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12.097. NICETO ALCALA-ZAMORA (1877-1949). UN SUPERDOTADO DE PRIEGO DE CÓRDOBA

 




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Historia de Priego de Andalucía - Noticias de otros tiempos

30. REPORTAJES (3)

Impresiones de E. García Nielfa al ver la Fuente del Rey de Priego.

 



                                                                                                                           ©Enrique Alcalá Ortiz 

EL INTERMEDIO EN LA FUENTE DEL REY.- IMPRESIONES DE PRIEGO.- Se suele decir de Priego de Córdoba que recuerda a Granada. Así es y, más concretamente pues, se puede afirmar que su aspecto es alhambrino. Está en alto y una muralla lo envuelve.

         Espléndida vegetación cubre la falda de monte. Es como la Alhambra vista desde la plaza de San Nicolás, el magnífico mirador del Albaicín.

         En el torreón más elevado tremolaba al viento una bandera blanca, cual si este símbolo de paz fuese la enseña de Priego.

         Llegamos de noche y descendimos del automóvil en una extensa plaza, cuyo nombre desconocemos, así como el de las calles. No pretendimos averiguarlo, porque no interesaba a nuestro propósito.

         De contar nuestras impresiones, habríamos de hacerlo sin pretender una extremada exactitud descriptiva.

         Amigos de Córdoba que ya se encontraban en Priego nos indicaron el camino de la famosa Fuente del Rey, por una calle que empezaba a pocos pasos del lugar de nuestro encuentro.

         A la entrada de aquella había dos fuentes surtidores, adornadas con bombillas de tonos azules y sonrosados, como plantas líquidas que hubiera producido un florecimiento de luces y de colores. Sobre la puerta del primer edificio se destaca, en caracteres blancos, este letrero: Sierra Nevada. Confitería. La afición al dulce, muy de Granada, se acusa también aquí, con el recuerdo de los montes blancos, productores de agua riquísima.

         Es larga y hermosa la calle que conduce a la Fuente del Rey. Revela a un pueblo muy formado, muy hecho, de bien determinada y agradable personalidad. Todas las casas son bonitas, incluso las nuevas. La riqueza de los materiales, el lujo, -figura entre ellos el    mármol rojizo de vetas blancas- se ha empleado con exquisito arte. A la vez se ha tenido en cuenta el agua, los árboles y las plantas.

         Está proscrito el mal gusto. Priego demuestra saber que lo pretencioso y lo ridículo es peor que lo pobre y lo feo. La pobreza y la fealdad son, al menos, serias y, por tanto, respetables; lo otro, es risible.

         Los acostumbrados a correr mundo, preguntan a la entrada de este pueblo: ¿Qué hay que ver aquí? Huelga tal interrogación en Priego, pues la fama indica de antemano la Fuente del Rey, que es monumento al agua. No hay, que sepamos, otro en la ciudad, y con él tiene bastante para expresar su sentido de la vida del pueblo. Parece que este se ha dicho: Ninguna estatua a los hombres. Erijamos un monumento al agua, porque a ella se le debe todo. Si ambrosía, el licor de los dioses, es el agua de las nubes, la del manantial es la mejor bebida de los hombres.

         En el libro dedicado a Córdoba por el prestigioso catedrático don Antonio Jaén aprendemos que la Fuente del Rey fue hecha por un hijo ilustre de Priego: el escultor José Álvarez Cubero, vencedor de Canova en luchas de arte sostenidas en Italia. Ésta es seguramente su obra mejor, la legada a su pueblo. Ella se desenvuelve de modo genial en amplio recinto, limitado por la roca viva de los montes. Delante de éstos, se ha colocado una cortina de árboles frondosos, muy crecidos, cuya plenitud acusa a favor del pueblo la costumbre de respetar de antiguo la arboleda. Al fondo, en el último término de la composición, aflora el manantial, en una especie de tanque, de cuna más bien, que recoge el agua en su nacimiento. Surge a la vida bajo el patrocinio de una imagen pequeñita de la Virgen de la Salud. Su excelsa figura, iluminada por la devoción del pueblo, está en una hornacina abierta en la roca. A uno y a otro lado tiene el adorno de exvotos incontables, de promesas cumplidas. De esta suerte, casi en un panorama espiritual, las perdurables luces de los milagros circundan a la Estrella de la mañana.

         En suave palpitación, trémula, sensual, tensa el agua su presencia y pasa enseguida, para expresar la plenitud de su hermosura, a la fuente maravillosa. Es decir, que dos veces nace afortunada: en el manantial primero y en la creación de arte después, donde en triunfo se muestra.

         De tal modo ha utilizado el escultor los sonidos del agua, que la obra produce el efecto de una composición musical, cuyo pensamiento fuera este: el agua del manantial entra en el pueblo. Determina la fuente, el escalonamiento de cuatro tazas encadenadas. De mucha amplitud las centrales, son pequeñas las colocadas en los extremos.

         Apenas sale de su nacimiento, el agua rompe a cantar. Se desliza cual un susurro, como un rasgueo de guitarra, por la taza primera, para elevar el tono en la segunda. Aun es más intensa su canción en la siguiente y de esta pasa a la última por una gradería para producir el efecto de la catarata, cubierta de espumas, y de golpe, como sorprendida en su alborozo, parece gritar, gemir y enojarse, hasta que se rinde con resignada dulzura para soterrarse y entrar en el pueblo. Se la deja ver entonces pero, al pasar por las calles, se la sentirá bullir en el interior de las casas, como si toda la ciudad repitiera gozosa la música desarrollada en la Fuente del Rey.

         Múltiples caños, vierten a la vez su agua sobre las tazas. En la tercera de éstas hay varios surtidores bulliciosos, los cuales rodean la representación clásica del agua, un grupo memorable: Neptuno, la Sirena, los Delfines...

         No se ha producido, por tanto el estrépito del agua, sin la canción deliciosa, admirablemente desarrollado, como en una composición musical, por el arte de su genial escultor. Son cual instrumentos los caños y los surtidores, y las tazas parecen a su vez cajas de resonancia.

         El trazado de la fuente, por la suavidad de las líneas, ofrece la impresión de dos figuras de mujer que ocuparan con sus cuerpos las orillas de un lago, vueltas hacia el agua para mejor oírla cantar. El monumento al agua es centro de una composición a la que otros sonidos se incorporan y armonizan: la algarabía de los pájaros en los árboles, estremecidos a veces por el viento; el alegre murmullo de las mujeres y los niños que van a la Fuente del Rey. Esta es, por tanto, centro de una canción infinita.

         Puesto que hablamos de la obra de un escultor genial, recordemos que otros, asimismo cordobés ?Mateo Inurria- tuvo en cuenta el agua como uno de los principales motivos de su proyectado monumento a Cervantes, para representar con ella el idioma en el cual se hermanan veinte naciones. De haber sido Córdoba rica, hubiera levantado en su recinto aquel monumento admirable.

         La ciudad que es fuente de sabiduría hubiera proclamado de tal modo el origen cordobés de Cervantes. Es decir la revelación de que procedía del espíritu de Córdoba el verbo genial que impuso su glorioso nombre al idioma de las Españas y que por los siglos fluye de la mejor fuente de mundo, de su libro, cuyo original atribuye su autor -¡oh en todo asombroso talento de Cervantes!- al morisco Sidi .... Y esto quiere decir tanto como que el manantial de nuestro espíritu aflora en el alma de los moros. El genio español tiraba a su origen, porque sentía la canción de la fuente lejana, cordobesa y, por tanto, mora del buen tiempo, del Califato...

         E. García Nielfa. (1926).





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