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03.40. INMATRICULACIONES EPISCOPALES. HISTORIA DE UN LEGAL DESPOJO EN PRIEGO Y ALDEAS (1971-2013). Tomo VI. Apéndice documentales

 




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desde el 1 de mayo 2007
Poemas a Priego - Poesía

CANTO A LA VILLA (y otros poemas)

Del abogado Carlos Valverde Castilla presentamos varios temas dedicados a Priego y sus costumbres.

CARLOS VARVERDE CASTILLA



 

 CANTO A LA VILLA

 

Villa que ufana te asomas

al pueblo de los Adarves:

¿qué tienes que la  sonrisa

aleja de tu semblante?

¿acaso sigues pensando

en viejos lamentos árabes?

Mira orgullosa y verás

que el sol no puede humillarte,

que no hay nada que perturbe

la dulce paz de tus calles,

que por la noche la luna,

se asoma para besarte

que tu parroquia cristiana

da sombra al Castillo árabe.

Mira tus bellas mujeres

quebrando su esbelto talle:

todo a su paso se rinde,

¡son de reina sus andares!

Plazuela de San Antonio

donde rezan los amantes...

 escudo en casa del Conde

con dos águilas reales...

casas blancas que se besan...

calle Real... los Adarves.

¿Qué tenéis de misterioso

que funde el amor y el arte

y en noches de luna clara

hace oír vagos cantares

y un suspiro en cada reja

y en cada esquina un romance?

 

Cuando en  la fiesta del Corpus

pasa. el señor por tus calles

sobre una alfombra de juncia

entre tapices colgantes,

saben hacer sus amores

con mil flores, mil altares,

que tus calles son estrechas

pero tu  alma es muy grande.

 

Con un susurro embrujado

cantan tus fuentes cristales

entre perfumes de albahaca

y blancura de azahares

que parecen trasplantados

desde morunos alcázares.

 

Eres por cristiana, novia;

y por musulmana, amante;

y por blanca y pura, hija;

y por buena y dulce, madre.

 

Vine esclavo de mi  Musa

a contemplar tu semblante,

y siempre tendrás en

para que nadie te falte

un hombre más que te admire

y un poeta que te cante.

?

Farolas en tus esquinas,

claveles en tus herrajes,

blancas de cal tus fachadas,

blancas de lunas tus calles,

asómate con orgullo

al palco de los Adarves

y verás como el río

te canta viejos romances

mientras la Vega, rendida,

te manda un beso en el aire...[1]

 

 

EL COMPÁS DE SAN FRANCISCO

 

Tres esquinas y un rincón,

una plazuela y tres calles,

una imagen de la Virgen

y alrededor siete árboles.

 

Cuatro pilares, niña,

cuatro pilares

tiene mi San Francisco

en los umbrales.

Y allí se posa

la Paloma más blanca

de las palomas.

 

Blanco de cal y de luna,

azul de mañana y tarde,

guarda silencios morunos

que no los profana nadie

esperando que Jesús

salga en sus andas triunfante,

para hacerse todo amor

y desbordarse en las calles

entre legiones romanas

y puntiagudos cofrades.

 

Por escaleras de nubes

bajan cantando los ángeles,

y hay un revuelo de estrellas

celosas de los ciriales.

 

El trono gira al empuje

del fervoroso oleaje,

como nave a la deriva

que va surcando los mares,

sobre un sin fin de cabezas

y de manos suplicantes.

 

La luna por verlo

se asoma a la torre

y son las campanas

capullos de bronce.

 

Mañana de sol. Dos viejas

besan a la mano a don Ángel.

Hay un muchacho que espera

y una muchacha que sale...

Juega un corro de chiquillos

en derredor de la imagen

cantando aquella serrana

que va cruzando los aires.

 

Cuatro pilares, niña,

cuatro pilares

tiene mi San Francisco

en los umbrales .

Y allí se posa

la Paloma más blanca

de las palomas[2].

 

 

LA CRUZ DE LA AURORA

 

En procesión de naranjos

con velas de flores blancas

va el pueblo por la Carrera

para rendirse a tus plantas

antes de morirse, humilde,

por la Puerta de Granada.

 

Tus brazos son dos veletas

que marcan sendas al alma:

uno muestra a san Nicasio,

patrón que tutela y guarda

este pedazo de tierra,

¡la más bendita de España!

Y otro mira a San Francisco,

relicario de esperanzas,

escudo de nuestra fe,

consuelo de nuestras lágrimas,

refugio de nuestras penas,

lugar de nuestras plegarias...

Aunque en la tierra se hunde

tu cuerpo de piedra blanca

su extremo mirando al cielo

le está enseñando a las almas

a tener los pies en tierra

y la mirada muy alta.

 

Tus clavos de hierro viejo

señalan divinas llagas

y son relojes de luna

que miden horas de calma.

 

Cuando la luna, en la noche,

sobre el suelo te retrata,

el agua llora en la fuente

de la Puerta de Granada

mientras el pueblo de Priego

viene a rendirse a tus plantas

en procesión de naranjos

con velas de flores blancas[3].

 

 

LA VIRGEN DE LA SALUD

 

Desde un trono de alabastro

estás presidiendo a Priego.

A tus plantas, un remanso

todo paz, todo sosiego,

donde al apuntar la aurora

se muere el primer lucero.

 

Al bautizar esa Fuente

¡qué buen nombre le pusieron!

Cuando la noche se mira

haciendo del agua espejo,

y no se oye otro ruido

que el que forman en concierto

el murmullo de la fuente

y el volar de los insectos,

a ti acuden, Virgen Santa,

dando gracias o pidiendo

los necesitados hijos

de tu católico pueblo.

Éste, por el hijo ausente,

ésta, por el hijo enfermo,

ésa, por el novio amado,

ése, por el padre muerto...

te dirigen suplicantes

sus miradas o sus rezos.

 

Y los miras a todos

como una madre... ¡del Cielo!,

dando salud a las almas

más que salud a los cuerpos,

y no hay nadie que se vuelva

llorando si fue gimiendo.

Al bautizar esa Fuente

¡qué buen nombre le pusieron!

porque la Virgen bendita

que está presidiendo a Priego

sobre la paz del remanso

puso un pedazo de Cielo;

y en su trono de alabastro

forman celeste concierto

el murmullo de la Fuente,

el volar de los insectos

y las sentidas plegarias

de tu católico pueblo.

¡Y hasta la noche te mira

haciendo del agua espejo![4]

 

 

EL EMIGRANTE

 

En una mañana

húmeda de invierno,

silencioso y triste

se marchó del pueblo.

Atrás se quedaban

sus padres, gimiendo,

y sus hermanillos

y el querido abuelo

(el que lo llevaba

cuando era chicuelo

a trillar las parvas

allá en el Carnero,

sobre el mulo tordo,

sobre el mulo negro...),

allá se quedaba

soñando el regreso

la muchacha aquella

que le dio el pañuelo

cuando en la plazuela

hicieron el fuego

de la Candelaria

el pasado invierno.

Tan lejos camina,

¡tan lejos, tan lejos!,

que el alma se queda

y va solo el cuerpo

del pobre emigrante

al salir del pueblo.

 

Mas, la vida es dura

y no hay más remedio

que buscarse fuera

trabajo y sustento

que ya no da el campo,

que ya no da el pueblo.

Cerraron las fábricas,

cierran los comercios,

y con los tractores

no quedan muleros

-de aquellos que hacían,

cantando, barbechos-.

Tampoco es bastante

el querido huerto

que labró su padre,

que labró su abuelo,

y tiene en las lindes

un nogal ya viejo,

catorce membrillos

y cinco camuesos.

(¡Todo será pronto

bloques de cemento!).

Por eso se marcha

tan lejos, tan lejos?

 

Allá en la gran urbe

-donde añora el pueblo-

donde el pobrecillo

suda como un negro,

algunos le dicen

que esto es el progreso;

que estará muy pronto

juntando dinero

y el nivel de vida

subirá muy presto;

y tendrá un buen coche,

piso de soltero

y esas diversiones

que no hay en los pueblos.

Y es verdad que gana

Y junta dinero

(cantidad que a veces

le parece un sueño);

mas, con eso nunca

estará satisfecho

ni le quita el ansia

de volver al pueblo,

que está a todas horas

echando de menos,

y que el pobre siente

tan lejos, tan lejos?

En su carterilla

de plástico y cuero

una estampa lleva

con el Nazareno.

Y no pasa día

que no le dé un beso

después de rezarle

algún padrenuestro

por sus buenos padres

y por el abuelo,

y por sus hermanos

y la del pañuelo?

Y cuando la angustia

le estalla en el pecho

oración se vuelve

que llega hasta el cielo:

"¡Jesús, padre mío;

Jesús Nazareno!;

Tú que nos enseñas

con tu sufrimiento

haz, Señor, que pueda

en este destierro

seguir trabajando

y seguir sufriendo;

no para ser rico

que yo sólo quiero

juntar lo preciso

y volverme al pueblo.

Y allí con los míos

visitar tu templo,

subir al Calvario;

y en noches de invierno

sentir las canales

a chorros cayendo;

cenar en familia

junto a alegre fuego

y a nuestros auroros

oír entre sueños

Jesús Nazareno,

que aquí yo no muera,

¡tan lejos, tan lejos![5]

 

 

AL RELOJ  DE L HOSPITAL

 

Con cara de luna llena

asomas a nuestro pueblo

mientras corren tus agujas

sin parar en pos del tiempo

acortando nuestras vidas

al girar su compás negro.

 

Sobre tu marco de piedra

te corona hierro viejo

aguantando los embates

de la lluvia y de los vientos;

y el primer rayo de sol

tú lo recibes primero,

y te saluda la luna

y te guiñan los luceros.

 

Tus largas piernas de alambre

con pies de macizos pesos

te hacen andar sin fatiga

a los acordes del tiempo.

Y tu dura voz de bronce

esparce a los cuatro vientos

los sones con que se rige

la vida de nuestro pueblo.

 

Aquel "capitán romano"

que fue Carlillos Marengo

te trajo en su viejo carro

por órdenes de mi abuelo

que, siendo Alcalde, te dio

al ponerte sobre Priego

la trascendental misión

de administrarnos el tiempo.

Y tú, tan bien la cumpliste,

que a golpes de minutero

has ido segando vidas

en fúnebre ministerio.

 

¡Cuántas miradas habrás

recibido, reloj viejo,

con más de cincuenta años

sentado en tu trono pétreo!

 

Cuando por las noches oigo

tus voces desde mi lecho

siento envidia de tu suerte

pues no le temes al tiempo,

y en cambio todos nosotros

bien señalada tenemos

la hora definitiva

entre tus números negros,

¡y el paso de tus agujas

nos va acercando a los muertos![6]

 

 

CUANDO PASA LA FERIA

 

¡Qué pronto, madre, se han ido

los cinco días de feria!

 

Todo el verano esperando

y planeando las fiestas,

cinco días que se  viven

de  la forma más intensa

y luego.., melancolía

con su poquillo de pena.

 

Viene a ser la Feria premio

de la agosteña faena.

 

Se acabó el verano

se  pasó la Feria;

los estudiantes vuelven de nuevo

a sus tareas;

el labrador prepara

la sementera.

 

Final de las vacaciones,

ilusiones incompletas...

El sol ya, desde estos días,

alumbra de otra manera.

Septiembre, puerta de otoño,

es el mes de las tormentas;

no sé qué tiene su aire

de infinitas soledades y de penas.

 

Farolillos rotos,

guirnaldas secas,

¡qué pena me da de veros,

tristes despojos de pasadas fiestas!

Porque con vosotros

se nos fue la Feria

y vino el otoño,

la estación de las grandes tristezas[7].

 

 

LOS HERMANOS DE LA AURORA

 

¡Qué ya los siento venir!

Los Hermanos de la Aurora

están cantando en la esquina

sus ya centenarias coplas.

Que ya los siento venir,

¡mira, madre, cómo tocan!

 

Rondadores marianos

amantes de su Patrona,

le van desgranando nocturnos

en sus sabatinas rondas.

 

Campanilleros valientes

que sin temor a la atmósfera

le van cantando a la Virgen

del Alba como a una novia.

 

¡Qué ya se van alejando!

¡qué ya no entiendo sus coplas...!

Coplas tiradas al viento

con sueños de infancia rota

que van llenando el ambiente

de centenares de alcobas,

donde hay viejas que suspiran,

donde hay muchachas que lloran...

 

¿Por qué, di, madre, se van

tan pronto envueltos en sombras?

 

San Pedro se asoma a oírlos

a las puertas de la Gloria...[8]

 

 

   FUENTE DEL REY

 

Cientos de caños corean

con sus cánticos de plata

la carrera de Neptuno

sobre la pista del agua.

 

Los castaños del jardín

le prestan perpetua guardia.

 

Como nuevas Salomés

van llegando las muchachas

hasta el pretil de la Fuente

para llevarse las cántaras

llenas del agua fresquita

que la Fuente les depara;

y ellas en pago procuran

que al agacharse a llenarlas

se retraten sus semblantes

sobre el espejo del agua.

 

Esas aguas que despiden

cuarenta horribles carátulas

pasan besando tranquilas

las cantarinas cascadas

trenzando rayos de Sol

con sus espumas de nácar.

 

Rosas junto a los escaños

le dan constante fragancia.

 

Los caballos se han dormido

en eterna galopada

por no romper el encanto

de los murmullos del agua.

Las sirenas se han callado;

el león abrió sus garras;

el tridente de Neptuno

ya no peinará las algas,

y entonces viene la luna

como una novia romántica

para escuchar con tristeza

la eterna canción del agua[9].



[1] Adarve, 30-8-1953. Número 48-49. Página 40.

[2] Adarve, 22-3-53. Año II. Número 25. Página 5.

[3] Adarve, 17-1-53. Año II. Número 16. Página 5.

[4] Adarve, 8-2-53. Año II. Número 19. Página 5.

[5] Fuente del Rey, Número 4-5. Abril, 1984, página 27.

[6] Adarve, 30-6-1953. Año II. Número 43. Página 5.

[7] Adarve, 12-9-54. Año III. Número 102, página 5.

[8] Adarve, 13-9-53. Número 50. Página 5.

[9] Priego, 14-11-1951





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