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Historia de Priego de Andalucía - Un lugar de descanso

5. EL TRISTE SINO DE UNOS SEPULTUREROS

Sueldos y anécdotas de estos empleados municipales

 



© Enrique Alcalá Ortiz 

  C

arlos Valverde sitúa muchas escenas de su costumbrista novela Gaspar de Montellano en el cementerio de Priego. El protagonista, al que pronto dan el apodo de Mazzantini, es una persona trastornada por la muerte de su padre. Muerte que había tenido lugar después de recibir éste un desgraciado golpe de su hijo en una discusión doméstica. Queriendo Gaspar expiar su culpa se dirige a Granada para emular a San Juan de Dios, pero a su paso por Priego, ayuda a un accidentado, y lo cuida en el hospital. Esto le hace acreedor de la amistad del Alcalde, que, en vista del rasgo, le ofrece su ayuda. Esta se ejerce unos días más tarde cuando Gaspar le pide un empleo. El Alcalde recuerda, en este momento, que desde la terrible epidemia de cólera que se produjo en el año 1885, los sepultureros, so pretexto de estar mal retribuidos, habían abandonado sus cargos, y la plaza, por tanto, estaba vacante[28]. Nuestro protagonista para hacer más intensa su penitencia, busca un hospedaje apropiado: el mismo cementerio. Dentro de la sacristía de la capilla, colgado en alto colocó el dulce lecho que consistía en? un ataúd. Cuando un amigo le preguntó el porqué de su actitud, que rozaba el más depurado masoquismo, él contestaba que esa era la cama que a todos nos esperaba y creía bueno irse acostumbrando.

         Tenemos ya dos situaciones diferentes: la de unos sepultureros que aban­donan el puesto y dejan vacante la plaza, ante la amenaza de epidemia; y la de un hombre que deseando expiar su culpa se hace sepulturero y duerme dentro de un ataúd. Y esto, porque entonces el oficio de sepulturero, a pesar de ser una obra de misericordia, era un oficio execrable y vil como el oficio del verdugo. Pero no son éstos los únicos casos anómalos en el comportamiento de los sepultureros. Se han de producir a lo largo de la historia del cargo muchas desviaciones de conducta en las personas que lo ejercían.

         Las obligaciones del sepulturero -causa de la perturbación de una persona equilibrada- están ampliamente recogidas en el reglamento del año 1869, en el que se dice que será obligación de los sepultureros conducir los cadáveres, ya amortajados, al depósito, sea cual sea el punto donde se establezcan, colocarlos en la caja, enterrarlos y cerrar las bóvedas sin hacer diferencia con los que tengan enterramiento propio. Exhumar los cadáveres cuando hayan de cambiar de localidad y los restos de los mismos para trasladarlos al osario. Conducir y enterrar los cadáveres hallados en cualquier paraje. Asistir al cementerio, con traje decente o uniforme, a todas las horas del día para cuidar de su aseo y mejoramiento, y abrir las sepulturas, que deberán hacerse a un metro de profundidad por lo menos[29].

         De entre todos los sepultureros, según el artículo veinte, se nombrará un sepulturero mayor o conserje con la dotación de seis reales, a cuyo cargo estará la vigilancia y aseo del cementerio, la custodia de alhajas y enseres del mismo y su capilla; mantendrá abiertas las puertas del cementerio durante el día; inspeccionará los trabajos de sus inferiores; llevará nota del nombre y apellido, naturaleza, calle y casa habitación, sitio que ocupa en el cementerio y derechos que haya pagado cada cadáver; cuidará que se conserven claras las numeraciones de las sepulturas, bovedillas, lápidas e inscripciones; presenciará el entierro de los cadáveres para que no se cometan profanaciones y despojos; y, cuidará de que existan bovedillas en bastante número para cubrir las atenciones que puedan ocurrir.

         Esta dedicación plena se veía complementada con el pluriempleo de algunos trabajos extras que venían a sumarse a su exiguo sueldo. Para evitar algunos abusos cometidos, el Ayuntamiento establece las siguientes tarifas que deberán cobrar: por el porte de una caja, dos reales; por vestir un cadáver de un párvulo, de día, seis reales; por vestirlo de noche, diez reales; igual canti­dad si el cadáver es de adulto y de día; si es por la noche la factura se eleva a dieciséis reales; la conducción de un cadáver por la noche importaba doce reales y velarlo, veinte.

         Habían pasado seis años desde la inauguración del cementerio, cuando su Alcalde, Narciso Arjona y López, comunica en una sesión que el conserje, es decir, el sepulturero mayor, era incorregible en sus abusos, tanto en relación a los demás sepultureros como en lo que concierne a la prohibición que se le tenía hecha de no sembrar en el cementerio otra cosa que flores de árboles propios de aquel lugar. Se le destituye de una forma fulminante[30]. Debemos tener en cuenta que los Alcaldes, en este período, nombraban y cesaban, a su gusto, a la mayoría de los empleados del Ayuntamiento, basados en la amistad y en el capillismo político, Se nombra a Antonio de la Rosa con el haber de cuatro reales diarios, reales del año 1874, pero dos meses más tarde, también es cesado éste.

         En el año 1888, después que los sepultureros llevan ejerciendo su oficio de una forma lenta, en una semihuelga de brazos caídos porque no cobraban, se acuerda que "con el fin de regularizar el abono de sus haberes a los empleados del cementerio, y que no ocurra el caso que ya en más de una ocasión ha tenido lugar, de demorarse más de lo regular, la conducción de los cadáveres para darles sepultura, por alegar el conserje que los sepultureros no estaban en sus puestos, porque no se les pagaba sus haberes y tenían que ausentarse para buscarse la vida. Que los fondos del cementerio, o sea sus rendimientos no se haga de ellos otra aplicación que el pago de los haberes de dichos empleados a no ser que exista un sobrante después de tener cubiertas estas atenciones"[31] .

         Otro caso extremo ocurre el año 1937, en plena guerra, cuando se acuerda instruir expediente al sepulturero por sus continuos escándalos y estado de embriaguez, después que había sido amonestado en varias ocasiones para ver si modificaba su conducta. Pero en vista de que las quejas continuaban se le apercibe formalmente y se le comunica, por escrito, el cumplimiento inexo­rable que tiene de respetar al conserje, como jefe superior, en todo aquello que le ordenare y sea justo; se le prohíbe formar escándalos en el cementerio, ni incluso en la vía pública, sobre todo durante el día; deberá presentarse al mediodía, cuando suba para almorzar, en la Depositaría, y por la tarde, cuando dé de mano, lo hará en la Jefatura de Policía, y se le prohíbe igual­mente, de una forma terminante la entrada en el cementerio a su esposa, así como también, la de ningún animal cabrío o de otra especie, sea éste propiedad del sepulturero, del conserje o de cualquier otra persona[32].

         Después de esto el sepulturero iría al bar a tomarse sus copas en un vaso que tenía especialmente guardado en la taberna, porque ningún parroquiano quería beber en el que él lo hacía, y de paso, oiría entre las misteriosas celosías de una reja, el piropo susurrado de una moza que decía que si en el mundo no hubiera más que sepultureros, ella se quedaría soltera. Más no se dio por enterado. Continuó su marcha, y cuando pisaba el escalón de la puerta de entrada a la taberna, se le vino a la memoria unos versos de Bécquer que había aprendido de pequeño:

 

"La piqueta al hombro,

el sepulturero

cantando entre dientes

se perdió a lo lejos?.

[28] Valverde, op. cit. pág. 70.

[29] Reglamento, etc., artículos 18 y 19.

[30] A.M.P.: Acta del 15 de abril de 1874.

[31] A.M.P.: Acta del 26 de mayo de 1888.

[32] A.M.P.: Acta del 21 de noviembre de 1937.





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