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Poemas a Priego - Poesía

DE ANTAÑO A HOGAÑO (Artículos y poemas

Antología de textos en prosa y verso del gran poeta prieguense Carlos Valverde López.

CARLOS VALVERDE LÓPEZ



DE ANTAÑO A HOGAÑO

 

A Pedro Alcalá-Zamora

en las Islas Baleares,

o en la tierra, o en los mares.

o donde se encuentre ahora.

                        

                         No dirás, amigo Perico, que no te devuelvo la estocada: sacaste a la pública vergüenza mi odisea por Málaga, dedicándome un saladísimo artículo dirigido a dicha ciudad  o donde me hallare,  como si yo fuese un segundo judío errante, y en pago de la alusión ahí llevas esa redondilla para que te busquen por toda la redondez de la tierra.

                         Digo que tu artículo era saladísimo, y añado que lo era por dos razones: la primera, por la sal ática que lo sazonaba; la segunda, por tratar de nuestro río Salado, que sin ser precisamente el de la batalla ganada por Alfonso el onceno a Abul Hassán, lleva el mismo nombre y arrastra más sal.

                         Y como en ese tu aludido artículo rendiste culto a la oportunidad escribiendo sobre materia de baños en el mes de agosto, yo, en el de septiembre bajo la influencia del signo Libre del Zodíaco, escribiré algo de ferias, por el asunto de no menos actualidad.

                         Pero imitándote también en esto, ha de hacer un llamamiento a mis recuerdos de niño y bosquejar las ferias de aquellos tiempos, que ya no volverán. ¡Oh témpora! ¡Oh mores!  Porque en aquellos tiempos el primero que venía a hacer la feria era el moro -como le llamábamos los muchachos- o judío Salomón, con sus barbas luengas y grises de patriarca hebreo y su gran cesta de dátiles y cocos, amén del sinnúmero de babuchas que, embutidas las unas en las otras, llevaba al brazo a modo de tercerola.

                         Seis de los siete días de la semana se estaba el judío voceando y vendiendo su mercancía con una indumentaria que, por lo vieja y raída, era ya incolora aunque no inodora; pero llegaba el sábado y el israelita, arrojando de sí la ropa mugrienta y hedionda, así como  los dátiles y las babuchas, se vestía como gran sacerdote, y ya podían pagarle a onza de oro ?entonces había esas- la libra de cocos, que no le harían daño al comprador.

                         Era aquel un judío de cuerpo entero y de alma más entera aún: mi madre, que de Dios goce, y que fue siempre excesivamente piadosa, si en la piedad cupiera el exceso, tomó sobre sí la ímproba tarea de convertir a Salomón al cristianismo, y aquellos sí eran coloquios: la una empeñada en hacerle ver al hebreo que Jesucristo, Dios y hombre verdadero, vino al mundo a redimirnos, y los pícaros judíos le crucificaron; hecho que apoyaba con mil testimonios bíblicos y pasajes de los catecismos de Gaume, Pougat, etc., el otro, cerrado a la creencia de que el Mesías no había venido aún, pero que vendría al punto, según sus indicios.

                         Y en estas sabrosas cuantas inútiles pláticas, repetidas siempre que Salomón venía a Priego, se pasaba tardes enteras sin convencerse ninguno de los dos, hasta que llegó un año ?y hace de esto treinta- en que mi madre se quedó esperando al judío, y el judío voló al seno de Abraham esperando al Mesías.

                         Otro de los factores principales de aquellas ferias eran los valencianos. Acudían quince o veinte por lo menos, e instalábanse en amplias tiendas, donde desplegaban todo un mundo de trastos heterogéneos: armas de fuego, calzado fino, plumeros, gafas y lentes, gorras de las llamadas hoy japonesas, mucho de perfumería, mucho de juguetería, un bazar, en fin, indispensable entonces para abastecer las necesidades domésticas hasta otro año, porque en el transcurso de él si ocurría a alguien comprar una mala escopeta de pichón, era preciso acudir a Eibar para que la mandaran, salvo el caso de que en medio del año cayera por aquí un valenciano, como pudiera caer la lotería.

                         Estas tiendas me sacaban de quicio: parte de las mil baratijas que allí se exponían, aguijoneando mi deseo, la contemplación de aquellas armas con las cuales pudiera uno hombrear, si las poseyera, me embobaba y convertía en perpetuo parroquiano de vista y de... olfato. Lo del olfato no era precisamente por las dichas armas, sino por lo que halagaba a mi membrana pituitaria, con su olorcillo, un arroz humeante que, guisado a diario con el primor de mundo por la mujer del valenciano, consumía luego la alegre pareja entre sendos tragos de vino. Por cierto que el marido, el Ché como le llamaban sus paisanos, me parecía un guasón de primera fuerza. Porque todos los días mandaba guisar pa ella, como si él no fuera a probar bocado, y luego se llamaba a la parte a la hora de comer.

                         Otro de los puestos más surtidos y convenientes entonces, eran los de loza y cristal. Y es claro ?no hablo del cristal, sino de la necesidad de esos artículos- como en el pueblo no había a la sazón comerciante dedicado a ellos, cuando llegaba esta época cada casa tenía que aprovisionarse de los platos, tazas, vasos, y demás receptáculos indispensables al servicio doméstico, durante un año, en consonancia con las exigencias de la familia y con el temperamento más o menos nervioso de las criadas. Porque había algunas de éstas ?y las hay todavía- que de septiembre a septiembre necesitaban una Cartuja.

                         En punto a recreos y espectáculos eran aquellas unas ferias muy animadas: desde luego, como nota pintoresca y simpática, no faltaba nunca el cuarteto de saboyanos, compuesto de dos arpas, un violín y una flauta, que tocaba desde el himno de Garibaldi hasta la picaresca danza Me gustan todas. A mí, por supuesto, me gustaban todas; las piezas musicales ¿eh?, no confundamos.

                         En la plaza del Palenque, y a ciencia y paciencia de las autoridades, se instalaban unos truchimanes, que de ser siete pudieran pasar por hijos de Écija, quienes arramblaban bonitamente con todo el dinero de los chicos y de los grandes... tontos, que nunca faltan.

                         El artefacto de que se valían para desplumar a los incautos llamábase billar romano, y tenía dieciocho cajoncillos en su parte inferior, donde precisamente debía caer una bola. De cuyos cajoncillos, ocho eran blancos, ocho encarnados y dos negros. Las puestas se hacían a blanco o a encarnado, y el color que ganaba obtenía un tanto igual al jugado. Cuando la bolita caía en uno de los compartimentos negros, el dueño del billar decía: -Pa aceite ?y recogía con la mayor frescura todas las puestas.

                         Tampoco faltaban prestidigitadoras al aire libre, con sus juegos de cubiletes, que eran el encanto de la gente poco avisada, ni exhibición de vistas ambulantes, explicadas a golpe de tambor por su dueño, una especie de maese Pedro, pero menos versado que éste en historia; véase la clase:

                         ¡Tan, tarán tran; tarán tran; tarán tran!

                         - Al frente se verá la batalla de los Castillejos, ganada por el general Prim a los moros. Ese que monta el caballo blanco es Prim, en el momento de dar una carga a la bayonesa. En esta batalla murieron 14.000 moros y sólo 250 cristianos?.

                         ¡Tan, tarán tran; tarán tran; tarán tran!

                         -Al frente se verá el combate del Callado (a ver si os estáis callaos, interrumpía dando un pescozón a los muchachos).

                          ?Esa fragata delantera es la Numancia, y en ella va el bravo Méndez Núñez y el general Prim.

                         Y como alguien replicara: -¡Qué disparate! Si Prim es de Infantería, -el del tambor añadió sin desconcertarse:

                         -Bueno, de Infantería de Marina.

                         ¡Tan, tarán tran; tarán tran; tarán tran!

                         Pero entre todos los espectáculos que por los años de referencia vinieron, ninguno tan sensacional y sugestivo como un tren, un verdadero tren en pequeño, montado sobre sus carriles de hierro, los que formaban un círculo de más de veinte metros de diámetro.

                         El convoy se componía de una maquinita de vapor, que arrastraba tres o cuatro minúsculos vagones. Como mis paisanos, en su inmensa mayoría, no habían visto el tren ni pintado, pues entonces no viajaban más que los diputados a Cortes, sintieron gran comezón por conocer prácticamente este nuevo sistema de locomoción ?diabólica, según muchos- y no sin santiguarse antes, se metían y apretujaban como sardinas en banasta en aquellos cochecillos que, una vez llenos ?y cobrado el billete circular- se ponían en marcha.

                         La impresión era entonces tan intensa que todos los semblantes se trastornaban: los hombres viajaban placidamente, a manera del que satisface una necesidad; los chicos palmoteaban entusiasmados, recibiendo una secreción desconocida; las mujeres, sobre todo las delicadas de estómago, sacando la cabeza por las ventanillas y provocando... la hilaridad, etc., del público que, entre grandes regocijos, veía aquella devanadera mecánica y esperaba su turno para ingresar en ella.

                         Así fue la cosa bien dos días, pero el tercero quiso el diablo que por obra suya, o por la de un muchacho, que es igual, a quien le inspirase la idea de poner una piedra en la vía, el tren se escapara por la tangente del círculo que lo aprisionaba y descarrilando diera en tierra con todos los viajeros en medio del susto general, traducido por gritos, lamentos y desmayos.

                         Aparte de algunas contusiones, no hubo que lamentar mayores desgracias, mas fueron suficientes las habidas para que nadie se volviera a subir en el tren; el público huyó del sitio de la catástrofe como de lugar apestado, y el francés dueño de aquel material siniestro tuvo que recogerlo de los barbechos y conducirlo en sendas carretas a otro tren más formal, no sin lamentarse chapurradamente del descaguilamiento.

                         Tales eran, a grandes rasgos pintadas, las ferias de antaño, y tales sus encantos.

                         ¡Qué contraste con las de hogaño! Ya ha desaparecido casi todo lo anteriormente descrito, por innecesario, pues la universalidad del comercio, la facilidad de comunicaciones y los nuevos prodigiosos inventos dotando a los pueblos de artículos y llevándoles espectáculos en que nunca pudieron soñar, hacen que las ferias solamente se conserven como reliquias del pasado, o como grato solaz y esparcimiento del presente.

                         A las antiguas tiendas de los valencianos, cuya efímera estancia no pasaba de cuatro o cinco días, han venido a suceder, con carácter de permanencia, magníficos establecimientos mercantiles abarrotados de cuanto es indispensable, y aún superfluo para la vida humana; las primitivas vistas al aire libre, pregonadas a golpe de tambor con escándalo de la historia y de la gramática, ceden su puesto a los modernos cinematógrafos, donde el espectador asiste a la representación viva de los sucesos más extraordinarios, sean reales o ficticios; la mezquina y pestilente iluminación compuesta de candilejas humeantes y chorreantes con que los feriantes se alumbraban antes, es suplida por intensos arcos voltaicos que con sus oleadas de luz parecen perpetuar el día, y en vez de aquel tren minúsculo, que no iba a ninguna parte, sino a dar en tierra con unos pobres viajeros, surge hoy majestuoso el automóvil, con energía bastante para dar la vuelta al mundo. (Si es que no se estrella en mitad del camino)[1].     

 

 

PATRIA GRANDE Y PATRIA CHICA

 

                         El concepto de patria, es de los que implican mayor grado de relatividad.

                         Dijéramos ser un término o espacio que, a la manera de nuestra pupila ocular, es factible de ensanchamiento o de reducción sin perder su naturaleza, antes bien, acrisolándola, según se va estrechando el círculo a que nos referimos.

                         Y como todo término o espacio supone extensión, y dicha extensión puede ser variable, de ahí que al hablar de la patria, le atribuyamos, a las veces, en lenguaje un tanto íntimo y familiar, el doble predicado de patria grande y patria chica.

                         Entendemos por patria grande, o simplemente patria, la nación que nos vio nacer, esto es, el conjunto de territorio a donde alcanza la acción tutelar del poder público, que constituye el Estado; el conglomerado de pueblos y habitantes que mantienen la comunidad de raza, que se rigen por unas mismas leyes, que hablan el mismo idioma, que profesan, en su mayoría, una sola religión, y que tienen la propia historia, iguales tradiciones e idénticas costumbres.      

                         Estos caracteres con algunos otros similares, coincidentes en los naturales de un país, son los que determinan la acción de patria para cuantos viven dentro de sus fronteras y al amparo de su bandera, y como dichos caracteres, por lo mismo que son propios y  comunes a una nación difieren de los que ostentan las demás, tienen respecto a la primera la virtud de solidarizar, de fraternizar a los que son compatriotas, desarrollando en ellos, no sólo el mutuo afecto, sino el amor a aquel país, cuyo suelo, santificado por las cenizas de cien generaciones, dijérase sea el inmenso hogar que les alberga y defiende.

                         Y tan puro y tan santo es el amor a la patria, que los mismos emigrantes, esos seres desgraciados que con dolor de su corazón tienen que abandonarla porque en ella no encuentran los medios adecuados para subvenir a sus más apremiantes necesidades, luego que en remotos países logran, no ya la codiciada fortuna, sino el modesto pasar que ha de ponerles a cubierto de nuevas miserias, dejan con grandes albricias la tierra que les enriqueció, vuelven a aquella en donde sufrieran hambre, sed y desnudez, y un día, acaso el más dichoso de su vida, cuando a través de la bruma de los mares columbran, antes con el corazón que con los ojos, las costas de su país, bendicen a Dios desde lo más profundo de su alma, porque les deja ver de nuevo aquel suelo querido en que nacieron y en el que únicamente anhelan morir.

                         Tal es la patria en su sentido lato, la patria grande en el lenguaje pintoresco con que vulgarmente la designamos, y tal es el amor que inspira a todos sus hijos.

                         Pero la patria, en razón a su relatividad, puede figurarse gráficamente por una serie de círculos concéntricos, cuyo centro común es el individuo o la familia.

                         Siendo el círculo máximo de esta serie, la nación, como queda dicho y componiéndose la nación de un conglomerado de regiones, si circunscribimos aquel primer círculo contrayéndolo hacia nosotros, descenderemos ya de la nacionalidad al regionalismo, y entonces reduciremos la patria a un espacio más pequeño, pero de más afinidad, de mayor cohesión y simpatía entre sus habitantes, porque la diversidad de dialectos, de trajes, de costumbres, etc., que suele existir entre las varias regiones, desaparece y se convierte en unidad de esos mismos accidentes respecto a cualquiera de ellas.

                         Mas he aquí que la región, círculo ya más pequeño, pero todavía de relativa extensión dentro de la patria, puede a su vez reducirse, siempre concretándolo hacia nosotros, y entonces resultará un verdadero círculo casi ya perceptible a los sentidos porque dijérase que coincide con el horizonte sensible y cuyos límites son las montañas que cercan nuestro pueblo, aquel macizo orográfico que vimos desde niños y que, con sus perfiles y crestas seguimos viendo aún con los ojos cerrados todo lo que hay dentro del perímetro de aquellas montañas, los verdes y alegres campos de múltiples caseríos salpicados, los abundantes ríos fertilizadores de riquísimas vegas, las fábricas, templos de la industria, de altivas chimeneas empenachadas de humo, y, sobre todo, la hermosa ciudad que nos vio nacer y en cuyo regazo maternal vivimos; todo eso con su habitantes, a quienes ya no llamamos compatriotas, sino paisanos es lo que constituye la patria chica.

                         Digámoslo, pues, de una vez y digámoslo con sus nombres: para nosotros, la patria grande es España; la patria regional o intermedia, es Andalucía; la patria chica, es Priego.

                         Priego, con sus aldeas anejas, con sus haciendas y granjas, con su pago de afamadas huertas, con sus montes y su campiña, con sin industria floreciente, con sus pintorescas barriadas, con su morisco adarve, con su romano castillo, con sus templos grandiosos, con su magnífica Fuentes del Rey, el más bello, el más soberbio, el único ejemplar que en su clase encierra la gran patria española.

                         Mucho nos enorgullece haber nacido en esta nación donde vieron la luz sabios como Alfonso X, campeones como Ruy Díaz de Vivar, escritores como Cervantes poetas como Lope y Calderón; a gala tenemos pertenecer a la bella región andaluza, cuna de filósofos como Séneca de insignes capitanes como Gonzalo de Córdoba, de poetas como el divino Herrera y de artistas casi divinos como Velásquez y Murillo, pero tenemos a honra, y mucha honra, haber visto la luz aquí donde la vieron por vez primera, historiadores como Carmona, estadistas como el Obispo Caballero y escultores como Álvarez.

                         Y a esta patria chica, cuna de varones ilustres y de hombres honrados, por la que sentimos una fe ciega y un amor inquebrantable, es a lo que dedicamos el esfuerzo de nuestra inteligencia y los bríos de nuestro corazón, porque ansiamos verla ?bien que ya lo sea- más ilustrada, más próspera, más floreciente, más grande - ¡tan grande por el estudio, por la virtud  por el trabajo, como hermosa la hizo Dios por la Naturaleza![2]

 

 

PRIEGO

                         Asomada al balcón de su morisco adarve, circundada de montes y colinas que la esmaltan con su eterno verdor; sintiendo sobre su frente el beso de los cielos que el sol le envía, y mirando correr a sus plantas el manantial exuberante de sus aguas cristalinas, esta hermosa ciudad dijérase que es predilecta de la naturaleza, noble por su origen y rica por su honrado trabajo.

                         Es predilecta de la naturaleza, porque en este suelo, plugo al Creador derramar el tesoro de su munificencia: tesoro que al hacer ostentación de frutos perennales parece rendir perpetuo homenaje a la diestra soberna: así, ciñendo al pueblo con cintillo de esmeraldas, vemos sus jardines, y los primeros bancales de regadío; más allá, el pago de huertas, de blancas casitas salpicado, y el plantel de sabrosas y afamadas frutas; después, los extensos olivares; en pos, los vetustos encinares donde árboles gigantescos desafían la inclemencia de los vientos y el rigor de los siglos y, por último, cerrando el cuadro, las ingentes montañas por cuyas cumbres arrastran las nubes su manto vaporoso y por cuyas faldas pace y trisca retozón el ganado, recordando los sencillos tiempos patriarcales.

                         Es noble por su origen, porque su fundación se remonta hasta las antiguas colonias griegas, porque fue después importante población romana, y más tarde preciada joya de los árabes que ampliaron sus fuertes, amurallaron sus adarves, encauzaron sus aguas e implantaron la industria serícola, comienzo y augurio de la asombrosa actividad fabril que hoy ostenta.

                         Ganada la entonces villa de Priego por el santo rey Fernando el año 1226, estuvo en poder de la Orden de Calatrava hasta que un alcaide traidor la entregó a Mohamed, califa granadino, llevado de grandes promesas: volvió a recuperarla don Alfonso X, en el año 1341, no logrando tampoco conservar su dominio; reconquistóla en 1407 Gómez Suárez de Figueroa, tornando aún al poder sarracenos, bien que por breve tiempo, pues el 14 de diciembre de 1409 la ganó definitivamente el infante don Fernando de Antequera.     

                         Senté, en tercer lugar, que esta población es rica por su honrado trabajo, porque la actividad de sus hijos raya a gran altura, y el fruto de la humana actividad es la riqueza: Priego, aparte de su noble florecimiento agrícola, tiene y sostiene en gradación creciente múltiples y hermosas fábricas de tejidos, de géneros de punto, de sombreros, de harinas, de aceite ?obteniendo de este clases selectísimas- y de otras muchas industrias, casi todas movidas por fuerza eléctrica o hidráulica, cuyos productos se exportan superando la demanda a la oferta.

                         Y si del pasado material pasamos al del espíritu, Priego ha contado y cuenta hijos excelsos en todos los ramos: es patria de Alonso Carmona, historiador de las Floridas; de don Antonio Caballero y Góngora, obispo de Córdoba y virrey de Nueva Granada; del famoso escultor don José Álvarez, gloria nacional cuyas obras figuran en los primeros museos del mundo: de don Francisco María de Castilla, Magistrado del Tribunal Supremos de Justicia; de don Niceto Alcalá-Zamora, que ha logrado por sus propios méritos avanzar muy rápidamente en la política y en la abogacía; de don Adolfo Lozano Sidro, genial  pintor cuyos cuadros se cotizan a envidiable precio, y de otros muchos doctos varones e ilustres jóvenes que son la esperanza de un mañana esplendoroso.

                         Existen en la ciudad notables monumentos de los cuales dan una idea las fotografías que hoy publica este Semanario, ocupando entre ellos primer lugar la llamada Fuente del Rey, verdadera maravilla de la naturaleza y del arte, única en el mundo por su originalidad y magnificencia, así como por la abundancia de su claro manantial que, repartido luego por todas las plazas, calles y casas ha dado motivo para que hiperbólicamente sea apellidado este pueblo Priego del agua.

                         Consta dicha fuente de tres grandes estanques: en el primer, comenzando por la parte superior, se ostenta el arrogante León de nuestro paisano don José Álvarez Cubero; en el segundo, se alza la estatua de Neptuno, obra del también hijo de Priego don Remigio del Mármol, y en el tercero, tras de la hermosa cascada, hay un grandioso surtidor.

                         Otros cinco surtidores, más 126 caños, abastecen la fuente, rodeándola 20 macizos bancos de piedra del país.

                         Anterior a ella topográfica y cronológicamente, existe la primitiva Fuente de la Salud nacimiento de este prodigioso caudal de aguas, a la que da nombre la Virgen de aquel título que la preside en su artística capilla.

                         Esta fuente del año 1728, y la del Rey, que empezó a construirse en dicho año, se terminó a fines del siglo XVIII.

                         Ambas están circuidas por gigantescos álamos y plátanos colosales con cuya sombra aumentan la frescura y amenidad del sitio, así como el canto de las aves que en sus inmensas copas anidan, uniéndose al murmullo de las hojas y de las aguas forman un grato y eternal concierto que parece elevarse hasta Dios.

                         Obra de gran mérito es también la iglesia parroquial y especialmente el retablo del altar mayor y la sacristía. El primero, de autor de desconocido, es de estilo plateresco y debió ser construido a mediados del siglo XVI. La segunda estilo barroco, se edificó en 1776. La mayor parte de las alhajas que existen en ella son del mismo estilo.

                         El Hospital de San Juan de Dios fue fundado en 1636 por don Juan de Herrera y Aranda en el mismo edificio que le servía de casa-habitación. El patio es de estilo renacimiento andaluz.

                         La iglesia del Carmen tiene la portada y la torre de estilo neo-clásico, y su construcción como las estatuas que en ella figuran, se deben a don Remigio del Mármol.

                         Dignos son también de mención el castillo, adarve y el paseo.

                         El castillo, conserva intacta su torre del homenaje, que es romana, y da altísima idea de la solidez de su construcción. Es una mole inmensa de piedra, de cerca de 30 metros de altura, y lleva más de veinte siglos desafiando y venciendo a todas las fuerzas de la naturaleza. El resto del vetusto monumento, consistente en dos torres menores, y los lienzos o baluartes, son árabes y están peor conservados.

                         El adarve, que tiene su arranque o comienzo al pie del castillo descrito, mide más de 300 metros de longitud y no menos de 25 de altura, el muro de contención en que se asienta, es fuerte natural y parte de sólida piedra de sillería sobre la cual corre un fuerte barandal de hierro. El cómodo arrecife que se extiende en todo el desarrollo de esa gigantesca muralla; desde el paseo y presta solaz a la vista que se espacia encantada por un horizonte tan grande como pintoresco.

                         Al final del adarve, encuéntrase el paseo, propiamente dicho. Goza este de la misma magnifica perspectiva que aquel, y consiste en un amplísimo paralelogramo poblado de árboles, arbustos y macizos de plantas, que al florecer en la primavera, le convierten en verdadero vergel. La plantación data de fines del siglo pasado, así como la fuente central hecha en 1898.

                         La obra de este paseo y la verja que le limita, continuación de la del adarve, se hicieron por suscripción popular, merced a la iniciativa, celo y constancia de don José Ramón Linares, q.e.p.d.

                         Por último, la etimología no ha definido aún de una manera precisa el nombre de la ciudad a que me refiero: la opinión más generalizada es la de que proviene de piélago, por suponerse, con bastante fundamento, que a los pies de esta población, y en toda la cuenca que comprende el río Salado y la vega, existía en tiempos prehistóricos un inmenso pantano natural o piélago, que fue desaguado por la mano de hombre al practicar la gigantesca cortadura que aún se nota entre la garganta de dos sierras. Bien pudiera ser este el origen de su nombre, pero sin desecharlo, y por lo tanto humilde, me permito señalar otros: el resultante del adverbio latino prius (el primero) y del pronombre ego (yo) o sea la locución Prius ego (el primero yo) que después del uso, por contracción o sincopa, abrevió determinando la palabra ?Priego?.

                         Acaso encuentren algunos un tanto pretenciosa la hipótesis, pero convengan en que es lógica si quien la emite ha nacido aquí: ¿no es natural que a un buen hijo le parezca su madre ?la primera??[3]

 

 

             LA FERIA DE PRIEGO

 

           Ha terminado la feria

           Que celebra esta ciudad

           En los tres o cuatro días

           Primeros del actual.

           Teniendo en cuenta que el ai[4]

           Es una calamidad,

           No ha sido tan mala como

           Era lógico esperar.

           El ganado se ha vendido

           Poco menos, poco más

           Que en los años anteriores.

           Salvo aquel de mucha edad.

           O el endeble, o el tachado.

           O el malicioso, lo cual

           Después de todo no tiene

           Nada de particular.

           De festejos, el delirio;

           De lujo, ni en Turkestán;

           De luminarias, la gloria;

           De diversiones, la mar.

           Ha habido toros y... cañas;

           -Las cañas amontillás,

           y los toros en mantillas,

           o mamando, que es igual.

           Hemos tenido buen circo

           Y siete barracas más

           Con toda la Zoología

           De la Historia Natural.

           Fuego artificial de noche;

           De día, fuego solar,

           Y fuego hasta en las miradas

           De los que amándose están,

           Puesto que amarse y quemarse

           Sólo difiere en la ?.

           Con esto, y cuatro pianillos,

           Que tocaban a rabiar,

           Y una murga, y dos tamboras,

           Buenas para el Indostán,

           Y el tío de las sartenes

           Y el que repica el metal

           De Lucena, y siete ciegos

           Con guitarras destemplás,

           Y mil quinientos chiquillos

           Haciéndoles chirriar

           A mil quinientas carracas,

           No lo hemos pasado mal.

           ¿Quién fuera sordo la feria

           Para vivir medio en paz!

           Por lo demás, este año

           No ha habido que lamentar

           Ni desórdenes, ni riñas,

           Ni una mala puñalá.

           Habrán podido, a lo sumo,

           Cuatro relojes cambiar

           De faltriquera, por arte

           De algún... de algún vivo, mas

           Si un vivo no vive de eso

           ¿De qué diablos vivirá?

           En fin, la feria se ha ido,

           Que en este mundo falaz

           Todo nace, todo brilla,

           Un momento nada más.

           Y todo cae en el fondo

           De la avara eternidad.

           Y por no ser discordante

           Nota, de esa ley fatal,

           Aquí, señor Director

           La lata termina ya

           Que a usted, al DIARIO y al público

           Les diera EL CORRESPONSAL[5]?.

 

 

           ENCERRONA EN PRIEGO

          

           Con una espléndida tarde

           Se acaba de celebrar

           En este circo taurino

           La corrida más ?salá?

           Que vieron tiempos pretéritos

           Y los futuros verán.

           La plaza está rebosante

           De damas, que al ser ?de acá?,

           Tácitamente está dicho

           Que hermosas son por demás.

           Compone la presidencia

           Un ramillete ideal

           De señoritas tan bellas,

           Tan elegantes y tan...

           Tan... tan... (que hasta las campanas

           En su honor repican ya).

           Llega la hora convenida;

           Dan la suprema señal;

           Rompe la música, salen

           Las cuadrillas a compás

           Del himno de Pepe-Hillo;

           Y después de saludar

           Y de recibir la llave

           Pepe Serrano, que va

           Sobre un famoso caballo,

           Tornan de nuevo a sonar

           Los clarines, y aparecen

           Dos cuernos..., y nada más.

           De seguro que el lector

           No se ha podido enterar

           De lo que he dicho, pues siga

           Leyendo y se enterará.

           Salieron ?digo- dos cuernos

           De un tamaño colosal

           Puestos sobre un becerrote,

           Que no pudiendo tirar

           De ellos, dicen que decía:

           ?Estos son de mi papá?.

           Observando aquel fenómeno

           Muy digno de figurar

           Hasta en el propio Museo

           De la calle de Alcalá,

           Me quedé mudo de asombro;

           Pero mi asombro fue más

           Cuando en la primera suerte

           Que hicieron al animal

           Vi que desaparecían

           Las astas y en su lugar

           Quedaban dos más pequeñas;

           La defensa natural

           Del becerro, pues las otras

           Señores, eran ?prestás?.

           Convirtióse en regocijo

           Y en chacota general

           El cambio de cornamenta,

           Y un tanto repuestos ya

           Los diestros del sobresalto

           Que acababan de pasar

           Con aquellos cuernos que eran

           Dos torres de Catedral,

           Hicieron una faena

           Muy lucida de verdad,

           Lo mismo con los capotes

           Que en la suerte de picar,

           Que poniendo banderillas

           Y que pegando ?estocás?.

           Claro que algunas salían

           Un poquito desigual,

           Pero, señores; -?To es toro?

           Como decía un barbián;

           Tanto da herir a los rubios

           Como herir en un ijar.

           Se lidiaron y mataron

           Dos toretes, y además

           Tres vacas, mas con indulto

           De la pena capital.

           Los becerros fueron muertos

           Por los espadas sin par

           Juan Camacho y Manuel Núñez;

           El segundo chulo ya

           Reconocido por todos

           Desde tiempo inmemorial.

           El ganado de Lozano

           Muy lozano, y además

           Bravo y dando mucho juego

           Como lo acaba de dar.

           En Málaga, donde a verse

           Vuelve el domingo. ?Total:

            Una tarde muy hermosa,

           Una presidencia más,

           Unos toreros valientes,

           Un público muy ?barbián?

           y... mil plácemes que a todos

           dirige El Corresponsal[6]?.



[1] Diario de Córdoba, 18 de septiembre de 1906, número 17029. [2] Patria Chica, 10 de febrero de 1915, número 1.[3] Patria Chica, 1 de septiembre de 1915, número 27.   [4] No se entiende en el original. [5] VALVERDE LÓPEZ, Carlos: La Feria de Priego, ?Diario de Córdoba?, número 16667, 10 de septiembre de 1905. [6] VALVERDE LÓPEZ, Carlos: Encerrona en Priego, ?Diario de Córdoba?, número 17391, 22 de septiembre de 1907.





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