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RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Artículos varios

MUJERES DE PENITENTE

La llegada de la mujer como penitente a la Cofradía de los Dolores.

© Enrique Alcalá Ortiz 



                   La llegada de una mujer a ser Hermana Mayor de la Cofradía de los Dolores marca desde luego un hito importante en su devenir histórico. Está claro hoy día que las mujeres han dinamizado todas las cofradías y hermandades hasta un extremo impensable hace unas décadas. Pero no siempre esto ha sido así. Veamos. 

Las mujeres, en la Cofradía de los Dolores, han estado, según los estatutos, discriminadas hasta el año 1.988. Como quien dice, hasta hoy mismo. En ese año, a instancias de la Cofradía, la Vicaría General del Obispado de Córdoba firma un conforme para que la mujer, discriminada hasta entonces por razón de su sexo, pueda darse de alta como cofrade con todos los derechos y deberes. Pero para llegar a este día se habría de andar mucho camino. La dinámica de una sociedad renovadora se impondría, con la fuerza de los que llevan razón, a los cánones obsoletos y trasnochados. Esta segrega­ción anómala y medieval no era exclusiva de nuestra Cofradía, sino que era una norma general que incumbía a todas las asociaciones religiosas. La exclusión moruna que soportaba la mujer en el orden civil estaba implantada igualmente en las leyes eclesiásticas, en el orden social y en la convivencia ordinaria donde primaban los derechos del varón sobre la hembra. 

         Con la llegada de la democracia se iban a conseguir cambios estructurales de importancia en el asunto que nos ocupa. Una sociedad más culta, más liberal, más participativa, más abierta; en suma más justa, tendría que ir abriéndose camino, paso a paso, por los senderos de la igualdad. Empezaron a verse, en la mitad de la década de los setenta, debajo de las túnicas, formas que no eran de varón. Terminadas las procesiones, cuando el capirote, estorbaba para respirar y se colocaba bajo el brazo, se comprobaba que el penitente era una penitenta. Generalmente moza, una joven que desafiaba e imponía una moda hasta entonces no vista, porque no estaba permitida. De esta forma, hoy una y mañana otra, se fue haciendo práctica habitual que las mujeres, sin permitírselo la iglesia ni las normas, fueran poco a poco, invadiendo las filas de penitentes, que por fin dejaron de ser cosa de hombres. 

         Viendo lo que estaba pasando, en las asambleas anuales de cofrades, se quiere normalizar lo que ya era una práctica usual. Así en la Junta General de 1980 se produce, por primera vez, un pequeño debate en el que se puso en cuestión la salida de las mujeres en los desfiles procesionales. La respuesta fue contundente por parte de la Directiva. Se contestó con los estatutos de la Hermandad en la mano y en ellos se decía «que la mujer podría ser «Camarera» de la Virgen, pero «no» podría desfilar en las procesiones de la Hermandad...» El entrecomillado es el mismo que existe en las actas. El primer envite se perdió. 

         Cuatro años más tarde, y de nuevo en una asamblea, se pone el tema a debate. Esta vez parte de Antonio Serrano Serrano, recién nombrado Hermano Mayor, que hace referencia a la posibilidad de dar entrada a las mujeres y pide a la asamblea un voto de confianza para que la Junta Directiva estudie los pros y contras de esta innovación. Contesta el reverendo José Camacho Marfil y expone que el Derecho Canónico anterior no permitía que las mujeres salieran en las procesiones de penitencia, aunque desconocía si el Código recién renovado había hecho alguna modificación. De nuevo esta segunda oportunidad deja las cosas como estaban, aunque las mujeres, hemos dicho que salían cada vez en mayor número, tanto en esta Cofradía como en las restantes de Priego. 

         Lo que tenía que pasar llegaría finalmente. En febrero de 1988 se celebra una asamblea en los locales de la antigua comisaría de la policía en la Carrera de Álvarez. El Hermano Mayor, Francisco Se­rrano Pozo, pone el tema sobre la mesa. Y sorprendentemente muchos de los cofrades no están acuerdo y lo acusan de dar permiso a varias mujeres para que se vistan en las procesiones. Llegan a una votación y resulta que 24 votos estaban a favor de la entrada y 7 estaban en contra. La unanimidad faltó, es difícil cambiar costum­bres de toda la vida, pero en esta tercera vez, -a la tercera va la vencida- se obtuvo el triunfo. 

         Ellos dijeron sí, pero faltaba el refrendo del Obispado, sin el cual este cambio estatuario no tendría validez canónica. Se escribe una carta que firma el Hermano Mayor y da su visto bueno el consiliario, en la que le comunican el acuerdo tomado en la Junta Directiva y en Asamblea General «a fin de incorporar en los estatutos esta cláusula, si lo cree conveniente, dado que en todos los estamentos viene participando hoy activamente y así nos podamos quitar el mote de machistas con que nos tienen bautizados». A vuelta de correo se recibe el «conforme con la rectificación solicitada». Sucedía esto en el día de gracia del 17 de febrero del año 1988. Desde ese día, el tema de la segregación de la mujer era historia. En la Directiva que se forma en febrero de 1990 entran en su composición como miembros de pleno derecho tres mujeres: una como secretaria, otra como mayor­domo de cultos y otra como vocal.

         Aquí empieza otra etapa.

 





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