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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo

02. JORNADAS DE OCUPACIÓN

  © Enrique Alcalá Ortiz



         La primera: lunes.

         Muchos días pasaré por tu lado quizá con apariencia de despegue, pero esto es una falsedad más grande que todos los olivos de Andalucía juntos. Tú, tal vez, mires de reojo, con miedo, dolido por esta indiferencia mía, entonces, mis ojos, abriendo y cerrando las pupilas, te dirán que te quiero.

         La segunda: martes.

         Llegarán días de intenso frío, de cristalinas nevadas y de salpullidos de escarcha, tú, olivo mío, estarás caliente, arropado con un manto de horizonte infinito y la imaginación te hará soñar con tu infancia de plumón y sales minerales, entonces, mis suspiros de ausencia y distancia aburrida te dirán que te quiero.

         La tercera: miércoles.

         Aunque eres milenario y das años como el universo días, cuando la estación en que la pradera se cubre de minúsculos colores y cada flor silvestre sea un farol que alumbre nuestra alegría, y te pongas a jugar al escondite como un chiquillo con las flores del huerto, entonces, mi inocencia primera, aquella que me acompañaba en mis años de luz infantil, te dirá que te quiero.

         La cuarta: jueves.

         En el otoño, cuando la familia de árboles se desnuda y descansa, y las hojas son lágrimas de una niña a quien se le ha roto la muñeca de cartón, y tú, sin embargo, de una tierra que se hizo espolón morado en tus frutos, atiborres tu follaje de aceitunas, entonces, con la prensa huesuda de mis dedos extraeré el globo de tu pulpa agriculce de olor y gusto, y humedeceré la cavidad oscura de mi fantasía que te dirá que te quiero.

         La quinta: viernes.

         Vislumbrarás esta horrenda jornada: se podrán turbios los ríos, secos los suelos, viejas las ramas, muertas las savias, apolillado tu tronco y las líneas de tu imagen difuminadas serán vagos puntos en los ojos que te contuvieron, entonces, cogeré una gran lupa pulimentada con la lija de nuestras conversaciones y una vez orientada al sol del mediodía hará que sus concentrados rayos de luz y calor incineren hasta el último tejido de tu nervuda existencia, mis exequias de homenaje concelebradas te dirán que te quiero.

         La sexta: sábado.

         Si se desenfoca el objetivo de los sustos y preocupaciones, y el miedo de tu duda existencial echa raíces en tus raíces y florece más tarde en ladridos de perro espantado, entonces, no estarás solo, correré presto a tu lado y con el bozal de mi compañía te diré que te quiero.

         Y séptima: domingo.

         Cuando en la serenidad de la mañana creciente se oigan las campanas de la paz para llamar a la oración y a la reflexión sosegada, látigo y repulsivo de la espantosa soledad que se cubre de púas interrogantes, mientras la flora sosiega su domingo pascual, yo, entonces, moveré fuertemente tus ramas, con genio, con  hercúleas fuerzas, con huracanado empuje y cubriré tu cuerpo para que despiertes al contacto.

         Entonces, olivo, entonces, te diré que te quiero.





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