobre. Desengáñate: nuestro lenguaje es al modernista lo que el clavicordio al Pleyel o al Erard, lo que el fusil al máuser; pero vamos para viejos, tenemos apego a las cosas rancias, porque diciéndolo con Jorge Manrique:                   

                    ... a nuestro parecer

                    cualquiera tiempo pasado

                    fue mejor.                   

                    Y nos resistimos a las innovaciones, como el buen pueblo madrileño a las que Esquilache quería imponerles en nombre del progreso.

                    Yo voy entrando por las nuevas vías; desde ahora declaro que voto por las hembras polizontes y por los cocheros hembras.

                    En cuanto a otros modernismos, lo iré pensando.

                    En lo de la lengua mechada, voto contigo, porque algo hemos de conceder a la tradición.

(?Diario de Córdoba?, número 17201, 13 de marzo de 1907).





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