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06.12. PERSONAS DE PRIEGO. (Tomo I)

 




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desde el 1 de mayo 2007
PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Carlos Valverde López

MÁS VALE MAÑA QUE FUERZA

Poesía festiva. Suegra y esposa dominan al marido, hasta que las cosas entran en razón.

 

Carlos Valverde López 



         En la ciudad de Jaén

vivía un señor Don Lesmes

más bueno que el pan y más

que el bíblico Job, paciente.

 

Tenía el tal por esposa

no una mujer, una especie

de viborilla con faldas

que usaba por nombre, Irene.

Si la mujer era víbora,

era la suegra serpiente

y no la llamo... (lagarto!)

por llamarse Nicomedes.

Le suegra y la esposa estaban

en lucha terrible siempre

con el yerno y el marido

que era mártir doblemente,

pues entre las dos le daban

al pobre cada julepe

que le ponían a punto

de que le echaran el «Réquiem».

 

En sentándose a la mesa

eran las grescas tan fuertes,

que sin comer le dejaban

y hasta sin beber, a veces,

por lo cual, haciendo un chiste,

decía aquel «in asperges»:

?Pues, señor, en esta casa

Nicomedes ni bebedes.

Pero Dios, que es tan piadoso,

quiso que en aquel albergue

de los diablos, hubiera

un ángel, y el ángel este

era la gentil Emilia,

hija del señor don Lesmes

y de su esposa, una joven

divina, de rechupete,

con unos ojos de fuego

en una cara de nieve.

 

Creció la chiquilla en años,

y cuando llegó a los veinte,

a falta de vocación

y gana para meterse

en cualquier convento, era

de rigor que se metiese

en el santo matrimonio

como todas las mujeres.

Pensaba en esto unánimes,

¡oh fortuna!. así don Lesmes

como su suegra y su cónyuge

y si es la muchacha?, puede

que también tuviera ganas,

aunque a nadie lo dijese,

porque en esta vida hay

silencios muy elocuentes.

Pero lo más peregrino

del caso, no es que contestes

se hallaran en este punto

tan distintos caracteres,

sino que hubiera un acuerdo

más que unánime solemne

sobre las íntimas dotes

o condición preferente

que había de tener el novio.

 

El que casarse quisiere

con la niña, había de ser

el mancebo más valiente,

más atrevido, más rudo

y más feroz y más terne

que existiera desde Cádiz

al cabo de Finisterre.

Nada de joven almíbar

ni de pollito merengue,

allí se quería..., ¡un hombre!,

pero capaz de comerse,

no digo los niños crudos,

¡los viejos en escabeche!

Tomado el acuerdo, diósele

publicidad conveniente

insertando en los periódicos

un anuncio como este:

«Pacto de familia: sépase

que una casa rica, fuerte,

ofrece la blanca mano

de Emilia Cordero y Sierpes,

con dos millones de dote,

al que mayor prueba diere

de valor, de fortaleza,

y de osadía y de temple:

cuanto más bruto, mejor,

pues eso es lo que se quiere.

Jaén; calle de Don Lope

de Sosa, número veinte»

 

Las razones que existían

para que todos quisiesen

que el novio de Emilio fuera

tan salvaje se comprenden:

doña Irene la feróstica

y su madre Nicomedes,

porque como ya tenían

entregado al buen D. Lesmes

y no quedaba en la casa

un hombre con quien romperse

la cabeza, en su deseo

de seguir la gresca siempre,

buscaban un enemigo

digno de ellas, que mordiese,

y éste había de ser el novio.

 

El pobretico D. Lesmes

por ver si entraban en casa

unos calzones que fuesen

mejor puestos que los suyos,

y a su suegra y a la Irene

les rompían las costillas

o les saltaban los dientes.

Y Emilia, porque sabiendo

que si tomaba un pelele

por esposo, quedaría

viuda prematuramente,

deseaba que su futuro

fuera temerario, fuerte,

capaz de imponerse a «tutti

cuanti» poniendo en un brete

a su madre y a su abuela

y a todo bicho viviente.

 

Conforme, pues, la familia

en este punto, y habiéndose

publicado en los periódicos

el suelto correspondiente,

era de esperar que pronto

los aspirantes viniesen

en demanda de la chica

y al mismo tiempo del «récipe».

¡Y tan pronto como vino

 el primero de la serie!

No bien publicado el suelto,

anunciaron a D. Lesmes

que un gran señor, o «señor

grande» deseaba verle.

 

?Qué pase enseguida? dijo,

y en tanto constituyéronse

todos los de la familia

como en tribunal solemne,

para juzgar de los dotes

que tuviera el pretendiente.

Compareció el susodicho;
era más que hombre un buey

por sus atléticas formas

y su rudo continente.

 

?Vengo?dijo?por la niña

que quieren casar ustedes.

?Enhorabuena, aquí está-

­le contestó el buen D. Lesmes,

?pero, ante todo, sepamos

los méritos que usted tiene.

?¿Mis méritos? Allá van?

y habló del modo siguiente.

?Yo me llamo Rudesindo

Quintañón y Mazafuerte,

soy natural de Buitrago

y un buey me trago muy terne,

peso dieciséis arrobas

por no decir diecisiete,

y llegaré a dieciocho

en la bellota que viene.

No hay fuerzas que me resistan,

ni pulso que yo no vuelque,

ni caballo que no dome

ni toro que no sujete;

a bruto no hay quien me gane,

y en lo que toca a valiente

D. Juan Tenorio seria

mi Ciutti si reviviese.

Yo no gasto armas de fuego

ni navajas de Albacete

me basta con estos puños,

pero aquel a quien le estreche

la nuez, tengo por seguro

que en Toribio se convierte.

 

(Oyendo tales bravatas

relamía D. Lesmes

como diciendo: «este tío

es el que a mí me conviene,

porque me deja sin suegra

y hasta viudo en dos meses»).

 

Y seguía D. Rudesindo

Quintañón y Mazafuerte:

 ?¿Hombrecitos a mí? Micos

los más bravos me parecen;

y si no ¡que vengan hombres!

¡que vengan!?mas doña Irene

atajándole, replica:

?Muy bien; ¿y con las mujeres?,

¿qué hace Vd? ¿cómo las trata?

¿qué concepto le merecen?

?¡Oh, mi señora!?responde

D. Rudesindo?tan fuerte

como yo soy con los hombres

soy con las mujeres, débil.

«Con las damas no hay peleas»;

este fue mi lema siempre.

-Pues señor D. Rudesindo

Quintañón y Mazafuerte-

(dice D. Lesmes)? lo siento,

pero usted no me conviene.

?¿Por qué??. Tengo mis razones

que no he de explicarle y.. puede

marcharse usted cuanto guste.

?Mas...¿he molestado??déjese

de circunloquios y...?¡Basta!

-Adiós, a los pies de ustedes.

-Pues señor, ¡valiente timo

iba a darnos el tío ese?

dijo viéndole salir

la señora Nicomedes;

?Si es más cobarde que tú,

mi queridísimo Lesmes.

?¿Yo cobarde??¡Punto en bocal,

 si no quieres que te tiente...

 

?Vamos, abuela, mamá?

interrumpió Emilia;?dejen

a papá que es un bendito

y que con nadie se mete

(En esto asomó el criado

anunciando que un teniente

coronel, pedía audiencia!

?¡Un militar! ¡todo un jefe!?

exclamaron al unísono

las cuatro voces: ?¡Qué entre!

 

Apareció de uniforme

el segundo pretendiente

luciendo bastantes cruces

y marcando el sonsonete

de sus espuelas, lo mismo

que si fueran cascabeles.

Entró, como por su casa,

fumando y calado el kepis,

avanzó sin saludar,

sentase resueltamente

cruzó un muslo sobre otro

y así dijo el muy zoquete:

 

?Me llamo Don Valentín

Valentiniano Valiente,

y mi nombre y apellidos

ya podrán decir a ustedes

que el Cid Campeador sería

a mí lado un mequetrefe.

Como no habrá en toda España

quien más títulos ostente

para aspirar a la mano

de Emilia Cordero y Sierpes,

yo, D. Valentín., etcétera,

vengo por ella. ‑Corriente-

responde el padre ?mas antes

es menester que usted pruebe...

?¿Qué ha de probar? ?Esa fama

que tiene usted de valiente.

 

?¿No lo dice mí uniforme?

Estas insignias que penden

de mi pecho ¿no lo dicen?

Yo me he batido cien veces;

yo hice toda la campaña

de Cuba, yo puesto al frente

de un escuadrón de lanceros

ataqué a diez mil rebeldes

que había en Cácara-jícara

y solo quedaron siete.

Yo fui después a Manila,

y en los tagalos de allende

produje gran mortandad

al golpe de mi machete.

¡Zis- zas!, corto una cabeza,

¡zis-zas! atravieso un vientre,

¡zis-zas! descoyunto un brazo

¡zis-zas!.. (Doña Nicomedes

suelta de pronto la risa

oyendo tales sandeces,

no tan solo por oírlas,

sino por probar el temple

del teniente coronel

con respecto a las mujeres).

 

?¿Qué es eso? ¿Vd. se me burla?

¿Qué es eso? ¿Vd. no me cree??

Dice el militar. ?Señor?­

prorrumpe cínicamente

la suegra?¡usted es un cursi!

 

?¿Yo cursi?, ¿yo cursi?... Déle

señora, gracias a Dios

por vestir faldas; si fuese

usted un hombre... ¡zis- zas!

pero yo con las mujeres...

?Pues señor D. Valentín

Valentiniano Valiente?

dice D. Lesmes?lo siento,

pero usted no me conviene.

?Ni Vd. me conviene a mí?

prorrumpe irritado el jefe

?Ni la niña, ni la madre

ni nadie de su progenie.

 

?Pues por la puerta...?Ya sé,

se va a la calle. ¡Qué gente!

Y sin saludar siquiera

se alzó colérico y fuese.

 

?Vamos, que tú no te casas

Emilia -dijo D. Lesmes

cuando salió el militar, ?

porque ningún pretendiente

las condiciones reúne

de valor, con las mujeres,

que son las que dan al hombre

el titulo de valiente.

?¡Yerno! -replica la suegra

calla, porque me parece

que te chungueas un poquito,

y como tú te chunguees

te doy un «tute»... (El criado

en este instante aparece

y anuncia nueva visita).

?Qué pase?dijo D. Lesmes.

 

Apareció un hombrecillo

de pocas chichas, imberbe,

con trazos de sacristán

y alientos de mequetrefe.

 

?Buenas tardes?dijo entrando ?

-Muy buenas; ¿qué se le ofrece?-

-Preguntó el padre de Emilio.

?Vengo a presentarme a ustedes

porque yo aspiro a lo mano

de lo niña. ?¿Usted pretende?...

?Justo, casarme con ella

si la muchacha me quiere.

 

?Me parece usted muy poco...

Interrumpió doña frene.

 

?Muy poco ¿qué??Poco hombre.

?¿Quiere usted que se lo pruebe?

 ?¡Un cuerno! ¡Usted se propasa!

-gritó alarmado D. Lesmes.

 

?Pues claro, si a propasarme

vengo yo precisamente

?Hombre; ¿tan bravo es usted?

-dijo doña Nicomedes

puesta en jarras ?, más que un tigre.

 

?Pruébelo usted ?¿Qué lo pruebe?

(¡Plim!, ¡plam! Y le dio dos tortas

con honores de mollete

que le puso los corrillos

al rojo resplandeciente).

 

?¡Infame! ¡pillo! ¡canalla!,

- rugió colérica, Irene.

?¿Así le pega a mi madre?

?Y a Vd. también. ¡Plim!, ¡plam! ?Cese

usted en la probatura-

dijo a este punto D. Lesmes

?que ha logrado usted, amigo,

la credencial de valiente.

 

-Señor D.., ¿cómo es su nombre?

?Félix. ?Pues señor don Félix,

suya es la niña. ?¡Papá!...

?No hay papá que valga: déle

usted la mano de esposo

que la ganó en buena ley.

?¿Qué hago, mamá?, ¿qué hago abuela?

?Acepta.,.?A regañadientes

contestaron ya sumisas

y humilladas las mujeres.

 

Diéronse entrambos las manos,

casáronse muy en breve,

se convirtió aquella casa

en una balsa de aceite,

y... aquí termina este cuento

con la máxima siguiente:

«Muy fuerte será la fuerza,

pero la maña ¡es más fuerte!

 

 





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