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12.013. HABLAN DEL NAZARENO DE PRIEGO

 




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RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Hablan del Nazareno de Priego

05. DE LAS TÚNICAS AL PSICOANÁLISIS

Los desfiles procesionales son más que un santo en la calle.



 

© Enrique Alcalá Ortiz

 

            De toda la vida, la sociedad prieguense había estado regida por una cierta clase media alta. La economía, los casinos, el poder político y, como no, el asociacionismo religioso habían estado detentados por una pequeña burguesía, más culta y adinerada que la clase popular que no lograba despejarse las necesidades que de por siglos arrastraba. El poseer túnica propia antes de los años setenta no era signo de riqueza, pero indudablemente sí lo era de distinción, casi podríamos decir de clase.

            Tanto peso puede tener este detalle de las túnicas que podemos decir que ellas han sido las que se han hecho dueñas de la situación. Las procesiones, excepto la del Nazareno, a partir del "Paso redoblao", son por ahora desfiles de penitentes que lucen impecables modelos de túnicas en raso, que se ven cubiertas con amplias capas que despliegan su poderío al viento. Han desaparecido de las filas los paisanos con sus mejores galas del domingo y una delgada vela en la mano, procurando que no se apagara y retirándosela del vestido para no mancharlo de cera. Ahora esta figura tradicional no se lleva. Está como mal vista en la Semana Santa. Lo que siempre ha sido el soporte de todos los desfiles, o sea el pueblo vestido de paisano, con su vela, sus rezos, con su devoción no contaminada, hoy en día afearía un desfile donde cada detalle ha sido programado anteriormente. Esta figura se ha suprimido con intención, o se ha dejado de lado, no ha sido una desaparición fortuita. Quizás esta opulencia teatral de lo que hoy llamamos renacimiento cofradiero sea uno de los síntomas de su decadencia. Tenerse que apuntar a una cofradía para poder hacer una procesión es, creo, un impedimento más que una facilidad. Lo que se ha ganado  en esplendor, se ha perdido en sentimiento, de esto no cabe duda.

            Aunque el pueblo‑pueblo se toma la venganza ante tanta perfección, tanta norma y tanto reglamento. La tesis doctoral de Rafael Briones Gómez, prieguense y compañero mío de instituto, titulada "La Semana Santa de Priego de Córdoba. Funciones Antropológicas y dimensión de un ritual popular", es, sin lugar a dudas, el estudio más profundo y serio que se ha hecho de nuestra Semana Santa[1]. Aparte de que a nuestro paisano le sirvió para su doctorado, al haberlo publicado en diversos medios, ha servido para que muchos estudiosos de la religiosidad popular en Andalucía lo tomen como pauta en sus escritos. Uno de estos es el de Carlos Domínguez Moreno[2], el cual escribe una aproximación psicoanalítica a nuestra Semana Santa que me ha llamado poderosamente la atención. En su riguroso estudio toma lo materno y lo paterno como simbología en la religiosidad del pueblo y para ello escoge dos momentos claves: el Rocío, al que estudia como una vía de salvación materna y el parricidio en el Viernes Santo andaluz, tomando como ejemplo la subida de Jesús al Calvario. Nos dice que "podríamos afirmar que la ambivalencia afectiva frente a lo paterno que conduce a la violencia y, desde ahí, a una culpabilidad y a una necesidad de reconciliación, constituye la motivación más profunda, a un nivel psicológico". Para desarrollar esto, estudia tres partes. En un primer acto se niega la autoridad y la ley que simbolizan lo paterno. Es el momento de la madrugada. Las mecidas, el arrancarlo violentamente, el querer ocupar un sitio bajo las andas, demostrar la fuerza, la hombría, la razón de la sinrazón. La anulación de las normas. El segundo momento es el de la violencia. Y empieza, hoy ya antes del "paso redoblao", cuando todos nosotros somos actores y queremos representar una semejanza con la violencia que en la realidad su produjo hace dos mil años. Las situaciones de peligro, las cadenas para subir a Jesús, las carreras, el bullicio, el agotamiento. La antítesis es manifiesta y como dice Rafael Briones, la ambivalencia se hace efectiva: tristeza‑alegría, vida‑muerte, amor‑destrucción. En este acto hacemos el papel de malos. Somos los sayones que arrastramos a Jesús hacia su muerte. Es el deseo de Edipo que aflora. Y como final, la tercera escena es la reconciliación. Llegado a la cumbre Jesús, después de la destrucción, como un padre, bendice los hornazos, símbolo de la comida, y se reconcilia con el pueblo. Los "vivas" brotan de todos los pechos. El padre es ahora modelo amado. Desde siempre, todos los aquí presentes sabemos que la bajada es muy diferente. Algo ha pasado ya.

            La gran crisis de la industria textil que sufrió Priego en la década de los sesenta incidió en los desfiles procesionales, tanto en los de la Semana Santa que habían quedado reducidos al Jueves y Viernes Santo, como en los domingos de mayo que vieron sus filas de devotos mermadas considerablemente. Se vivía una época de decadencia jamás vista, con medio pueblo que tuvo que coger sus maletas para irse al norte en busca de trabajo. Se llegó a pensar que los domingos de mayo desaparecerían, al igual que el Prendimiento y la Virgen de la Cabeza, mientras que la Semana Santa funcionaba bajo mínimos. Pero apenas terminan los sesenta, se produce la gran eclosión. En unas fiestas apagadas emerge un gran renacimiento en el que estamos viviendo. Se hicieron puesta al día renovando los estatutos, aunque algunas de las Cofradías tradicionales se resistieron fuertemente al principio, para ponerlos al día según los aires renovadores del Concilio Vaticano II, aquí traídos por monseñor Cirarda. Se crean grupos de costaleros que hacen más humano el desfile de nuestros pasos; se forman bandas de tambores y cornetas; se renuevan o amplían túnicas, mantos, tronos, etc. etc. Pero sobre todo, se creó un cierto espíritu de amistad y colaboración dentro de cada grupo que no se debe perder jamás.

            La Semana Santa es pues, religión, cofradías, pueblo, sentimentalidad y psicoanálisis. Es pueblo que se hace iglesia. Es pueblo que se hace penitente. Es pueblo que se hace espectador. Las cofradías son más que un santo en la calle. Nuestra Semana Santa es algo más que una celebración y una fiesta.

 



    [1]BRIONES GÓMEZ, Rafael: La Semana Santa de Priego de Córdoba. Funciones Antropológicas y dimensión cristiana de un ritual. Biblioteca de la Cultura Andaluza, página 43-71. Número 37. Sevilla, 1985.

    [2]DOMÍNGUEZ MORENO, Carlos: Aproximación psicoanalítica a la religiosidad tradicional andaluza. Biblioteca de la Cultura Andaluza, número 37, páginas 131-175. Sevilla, 1985.





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