© Enrique Alcalá Ortiz

         Si bien el corresponsal, prometió hablarnos en otra crónica de los siguientes días del Carnaval y del domingo de Piñata, no hemos encontrado otra noticia de los tiempos románticos de Alfonso XII.

La siguiente corresponde al final del siglo cuando María Cristina ejercía la regencia, esperando que su hijo, Alfonso XIII, se madurara un poco para que pudiera asumir la Corona.

         En este caso, Ontiveros, no habla tanto de la belleza de las mujeres, haciéndonos una breve pero enjundiosa descripción del Carnaval en la calle, sobre todo en la Carrera de las Monjas, donde se concentraba la bullanga de máscaras, con sus canciones, chistes y piropos, mientras la banda de música tocaba su mejor repertorio y los balcones estaban atestados de mujeres que no querían perderse tan singular algarabía. En vez de baile, en el Teatro Principal, se representaba una obra: ?El día de anteayer fue digno precursor de la hermosa primavera, porque el sol, queriendo, sin duda, contribuir por su parte a celebrar el epílogo del Carnaval, mostrósenos despojado del espeso antifaz de oscuras nubes que lo ocultaron en estos últimos días, y nos mandó con toda su magnífica esplendidez torrentes de luz.

                    Nada tan poético como el cielo y el suelo de Andalucía en esta época del año y en días como el de anteayer.

                    Así es que desde temprano empezó a notarse la animación propia de un día de Carnaval en poblaciones de alguna importancia y bien pronto se vieron por las calles infinidad de máscaras luciendo trajes caprichosos unas, alborotando otras con algazara infernal y pasando todas como arrastradas por un torbellino irresistible o como movidas por una locura sin límites.

                    Verdadero derroche de serpentinas que como vistosos meteoros cruzaban el espacio en todas direcciones; frases satíricas, picantes, que iban a clavarse en algún corazón como dardo envenenado; chistes a media voz de esos que sólo se oyen en Andalucía; baile público durante la tarde en la hermosa calle Prim, en donde la banda municipal tocaba las mejores piezas de su repertorio, mientras que los balcones apenas podían contener a tantas y tan hermosas mujeres, y por último, a la hora de costumbre, una buena función en el teatro.

                    Después..., después cansancio en el cuerpo y hastío en el alma.

                    El cuerpo recobrará las perdidas fuerzas; pero el alma ¡ay! el alma sólo podrá conservar como hojas secas las deshechas ilusiones o las esperanzas que concibió y que no se realizaron.

                    Así nos lo hacer ver una amarga experiencia a cuantos pasamos de los treinta y tres y vemos nuestro cabello poco a poco convertirse en nieve que los años y los desengaños van amontonando sobre nuestra cabeza...

                    Ésta ha sido la despedida que por aquí hemos dado al Carnaval[1]?.

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