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MEMORIAS DESORDENADAS - Diario 2000

LOS MUERTOS DEL PALENQUE

Un cementerio del período musulmán en el Palenque de Priego

 

 



© Enrique Alcalá Ortiz

 

 

 

         Durante este mes, una de las frases más repetidas en el pueblo  ha sido, ?¿ No has visto los muertos del Palenque??. Qué nadie se lleve a engaño. No se trata de una nueva guerra civil, Dios nos libre; o de horrendos crímenes, donde gitanos de pobladas patillas y largas navajas hayan hecho de las suyas, ya pasó eso en los sesenta, o de accidentes de tráfico que suelen producirse frecuentemente, sobre todo a esos motoristas alocados, olvidadizos de las normas de circulación, no nada de eso. Los muertos son de moros. Pero no marroquíes que hoy los tenemos en todas partes de España. ¡Nooo!,  paisanos nuestros que vivieron en sus tierras que hoy son las nuestras, que vivieron y murieron en su villa, que hoy es nuestra ciudad. Que fueron enterrados de costado mirando a La Meca (hasta muertos nos han de decir como debemos ponernos), sin pensar jamás que un día hijos de aquellos cristianos del norte, profanarían sus tumbas, desenterrarían sus cuerpos desnudos (ya sin carne) y los expondrían a las miradas del público en la vía pública, donde impúdicas miradas (o casi) observarían sus púdicos huesos podridos (al menos muy desgastados) y esto a pesar de buenos dineros que se han gastado para poner alrededor del recinto, a modo de muralla china, un malla semitransparente y negra para que impedir la visión, pero que no ha conseguido su propósito, porque poco a poco, los ojeadores avispados fácilmente hicieron unos agujeros, a modo de mirillas, por los que podían observar todo lo que iba pasando en el recinto acotado. Con el tiempo los claros se hicieron más numerosos, prueba indicativa del ejército de mirones en los miradores circulares.

 

         Desde allí se podía observar todo lo que dentro pasaba. El asunto empezó con unas calas arqueológicas que se hicieron antes de empezar las obras proyectadas para construir en la plaza del Palenque una aparcamiento subterráneo, en el mismo sitio histórico donde se levantaron un día el ?Teatro Principal? y el célebre ?Pósito?, hoy restos orgullosos sólo en las fotografías. Casi a flor de piel, es decir, a ras del suelo, aparecieron los primeros esqueletos de un cementerio árabe de la Edad Media. Por ahora, casi dos docenas, con algún niño. Junto a ellos los cimientos del colegio construido durante la Segunda República (el primero de esas características que se hizo en Priego, hasta entonces todas las escuelas eran habitaciones alquiladas en casas particulares), y los pilares pétreos y la bodega del Pósito,  obra emblemática de siglo XVI, derribado para construir el citado grupo escolar, además de algunas obras antiguas de canalización de las aguas. Sobre este panorama, diariamente se ve la pala mecánica, raspando con cuidado, mientras el arqueólogo va señalando nuevos descubrimientos, y ayudantes del museo, que con sus brochas y pinceles, con cuidado y esmero, van quitando suciedades de siglos a huesos, hierros y cascotes de cerámica.

 

         Varios días he visitado el yacimiento para hacer fotos y para darle al arqueólogo Rafael Carmona algunas fotos antiguas del castillo y del Pósito para el preceptivo informe que tiene que redactar para el Ayuntamiento y la Delegación de Cultura. Por ahora no saben el destino que tendrán estos descubrimientos. Se piensa integrar parte de ellos en la nueva obra.

 

         En una de estas visitas me encontré con Pablo Artell Gómez, prieguense que ha vivido muchos años en Francia y que hoy disfruta de su jubilación en Priego. Aficionado tanto a la pintura como a la poesía, colabora en nuestra revista ?Adarve? y en otras de la comarca. Me contaba que hace tiempo presidía la Plaza del Palenque una imagen azteca, o de origen indio, traída de América y que por motivos religiosos a indicación de algunas mujeres pías (pero incultas), fue suprimida y destruida. Si es verdad la historia, es de escándalo. Por ahora no conozco prueba documental de tal suceso que de ser cierto debe existir.





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