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RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Artículos varios

ASPECTOS GENERALES DE MOVIMIENTO COFRADIERO

Resumen del proceso histórico de la aparición de las primeras cofradías y hermandades hasta la época actual.

 

Enrique Alcalá Ortiz



 

 

   D

urante casi un siglo, (1589-1680), los habitantes de la Península Ibérica padecieron el azote terrible de varias epidemias de peste. La primera se produjo durante el período 1589-1592. Barrió la península de norte a sur, desde el Cantábrico a Andalucía. La segunda, 1647-1652, penetra por  el Levante, concretamente por Valencia, extendiéndose por toda España y según Domínguez Ortiz ?fue la mayor catástrofe que se abatió sobre España en tiempos modernos?. A los cordobeses nos tocó el número de 13.780 muertos. La tercera, 1676-1684, entró por Cartagena y Murcia. Priego llegó a tener 450 enfermos en su hospital a finales de 1680. Murieron 346 prieguenses en esta última plaga.

            Estas oleadas de calamidades, junto con las sequías, producían en el pueblo un sentimiento de culpabilidad, acorde con la mentalidad de la época, al  que había que redimir realizando cultos diversos, misas, procesiones y novenas para conseguir el perdón de los pecados. Todos estos cultos fueron incentivados por los numerosos clérigos entonces existentes, a los que se sumaban las diferentes órdenes religiosas establecidas en la localidad. Ante panorama tan desolador, donde ser pobre era la norma, y por lo tanto desprovisto de los suficientes medios para aliviarse en caso de grave enfermedad o, ya muerto, para que sus familiares pudieran hacerle un buen entierro, pródigo en novenas y misas, aparecieron un buen número de hermandades de rogativa con  objetivos claros. Por una parte, pedir perdón por los pecados cometidos, calmar al buen Dios, ayudar a los hermanos enfermos, hacerle un entierro en consonancia con la mentalidad de la época y, por otra,  hacer que le rezasen muchas misas para condonar las penas de sus pecados.

            En un período de ciento quince años largos que va desde 1591 hasta 1707, se fundan las cofradías, un total de catorce cofradías y hermandades, que suelen aparecer después de cada período pestilente.      

            En primer lugar marcha en solitario la cofradía de la Santísima Vera Cruz que por aparecer en 1550 se aparta del círculo de muerte dentro del cual se va a enmarcar la aparición de todas las demás y probablemente también estará fuera del círculo la hermandad de la Virgen de la Cabeza.

            Inmediatamente después de la primera epidemia, se funda la cofradía de las Ánimas y del Nazareno (1593) con sede en el convento de San Francisco a la que sigue la de la Soledad (1594) como réplica de los otros franciscanos descalzos con sede en San Pedro. Varias décadas más tarde, y todavía antes de aparecer de nuevo el azote pestilente se crean las cofradías de Nuestra Señora de la Consolación (1631) y la Hermandad de la Caridad (1632) con nombres muy expresivos, acordes con las desgracias que se sufren.

            Dieciocho años después de la segunda epidemia se funda la  hermandad de las Angustias (1670) a la que dos años más tarde sigue la del Nazareno (1672) y la de la Columna (1673), estás dos últimas con sede y titulares donde ya existían sendas cofradías por lo que sus objetivos y características tendrían que ser muy diferentes a las de sus homólogas ya existentes. La misma característica de estas dos últimas tiene la hermandad de la Soledad (1684) erigida en el mismo año de la terminación de la tercera epidemia. Ya repuestos del azote y desolación que se creó con la extinción de la última epidemia en la que murieron tres centenares y medio de prieguenses aparecen en el mismo año 1689 tres hermandades: la de los Dolores y Benditas Ánimas del Purgatorio --con sede en la desaparecida iglesia de Santiago- y la del Buen Suceso con sede en el convento de San Francisco.

            Con la modernización llevada a cabo en las llamadas cofradías de flagelantes en la segundo mitad de XVIII se intenta eliminar de los pueblos el espectáculo sangrante que representaban las llamadas de sangre, que hacían su estación de penitencia azotándose en público.

            La invasión francesa y su consiguiente período de gobierno va a representar una buena sacudida para el devenir histórico de estas instituciones populares que se agudiza con el proceso de desamortización, con la exclaustración de los órdenes religiosas, pero como contrate representó una liberalización en la toma de decisiones en los órganos directivos al entrar en estos cada vez más seglares que en la segunda mitad del siglo en Priego inician una carrera para ver cual era la que traía al mejor predicador, construía el manto más rico, la más costeada cruz, la mejor andas, (antes no se decían tronos), las mejores bandas de música, o el mejor espectáculo de fuegos artificiales. En este siglo XIX, nos obstante la desaparición de algunas hermandades y cofradías, se instituye la Hermandad del Corazón de Jesús, colocando en la capilla de la Soledad su sede. El abad de Alcalá la Real concedió 40 días de indulgencia a todos los fieles que se dieran de alta y otros 40 cada vez que practicasen un acto concerniente a ella.

            El siglo XX va a representar, con sus naturales altibajos, una época donde las cofradías y hermandades va a tomar un esplendor inusitado y espectacular, sobre todo en las tres últimas décadas de este período. En la segunda década aparece la Hermandad de Belén, cuando se agrupan un grupo de hortelanos de barrio y compran la imagen por tierras catalanas. Por los años treinta se instituye la Cofradía de los Dolores, con sede en el Calvario, como una escisión de cofrades procedentes de la Soledad, porque esta cofradía no había consentido que crearan otra alrededor de la imagen del Cristo yacente.

La segunda mitad de este siglo nos muestra un contraste muy acusado: primero, una época de decadencia, luego un renacimiento y esplendor de este tipo de instituciones.

            La gran crisis de la industria textil que sufrió Priego en la década de los sesenta incidió en los desfiles procesionales, tanto en los de la Semana Santa que habían quedado reducidos al Jueves y Viernes Santo, como en los domingos de mayo que vieron sus filas de devotos mermadas considerable­mente. Se vivía una época de decadencia jamás vista, con medio pueblo que tuvo que coger sus maletas para irse al norte en busca de trabajo. Se llegó a pensar que los domingos de mayo desaparecerían, al igual que el Prendimiento y la Virgen de la Cabeza, mientras que la Semana Santa fun­cionaba bajo mínimos. Pero apenas terminan los sesenta, se produce la gran eclosión. En unas fiestas apagadas emerge un gran renacimiento en el que estamos viviendo. Renacen de nuevo las Angustias  y la Virgen de la Cabeza.  Y en las otras cofradías semanasanteras, se hicieron puestas al día modernizando los estatutos para adecuarlos a los aires renovadores del Concilio Vaticano II, aquí traídos por monseñor Cirarda; se crean grupos de costaleros que hacen más humano el desfile de nuestros pasos; se forman bandas de tambores y cor­netas; se renuevan o amplían túnicas, mantos, tronos, etc., etc.  Este renacimiento lo inician los hermanos maristas que crean una banda de música y entusiasman a un grupo de prieguenses para recuperar el olvidado paso de La Pollinica (1966), prosigue con la creación  de la de Jesús Preso  en las décadas finiseculares del siglo, y una de rasgo supracomunal como la Hermandad del Rocío.

            La aparición de la Hermandad de la Paz en los inicios de este siglo XXI se encuadra pues dentro de este renacimiento que hemos esbozado, donde la religiosidad popular del pueblo encuentra uno de sus talantes de identificación simbólica. Si bien la Cofradía de los Dolores, vecina de la recién nacida,  tiene un aire un poco diferenciado como identificación de barrio, en la Paz, (nombre de moda en muchas asociaciones nacionales y extranjeras), esta identificación,  basada en la comunidad de residencia está claro, y es uno de sus rasgos diferenciales con las otras cofradías que hacen su estación de penitencia los días de Semana Santa.

            Para el grupo de animosos jóvenes (chicas y chicos), -que ya han hecho historia en nuestra vida comunitaria-  deseamos largos años de entusiasmo y que el testigo de la sucesión lo dejen en buenas manos para que su supervivencia se extienda por siglos y milenios.

 

 

 





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