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Historia de Priego de Andalucía - Carnavales en Priego

08. BAILES Y SERPENTINAS

Carnavales de Madrid, contados por Pedro Alcalá-Zamora Estremera.



 

© Enrique Alcalá Ortiz

  

         En el mismo estilo, aunque mezclando algunas anécdotas divertidas, se encuentra el publicado en 1903, escrito desde Madrid y publicado como todos los anteriores en el Diario de Córdoba. ?EL CARNAVAL.- (...)[1]

                    ¡Un horror, sí!, sería espeluznante ver lo que sólo de nombre conocemos: ¡la verdad desnuda! Esto no quiere decir que todos los hombres sean rematadamente malos y que vayan de máscara siempre; nada de eso. Tampoco en carnestolendas nos enmascaramos todos, y sin embargo, hay muchas máscaras.

                    A veces, detrás de una feísima careta de cartón sonríe una boca tentadora y una linda carita blanca o trigueña contrasta rudamente con el artificio que la oculta. ¿No te ocurrió nunca, lector, suponer singulares atractivos bajo los encajes de un dominó, presentir una faz de ángel oculta por la mascarilla de raso..., y encontrar luego, bajo la seda los encajes, al deshacerse el encanto, una morenita pupilera cincuentona?

                    Pues algo así ocurre en la perenne farsa social; con la diferencia que la cincuentona apergaminada no te irrogaría más perjuicio que el consiguiente a tu prodigalidad en el restaurant y la mascarada sempiterna suele traer cola.

                    Como la que le pintan al demonio, que por algo se la pintan.

                    Es verdad que el Carnaval también va seguido de ese apéndice.

                    Los bailes de La magnolia sensible y La tórtola electoral (antes era alegre, pero al período en que estamos ha impuesto el adjetivo actualidad) y los de los teatros, dejan huellas: el vino deglutido o despeñado, agitado, como ciertas pócimas, al sugestivo compás de un chotis o de un vals achulapado, con mucha ondulación de caderas y poco movimiento de pies, puede determinar catástrofes.

                    Las serpentinas, culta diversión mientras las emplean como tales, cuando hacen oficio de proyectiles son peligrosas.

                    Las bromas están en el mismo caso, y propenden a terminar como el famoso rosario de la Aurora...

                    Bromas, valses y serpentinas dejan huella; vayan si la dejan.

                    Carlitos Balancín, mi simpático vecino, se divirtió muchísimo el año pasado bailando en todos los teatros de la villa y corte, tirando serpentinas y cenando con las más lindas mascaritas; pues bien, al pobre se le ha quedado el pescuezo torcido, está medio derrengado, su esbelta figura parece hoy la de un loro disecado y no cesa de darse massage y beber agua de Porqueriza. ¿El origen de tal desastre? Trescientas pesetas que le facilitó un matatías, haciéndole firmar un pagaré de mil con la garantía de dos amigos.

                    Carlitos se divirtió tanto que faltó a la oficina, y como era uno de los que trabajaban le dejaron cesante.

                    Naturalmente, no pudo pagar; el prestamista le cobró a los amigos, y éstos, indignados, después de llamarle estafador, le propinaron una paliza en relación con las mil del ala.

                    Pero Carlitos está dispuesto a divertirse. Se disfrazará de Hernán Cortés como el señor Serapio de Los Cocineros y bajo la férrea armadura logrará dos cosas; ocultar la ridícula tortícolis y garantizar los huesos contra una agresión brutal de los amigos de marras o un coscorrón casual, hijo de celos mal reprimidos.

                    La turbamulta policroma invade el paseo; un guirigay ensordecedor de voces de falsete llega a mis oídos; rondallas y estudiantinas cruzan por la calle al alegre son de un pasodoble...

                    Tanto ruido ahoga el rumor de los clásicos cascabeles.

                    Momo salta de júbilo, indica con la mano a la muchedumbre y lanza una carcajada.

                    Voy a divertirme[2].



[1] Le encuadernación impide la lectura completa del artículo.

[2] ALCALÁ-ZAMORA ESTREMERA, Pedro: El Carnaval. ?Diario de Córdoba?, número 15769, del 22 de febrero de 1903.

 





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