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03.34. REALES ACUERDOS DE LA REAL CHANCILLERÍA DE GRANADA SOBRE PRIEGO DE CÓRDOBA

 




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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo

03. MI DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

© Enrique Alcalá Ortiz



         Cuando te regocijes con la primavera y sea el momento de la música, y de las canciones alegres, las canciones de esperanza, revestidas de tus sueños de cosecha; la cosecha que todo el año añoras y para la que te preparas, día a día concienzudamente, serás la geisha japonesa que me arrulle melodías soñadoras, mientras que yo recostado en tu tronco llene mi vista de paisaje, mi orquesta serás:  ¡sólo tú!

         Cuando el sol abrasador de las desilusiones y el pesado desaliento me cubra con sus corpúsculos de altas temperaturas, y la tensión de mi corazón roce el borde mortal del infarto, tu sombra de irregulares formas será la cama hospitalaria que soporte mi cuerpo debilitado y abatido. Tu sombra será el bálsamo calmante que cure mis heridas deformadas, mi enfermero serás: ¡sólo tú!

         Cuando esté triste, solo, deprimido, harto de pasar cada día sobre la misma alienante situación, repetida y aburrida, y lleguen los días del invierno al calendario de mi vida vestidos con sus ropas de añoranzas, mi refugio serás:  ¡sólo tú!

         Cuando mi lengua pegada al seco paladar de mi boca esté huérfana de palabras y no te pueda, ya nunca por siempre, decir que te quiero, la enterrarás en esta tierra sureña al lado de tus raíces menores para que ellas chupen su putrefacción y su sustancia. De esta forma, mi alma subirá a tus copas más horizontales y verticales, me poseerás: ¡sólo tú!

         Todo mi cariño hacia ti absorbe mis sentidos, mi energía vital, mis pulsaciones hormonales, el corazón que comanda mi sangre. El ordenado equilibrio de mi ritmo biológico polariza hacia ti, de día y noche, con frío y calor, mis cuidados, mi amor y mis canciones de alegría. Llenas mi vida y haces que nazcan nuevas flores de ilusión con las que hago la sopa que me nutre diariamente. Y estás solo, apartado, todos te pasan con indiferencia y siguen sin detener su marcha a través de un camino que ellos no han decorado, nadie te mira: ¡sólo yo!

         Desde que eras un pedazo de rama sin destino definido tienes mis cuidados: arroparte por las noches para protegerte de las inclemencias del tiempo, guardar tus estornudos para que la blanca cigüeña no se asuste en su peregrinaje,  proveer de alimento a tus hojas y abonar tus raíces, sacar la cara por ti cuando un día, el nogal que sembró el abuelo se hizo tan grande que hubo que podarlo para que tú tuvieras la parte de cielo que te correspondía, nadie te cuida: ¡sólo yo!

         Todos los problemas de esas cuadrillas familiares de jornaleros de la aceituna que se te postran de rodillas para recoger, oliva a oliva, tanta cosecha de los campos andaluces y que son llama viviente de un problema irresuelto y secular de esta tierra sureña, de desigualdades y contrastes, nadie te los traduce a un lenguaje de olivo:  ¡sólo yo!

         Y en el crepúsculo de las tardes agotadas, cuando el sol ardiente besa las escamas de esmeraldas, y por las noches cuando enrojeces con las azules miradas de la luna, nadie, nadie, nadie, nadie escucha tus estremecimientos: ¡sólo yo!





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