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RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Hablan del Nazareno de Priego

32. CRONISTA DE LUJO

Relato de José María Rey, Cronista Oficial de Córdoba.



© Enrique Alcalá Ortiz

 

 

                         José María Rey (Cronista Oficial de Córdoba y ad honorem de la provincia), vino a Priego en las fiestas de 1944, y nos regaló la siguiente relación:

                         ?LO QUE VIMOS EN PRIEGO UN DOMINGO DE JESÚS.- Hemos peregrinado hasta la bisectriz del ángulo, mitad jienense, mitad granadino, pero todavía cordobés, por donde extiende su mirada paternal Jesús Nazareno, amor vivo de Priego, porque queríamos escuchar la lección que ofrece siempre, un río desbordado de piedad popular. Y, hemos entrado en una iglesia que no aparece como otras, erguida sobre el caserío, sino, más bien arrodillada, en el rincón silencioso del Compás ?antesala de su antiguo convento franciscano-. Allí hallamos a Jesús víctima, representado en dos instantes dramáticos de su Pasión cruenta.

                         Íbamos, esta vez, a venerar el Cristo cargado con la Cruz, que mora durante el año bajo la luz del cupulino, centrado, en un tríptico de altares, como en un rompimiento del cielo; al que está de continuo en el corazón y en la alabanza, a flor de labio, de los prieguenses al que, en retraso, preside sus lares, al que, en la hora evocadora de la Parasceve, es subido con estruendo, a paso redoblado al altozano de un Calvario, y bajado en lagrimoso silencio. Luego con su mano bendiciente imparte sobre todas las cabezas, signos de perdón, de absolución y de gracias. Queríamos, doblados de hinojos ante su altar, vibrar con temblor de entusiasmo junto a sus devotos, bajo la pompa inusitada del novenario; y acompañado en su caminar triunfante por calles y plazas pulidas y relucientes, enjoyadas por la albura simplísima del enjalbiego que sabe sacar de la cal aromas de pulcritud y calidades de plata; queríamos, satisfacer el afán del espectáculo que todo mortal siente, presenciando algo que es rito y ceremonia en el folclore de Priego; la oblación a lo ofrenda a sus iconos venerados, que trenza buenas voluntades de todos y las cuelga, como exvotos, en las túnicas recamadas o en los camarines acogedores.

                         Aquella ciudad que es singular en todo, cuenta sus fuentes por números múltiplos del de sus edificios, y tiene, por ende, acusado sentido de jardín, como del patio florido y del huerto recargado de plantas olorosas. La plétora del agua, razón de su riqueza y de su bienestar, don preciadísimo entre los muchos que Dios le diera, justifica su gusto por las flores. De ahí, que a la hora que despierta la vida vegetal, abra Priego su calendario festero, y centre en el mes florido, sus acontecimientos populares más recargados de sensibilidad. Rebosan, después de llenar con exceso las cuatro semanas de mayo, las manifestaciones esplendorosas del culto cristiano, tomando, en aquella ciudad, en ese tiempo, al conjuro de la piedad y de las flores, matiz de santidad, personas, cosas y hechos, y haciendo de flores y de alegrías y de trinos de pájaros escondidos en reductos de cipreses, el marco que encuadre la grave liturgia cultural de mayo, observada, de siempre, por los prieguenses.

                         RETABLO.- El Nazareno de Priego, abre audiencia para oír al devoto en ocho noches antes de su domingo.

                         De costumbre, para esta gran apoteosis de paseo triunfal, prepara los ánimos la figura señera, es la sazón del púlpito español. Ya hace, no pocos años, que llena este cometido honroso, la voz correcta y cálida aleccionadora y grandilocuente de un ilustre canónigo de Zamora, que lleva en triunfo su verbo apostólico, presagio de su Magistralía por las sagradas cátedras.

                         Hay viejas normas vivas, que rigen los píos actos preparatorios del domingo de Jesús. Lo es, por ejemplo, el verso dialogado con que corren las ideas, desde el púlpito al suelo, y, desde el suelo al púlpito, hasta sentirse aleteos de perdón generoso y de misericordia, que bajan del altar... Lo es, el empeño en que el arte divino quede al servicio de la deprecación y gocen todas las almas estremecidas, de la Plegaria, antigua, o del Aria, más moderna, que un día aprisionaron entre las líneas del pentagrama el fervor religioso de un pueblo entero. Pero lo singular y lo propio del sábado que prologa la Fiesta Mayor de Jesús, es la ceremoniosa preparación de su retablo, fineza para el Señor, dádiva delicada que la mujer priegueña le ofrece cada año. Se trata de un singular aderezo que se hace aquella tarde del altar donde aparece el Nazareno, y que tal interés concentra, que nadie puede a la noche dormir tranquila, si no desfiló por San Francisco y contempló la maravilla.

                         Son las flores, solamente las flores, el fundamento del adorno. Hay que poner en los floreros flores frescas, para que velen con Jesús las horas vesperales de su fiesta y perfumen su escabel. Y son tan bellas y delicadas y escogidas, y tantas, las que recibe el Nazareno de regalo de todos los devotos, de todas las gentes, de todas las casas, de todos los patios y jardines y huertos, en que no bastan labores, ni jarrón ni macetas, a contener sus ramos, no hay lazos ni cordones suficientes para apretar sus haces, y hay que vestir el altar de telas ricas, aunque se velen y oculten los refulgentes oros de su batela barroca, para prender, como constelación, en los paños finísimos, flores y más flores, que desde el suelo forman blanco y sotabanco floridos, y llegan hasta las manos mismas de la imagen posándose alguna, en ellas. Flores de Priego, mutiplicadlas por espejos y cornucopias, blanca nube de flor, desechada al día siguiente por miles de brazos que las conquistan como reliquia y se las disputan como recuerdo.

                         DOMINGO DE JESÚS.- Desde que el alba apunta, el templo está anegado de corazones. Todos alientan  con el mismo afán: llegar al pie de su Señor y recibirle sacramentado. Las fuerzas de los dedos ungidos, se rinden de sostener tanto rato el copón y de repartir el manjar del divino convite.

                         Ya, muy entrado el día, se celebra la misa con solemnidad extraordinaria en el Ara, en el Coro y en la Cátedra. Allí está Priego en masa, y a la cabeza, sus autoridades. Allí está la secular Hermandad, que avanza representada por sus Priostes, a derramar el agua del Lavabo, quien sabe por qué razón tradicional. El concurso es inmenso. Se corta la ceremonia del Sacrificio Santo, y posan los ministros en altares, mientras voces y músicas acordadas canta versos de exaltado amor a Jesús.

                          A la tarde, a la luz del sol, poniente, va el Señor, de modo mayestático por vías y encrucijadas de su ciudad. Son ahora las flores también, las que forman su trono de gloria, las que ensalzan a los ojos su perenne realeza. Y no flores de campo, ni flores del jardín, hijas del agua y nietas del río, sino flores inmarcesibles en maderas, que dieron árboles de Priego, labró la gubia del artista y  las recubrió de oro para enriquecerlas y dignificarlas, darles superior mérito por el valor del rey de los metales.

                         Todos siguen a Jesús que va rítmicamente sobre las andas ricas.

                         Llevan ahora los hombres el rostro destocado; pero antaño, los que a Jesús, a cara descubierta, acompañaban, corona de rosas llevaron sobre sus cabezas ciñéndoles las sienes que, allí las flores, fueron siempre obligado motivo de toda la liturgia del Nazareno.

                         OBLACIÓN.-La efigie ha traspasado, de vuelta, el umbral, y todos se han repuesto de la gran sacudida de gozo emocionado. El compás, agrandado de milagro, absorbe los torrentes humanos que fluyen por las tres bocacalles. Va a realizarse la oblación. Una ofrenda va a hacer cada vecino, que, dedicada a su Jesús, sea regalo generoso para Él, ayuda a implorar su auxilio y tenga valor de sacrificio hecho a Dios. No cabe acto popular con más tono y relieve de cosa religiosa. Es, la rifa. Pero esta rifa, va precedida de noble entrega de magnánima entrega, que tiene fuerte regusto de ceremonia de primitiva cristiandad. Pastores de Belén, parece en esta hora los fieles del Jesús de Priego, que aúnan sus voluntades en regalos al propio Salvador. Y, reviste la ofrenda las formas más variadas y ofrece al espectador casos de inusitada originalidad; son viandas, son dulces, son ovejas y cabras, palomas y gallinas, racimos de cerezas y frutas de sartén, son muebles y juguetes, y vinos en cristal y flores y más flores en el exorno de cada envío, y el clavel que tuvo Jesús en la diestra, mientras la procesión, y el pañuelo de la mocita cogido al descuido y puesto su rescate a subasta entre obligados reivindicadores..., y quien sabe cuántas cosas, que, pronto se adjudican al mejor postor, con frases, como ritos de una Ley antigua, y que, en definitiva, llenan la escarcela de la Hermandad, venerable. Los bienes materiales centuplicados, en su valor, por el amor y la fe, y convertidos en limosna caudalosa que asegura el servicio del Altar y del culto dé continuidad viva a la creencia.

                         Esto vimos en Priego, un domingo de Jesús. Una idea religiosa, puesta en acción, una expresión clarísima de piedad popular; un auténtico empeño en mostrar incorruptas tradiciones que supieron guardarse entre tablas de sándalo oloroso; un triunfo eterno de las flores, rendidas al lirio tronchado de Nazaret.

                         ¡Qué el perfume de aquéllas, como el brillo de la argentada cruz de Jesús Nazareno, embalsame y alumbre la senda de cada uno de sus devotos, guiándoles, cuesta arriba con cruz de pesadumbres y de dolores propios, en caminos difíciles de cielo?[1]!



[1] REY, José María: Lo que vimos en Priego el domingo de Jesús. ?Córdoba?, número 861, del 27 de mayo de 1944.

 





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