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12.015. RELIGIOSIDAD POPULAR EN EL CALVARIO DE PRIEGO DE CÓRDOBA

 




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RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Hablan del Nazareno de Priego

11. CISMA DOLOROSO EN LA COFRADÍA DE LA SOLEDAD: LOS ORÍGENES DE LA COFRADÍA DE LOS DOLORES

Cisma dentro de la Cofradía de la Soledad.



 

© Enrique Alcalá Ortiz

 

                         En la Semana Santa del año 1927 se va a producir una nueva innovación que a la larga traería la creación de una nueva Cofradía penitencial. El hecho se produce en el seno de la Cofradía de la Soledad y alrededor de la imagen del Cristo yacente: ?SEMANA SANTA.- Este año reina gran animación por ser la primera vez que saldrá la Hermandad del Silencio, gracias a la iniciativa de don Antonio Santiago Garzón y de don Arturo Hernández Pérez?[1]. Movimiento inicial que estaba plenamente consolidado años más tarde. Nos enteramos en 1930: ?LA PROCESIÓN DEL SANTO ENTIERRO.- A las nueve de la noche del viernes próximo pasado, saltó de la iglesia de San Pedro la procesión del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad, acompañada de la Hermandad del Silencio. Recorrió el itinerario marcado y su paso fue presenciado por un extraordinario gentío. Abría marcha una pareja de la Guardia civil montada. Seguían penitentes con cola extendida, cruz, faroles, estandartes y niños encapuchados que llevaban los atributos de la Pasión. Asistieron muchos penitentes vestidos con túnicas negras. Entre ellos vimos al Hermano Mayor don Manuel Jiménez Rojano y al tesorero don Antonio Santiago Garzón, ambos de la Hermandad de Silencio. La banda de música que dirige el maestro Prados Chacón, estrenó una nueva marcha fúnebre de la que es autor Visita a la tumba. Nuestra felicitación?[2].

           La imagen de Jesús yacente lucía esplendorosa en la iglesia de San Pe­dro dentro de su urna recién estre­nada el año 1922. Aunque ésta no le hacía falta. Su contemplación calla­da siempre ha producido, en la sen­sibilidad religiosa, sorpresa y admi­ración por la expresión artísticamen­te arrebatadora de la muerte hecha arte por las manos de un genio, don­de además brotan fuentes de manan­tiales espirituales religiosos que nun­ca, mejor dicho, ponen en relación a un Dios con los hombres. Si esos fue­ron los objetivos del artista descono­cido, lo logró con creces. La imagen de este Cristo despierta una emoción inusitada.

        Cuando esta sentimentalidad se hace colectiva, se pueden producir hechos como los acaecidos en el año 1928 y mucho más tarde en la déca­da de los sesenta con los Caballeros del Santo Entierro. Vayamos a los pri­meros y dejemos por ahora la histo­ria de los segundos.

        Corría el último año del mandato renovado de José Matilla Muriel, a finales de marzo de 1928, con días escasamente suficientes por delante para irse preparando para la Semana Santa. Por estos años, generalmente, no se escribían actas. Sólo constaban a veces, las nuevas directivas. Con de­cir que en más de treinta años no se llenan seis hojas de libro, ya es bastante significativo del poco caso que se hacía a los acuerdos que eran lleva­dos a la práctica sin ser escritos en libro alguno, sólo en las facturas pagadas tenemos la historia de su actividad. Por eso, dentro de ese parco conjun­to, resaltan dos actas.

        Se reúnen por una parte todos los miembros de la Junta Directiva, y por otra, varios "Señores que aspiran a fomentar el acompañamiento al Santo Entierro", y ponen sobre la mesa su deseo de es­coltar a las imágenes titulares y vestir una túnica cuyo modelo copiaban de otras ciudades que usa­ban esta misma clase de pasos.

        A toda la Junta le pareció laudable y magnífica la idea, según las líneas escritas, porque lo expli­can muy bien: "(...) mas para evitar en lo sucesivo, si estos devotos aumentaban en número y se tratara de dar mayor alcance a estas aspiraciones, la Jun­ta Directiva (...), se cree en el caso de manifes­tar que sus hermanos nunca perderán el dere­cho de pertenencia que les corresponde con una hermandad de tan larga gloriosa historia que hasta la fecha va celebrando los cultos y proce­siones tradicionales de esta población; y que por este año accede con gusto a que estos nuevos devotos acompañen al Santo Entierro en la no­che del Viernes Santo y en lugar inmediato al Santo Sepulcro".

        "El mayor alcance a estas aspiraciones" estaba sobre la mesa. Los inquietos jóvenes con fuerza renovadora, se hacen túnicas negras en un núme­ro considerable para su época y con ellas concu­rren a la Semana Santa de ese año. Animados por su éxito, y siendo numerosos, quieren tener opción a tomar decisiones y no ir siempre cogidos de la mano. Es la primera vez en el siglo que aparece la palabra "túnicas" y la primera también que la ima­gen del Yacente polariza hacia su centro un conato de autonomía e independencia. No conformes con las recomendaciones anteriores, elaboran sus es­tatutos de emancipación para poder crecer a su gusto y los mandan a Córdoba.

        Por esta razón, totalmente desbordados por los acontecimientos, que se han ido desarrollando en unos pocos días, se reúne de nuevo la Junta, esta vez solos, en la que se dice que a pesar de su ad­vertencia en la sesión anterior:

"(..) los individuos que quieren constituir con independencia a esta Hermandad, la Cofradía del Santo Sepulcro, negáronse a firmar el acta que el Sr. Arcipreste le presentó y no confor­mes con esto, manifestó tener conocimiento de que habían elevado el reglamento para su apro­bación al Tribunal Eclesiástico, manándolo di­rectamente, sin darle cuenta ni a la Autoridad eclesiástica local[3] (..)"

        La réplica a los separatistas la recibe por escri­to el Prelado de la Diócesis en la que la oficialidad cofradiera puso en conocimiento de su Ilustrísima, con pelos y señales, todos los lamentables suce­sos y le pedían su intervención para resolver el con­flicto.

        La resolución tomada tardaría unos meses en resolverse porque en el siguiente año de 1929, los 26 cofrades de las túnicas negras, concurren de nuevo con su presencia, acompañando a su Cris­to, si bien bajo la autonomía de la cofradía oficial.

        Como en Córdoba no se accede a la bipartición, para guerras de secesión ya tenían suficiente con las de África por aquellos años, nuestros cofrades ?compuestos y con túnica", toman la vereda de en­frente. Fijan los ojos en otra Virgen: la de los Dolo­res, y allí se dirigen y ponen en funcionamiento una cofradía extinguida desde hacía varios siglos, y esto lo consiguen con tal celeridad que en enero de 1931 ya la tienen aprobada canónicamente[4]. Cofrades como Antonio Santiago Garzón, Manuel Jiménez Rojano, Julio Matilla Pérez, Arturo Hernández Pé­rez, Juan A. Rosa Moreno, José Luque del Rosal, José T. Valverde Castilla, Manuel Molina Serrano y Juan Castilla Cáliz son algunos de los 38 pioneros que inician esta aventura, procedentes de las filas de la Cofradía de la Soledad y que en dos años se verían incrementados en 140.

        La revista Blanco y Negro en su número extraor­dinario de Semana Santa del año 1935, paradóji­camente no trajo ninguna fotografía de las tres co­fradías tradicionales. Con sorpresa, pone a toda página una de la Virgen de los Dolores a su paso por la Carrera de las Monjas, rodeada de devotos y de estos penitentes negros. Indudablemente algu­nos de estos tránsfugas tuvieron mano en el he­cho[5].



[1] CORRESPONSAL: Semana Santa. ?Diario Liberal?, número 5303, 12 de abril de 1927.

[2] CORRESPONSAL: La procesión del Santo Entierro, ?Diario Liberal?, número 8842, 25 de abril de 1930. 

[3] Ejercía de párroco, y por lo tanto de presidente nato, José L. Aparicio y Aparicio.

[4] Véase mi libro Dolores del alma. Cofradía de María Santísima de los Dolores y Cristo de la Buena Muerte, páginas 83 y siguientes.

[5] ALCALÁ ORTIZ, Enrique: Soledad en todos, Historia de la Real Cofradía del Santo Entierro de Cristo y María Santísima de la Soledad Coronada (1594-1994). La Caja. Obra Cultural, Excmo. Ayuntamiento de Priego de Córdoba y Cofradía de la Soledad. 1994.





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