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03.31. COMUNICACIONES Y CONFERENCIAS

 




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MEMORIAS DESORDENADAS - Historia de la Huerta Palacio

44. "LAS CASAS BARATAS"

Las llamadas "Casas Baratas" construidas a mitad del siglo que tan malos materiales que derrumbaron unos años más tarde.



© Enrique Alcalá Ortiz

 

  U

n buen día nos enteramos que el muro que ponía límite a nuestra calle con el huerto Rondel (en las actas Capitulares está denominado como Redondel, porque era una gran redonda) lo iban a tirar porque sus dueños, (Paulina Castilla, me parece), lo había vendido al Ayuntamiento, que lo destinaría para construir unas viviendas sociales. Cuando aparecieron los albañiles con los picos y las palas y empezaron a dar porrazos para derribar la pared, se desbordó el contento de una nueva luz, prisionero durante años en los corazones de todos los habitantes de la calle sin salida.

         Desde entonces, la nuestra ya era una calle normal. Hicieron unas profundas zanjas para la cimentación y la canalización, y como las construían a mano, pico y pala en movimiento, en esta faena se les fue mucho tiempo que, nosotros pajarillos a quienes le levantan la puerta de la jaula, aprovechamos para jugar sin descanso. Aquello parecía la línea Maginot de la Primera Guerra Mundial. Trincheras por todas partes en un sentido y en otro, y montones irregulares de tierra, sacados de los hoyos pero que bien podían haber sido formados por los bombardeos de la aviación aliada. Demasiado para nuestra imaginación, que se desbordó con tanto campo abierto. Allí jugamos a todo, a la píngola, al lápiz (pídola), a la pillá, a la escondida, a los ladrones, a las procesiones, a los platillos, al fútbol... 

         Hasta que fueron levantando las casas. Yo no entendía de construcción, pero en lo que estaba viendo me daba cuenta cabal de que aquello no era normal. Para unir las gruesas piedras, empleaban como argamasa un poco de yeso y la misma tierra que habían sacado de las zanjas. Después, para tapar semejante chapuza, revocaban todo con yeso, y aquello era, nunca mejor dicho, un gigante con los pies de barro. Las casas unifamiliares las adosaron por parejas, en total cuarenta viviendas con un comedorcito y tres pequeñas habitaciones, más un servicio con ducha. Esto sí que era un adelanto. Se empezaba ya a vislumbrar que el cuarto de baño ganaría la batalla a un pueblo que huía del agua cuando tan abundante la tenía. Además, estaban losadas, con los techos rasos, una pequeña pila y un diminuto porche en la entrada; sin embargo, las puertas eran demasiado pequeñas para mi gusto, porque si algo bueno poseían las casas antiguas eran las puertas grandes para que pudieran entrar las caballerías sin estrecheces, por ello cada patio tenía una segunda puerta independiente de la vivienda. Lo mejor que poseían aquellas residencias sociales eran los patios, hasta cien y más de doscientos metros cuadrados de patio tenían algunas de ellas. Los propietarios los usaban para sembrar sus cosechas de huerta y hacer incluso jardines. Como había espacio, hicieron unas calles anchas, con aceras como las de la calle Río. Nunca hasta ahora se ha hecho así porque los barrios que se construyen, los siguen diseñando como si fueran para caballerías cuando ya estamos invadidos de coches y demás vehículos pesados. Además, en el centro, habían dejado una amplia plaza, la Plazuela, que se sumaba a la planificación urbanizadora con una calidad insuperable de espacios abiertos. No saben cuánto disfrutamos la chiquillería aquellos conceptos, a pesar que tanta anchura de calles y plaza, y quizás por ello, nunca fue pavimentada y la tierra del huerto estuvo siempre en carne viva. Por la tierra, porque el pueblo es bueno, pero no tonto, le sacaron un nombre que le cuadraba: Las Casas Baratas. Baratas en su construcción y baratas en su precio y forma de pago que se había de efectuar en pequeños plazos durante varias décadas. Oficialmente, le dieron el nombre de Barriada de Jesús Nazareno. Para la entrega de las llaves a los afortunados propietarios, levantaron un tablado en la Plazuela y las autoridades municipales y provinciales echaron sus discursos encerando al Régimen para después ir llamando a los nuevos inquilinos a fin de hacerles entrega del título de propiedad hipotecada y de las brillantes llaves de las casas. Otro adelanto, porque las llaves normales tenían entre diez y veinte centímetros de largo y un peso de bola de cañón, y éstas de ahora, apenas eran como el dedo meñique y tan pesadas como un lápiz.

         En escasos años, las paredes se fueron derrumbando paulatinamente y los techos se hundían a pedazos, por lo que los vecinos tuvieron que ir arreglando lo que era nuevo. Con las lluvias, el barro de su estructura se hacía magma y las piedras perdían el equilibrio como si estuvieran sobre un trozo de hielo. Cuando ya los chapuces no fueron suficientes, tuvieron que dejar su vivienda y aquella llave brillante que le entregaron orgullosamente un día, aunque seguía con brillo, no servía para nada. Era tan simbólica como las que poseen los judíos sefarditas expulsados por los Reyes Católicos de sus casas de Toledo, Córdoba y Granada. El barrio se caía por su propio peso, y lo que empezó pareciéndose a la línea Maginot, al cabo de unos años era la Guernica bombardeada. Eso durante un tiempo, porque después tomó el aspecto de una villa romana cubierta de tierra y jaramagos. Cuando fue declarada en ruinas, todavía habitaban algunas viviendas unos pocos inquilinos, que con una tenacidad numantina no querían abandonar lo único que tenían. Fueron desalojados a la fuerza. Algunos entablaron pleitos aislados para conservar el derecho a su propiedad que perderían ante una Administración que no permitía más opinión que la suya. Fue un desastre calamitoso, los espacios, las calles amplias, la plaza, los patios con su huerta..., todo polvo y cenizas, mejor, piedras y barro hechos ruinas sin historia.

         A los que conservaban un derecho a la propiedad, le hicieron dos colmenas con veinte miniviviendas en cada una de ellas. Cuatro pisitos por planta, con cinco plantas, sin ascensor. Un ingenioso había descubierto que habiendo tanto aire por qué razón habían de construir sobre el suelo. Y hala, sin pisar el barro que ensucia el calzado, la gente para arriba, a vivir con los ángeles y taparse con las nubes, cuando lo nuestro es pisar la tierra y coger mariposas. Muchos antiguos vecinos, indignados, no pisaron esta humillación al espacio de sus ojos y el cuchitril de cielo ofrecido orilló su vergüenza de por vida. Eso sí, a los bloques les pusieron San Nicasio para que siguieran teniendo nombre religioso.





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