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12.022. ALMEDINILLA Y ALMEDINILLENSES EN LA PRENSA CORDOBESA. (1852-1952)

 




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Historia de Priego de Andalucía - El enrevesado proceso de la instalación del telégrafo

1. UNOS POSTES QUE SE PUDREN

Historia de la ineficacia de la gestión pública en el siglo XIX causa de nuestro retraso.



                                                                                                                               © Enrique Alcalá Ortiz

 

 

  L

  comunicación con nuestros semejantes, casi siempre, es a distancia. Generalmente guardamos con los otros un espacio más o menos dilatado que nos sirve de soporte para que se desarrolle el medio de comunicación más empleado: el acústico, realizado por medio de nuestra expresión oral, y el gesto expresivo y silencioso tan usado en nuestra tierra. Cuando aumenta la distancia o los destinatarios del mensaje, se han usado las señales ópticas, las colgaduras en fachadas y ventanas, disparos de cañones y cohetes y la escri­tura. Todavía como resto medieval de esta forma de transmisión del pensa­miento acústico, nos quedan las campanas de nuestras iglesias, las cuales han electrificado su movimiento en algunos casos, y aunque muchos toques han desaparecido aún repican y propagan su metálico timbre para llamar al culto o nos advierten de felicidades o desgracias.

         En Priego tenemos la suerte de conservar unos restos históricos de un medio de comunicación extinguido: los canutos. Cilindros de tosco, semejan periscopios que sirvieran de respiradero a un gigante subterráneo. Estas torretas o atalayas se extienden en un buen número, instaladas en las cimas de nuestro agreste paisaje, dominando la comarca muchos kilómetros a la redonda. Construidas por moros y cristianos allá por los siglos XIII y XIV, servían como puntos de vigía para observar al enemigo y comunicar la noticia al canuto más próximo.

         La instalación del telégrafo eléctrico en España corrió paralela a la construcción de los ferrocarriles, que eran los únicos que lo usaban al princi­pio, hasta el año 1855 que fue ampliado el servicio para la correspondencia privada. En Priego, si el proceso de instalación de la luz eléctrica duró once años, el del telégrafo logró duplicar esa cantidad: veintidós. Dilatado espacio de tiempo que demuestra la poca capacidad de ejecución de una época convulsa y revolucionaria. Treinta kilómetros de cable y unos seiscientos postes de madera eran muy poca cosa comparada con el servicio que darían al pueblo: el estar comunicado con el resto de España. El cambio sucesivo de gobiernos, la inestabilidad política consiguiente, y el repetido cambio de alcaldes fueron las causas de este atraso tan espaciado que sufrieron nuestros paisanos en la modernización de las comunicaciones. Telégrafo y teléfono se hicieron esperar demasiado tiempo. Nuestra orografía y nuestra lejanía de la capital ayudaron también a este retraso. Pero llegaron, como habían de llegar. No así otros adelantos que se nos quedaron a varias decenas de leguas, como, por ejemplo, el tren, los centros de medicina especializada y vías de comunicación que no fueran caminos de cabras.

 

 

Ineficacia decimonona

 

 

         La habitación de la ventana desde la que escribo este comentario recibe la luz de una calle que se llama Antonio de la Barrera. No sé en qué época le die­ron el nombre a la antigua calle Herreros. Siempre me pregunté quién sería el personaje de esta calle con cuya luz lleno mis pupilas gran parte del día. Más tarde me enteré que fue un alcalde. Poco a poco he llegado a tenerle aprecio y respeto a este hombre, y esto porque he ido conociendo algunas de sus obras y proyectos. Nos lo hemos encontrado en el capítulo Esas calles tan llenas de historia, como único alcalde que tiene una calle; apareció de nuevo en Luz por el sistema de electricidad, como el promotor de la instalación del petróleo para alumbrado público, salió igualmente en el capítulo Un lugar de descanso, siendo parte importante en la realización del cementerio, y por último es el primero que se preocupa de la instalación en el pueblo de un adelanto técnico revolucionario: el telégrafo. Parecía que otra revolución, "La Gloriosa", estaba dispuesta a recoger el reto del desarrollo industrial que brotaba en el siglo XIX.

         En efecto, en una calurosa tarde del verano de 1870 se lee una comunicación de la Dirección de Telégrafos en la que manifestaba los puntos donde se podían encontrar el material que se necesitaba para la construcción del ramal telegráfico de Cabra a Priego. (Desde hace muchos años, como vemos, Cabra ha sido nuestra segunda capital de provincia. De allí vendría el telégrafo; allí iban unos pocos prieguenses privilegiados a cursar la enseñanza media; allí, por su ferrocarril, se producía el tráfico de viajeros y mercancías prieguenses; allí se nos clavó en el alma el curso de verano de la Universidad de Córdoba; y, allí van nuestros enfermos a respirar el aire de sus huertas. Un día, Priego ten­drá, casi seguro una sola capital). Se acuerda comprar los postes que ofrecen en Ciudad Real a los precios siguientes: 500 de primera clase a 325 milésimas uno; 50 de segunda clase a 795; y los 40 de tercera clase a dos escudos 600 milésimas uno. Total 590 postes, que divididos por la distancia que hay entre las dos poblaciones nos da un poste cada 50 metros aproximadamente. De Valencia, se acordó traer los 30 kilómetros de alambre al precio de 8 escudos y 500 milésimas, dejando al cuidado del cuerpo de telégrafos la conducción hasta Cabra del alambre y aisladores cuyo gasto se pagaría cuando el citado cuerpo presentara la cuenta. Todo estaba preparado para que las gestiones realizadas fructificaran y consiguieran los objetivos propuestos. Mas el cambio de política había de desbaratar en octubre, siendo Alcalde don José Arriero Manjón, este primer intento, ya que en una nueva contestación a la Dirección de Telégrafos se le comunica que el alambre necesario se traerá del almacén de Andújar, luego que haya dinero para poder comprarlo. Frase sutil, que dejaba a nuestro pueblo convertido en una isleta solitaria y bastar­deaba al mismo tiempo su sentido verdadero: el telégrafo puede esperar.

         Los gobiernos iban pasando vertiginosamente con la rapidez que se renueva el agua en nuestra Fuente de la Pandueca y la ineficacia era un invitado que cohabitaba en matrimonio indisoluble con los gestores públicos. Cuatro años más tarde de las anteriores diligencias, estamos ya en los últimos meses de la primera República (1873-1874), parte de los postes, que dormían un sueño ho­rizontal amontonados en un almacén, estaban rotos e inservibles, los demás esperaban las manos callosas que los hincasen en el lugar para el que fueron adquiridos. En vista de lo cual el Alcalde accidental don José Luis Rubio y Tallón escribe al Gobernador Civil para que le facilite el alambre, y se acuerda que, en el caso que la gestión sea negativa, se proceda a la venta de los casi seiscientos postes en pública subasta. Después de efectuada ésta, la ilusión de un pueblo al ver como se retiraban los postes por particulares (postes que vis­tos de frente eran puntos y de perfil eran rayas) escribiría sobre el punto más alto de la Tiñosa el primer telegrama, usando como manipulador de un ficticio Morse, los ojos, y como electroimán su desconsolada rabia. Las pala­bras del texto son intraducibles, pero imaginadas por todos.

 





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