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12.058. CARLOS VALVERDE LÓPEZ. POETA DE PRIEGO. (1856-1941)

 




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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo

14. LAGRIMONES DE ACEITUNA

© Enrique Alcalá Ortiz



         Si alguien en nuestra tierra de sol y de olivos ha de buscar sus raíces se encontrará con un fruto: la aceituna.

         Ha de pasar San Andrés y el otoño cortar bastantes de sus días para ver salpicados de lagrimones verdes, morados y negros subidos las ramas de millones de olivos que ofrecen estos huevos de paloma para manchar de aceite los trajes de la novia primeriza. En estos días, el firmamento proyecta su figura sobre nuestros olivares. Si en los fríos días de escarcha, rocío y nevada del oscuro invierno cuando el olivo sostiene sus abundantes pepitas huesudas se le pudiesen quitar sus raíces, sus ramas, sus troncos y sus hojas, y se quedaran flotando por encanto ingrávido todas las aceitunas, montones de ellas navegando como impulsadas por alas de mosca, los mayores del lugar podrían ver su sueño de infancia, contemplarían las innúmeras variedades de: lucio, albaideño, moradillo, verdial, gordal, manzanillo, carrasqueño, varal, negrete, cornezuelo, cordobés, marteño, sevillano, picual, hojiblanca, lechín, rapazallo... Todos saldríamos al cielo abierto con agujas aceradas y afiladas lanzas -o a mano limpia- para herir, cazar y comer, en tropel desordenado según el gusto y la ambición de cada cual. Si el aire se distribuye de esta forma: ¿por qué no también las aceitunas? Sería la revancha del pueblo andaluz para cosechar a su antojo.

         Me dijo un cortijero -quemado de frío y frito de sol- que conocía lugares donde los olivos desprendían gruesas lágrimas en la soledad del olivar cuadriculado. Y que al principio eran transparentes y cristalinas y que se iban enturbiando conforme tomaban el aire respirado y viciado de los hombres. Con el frío helado de las noches serenas y despejadas de diciembre y enero, poco a poco se iban solidificando y tomando cuerpo de aceituna, que se tornaba lentamente morada como el manto de los nazarenos. (Quizá por eso el hombre viste de aceituna sus penas y también sus errores.)

         Seguramente, mi viejo olivo, los frutos que tan celosamente guardas son verdes lagrimones de morado oscuro. ¿Son tus frutos sangre de lirio azul y sangre de verdes habas? ¡Cuántos secretos escondes en esas aceitunas! Numerosos ojos que te guardan. ¡Cuántos secretos escondes en las tiernas aceitunas de algodón de piedra! ¿Qué secreto escondes en tu pardo hueso para cubrirlo con esas esponjas de sangre que más tarde serán pajizo aceite? ¿Por qué, olivo, trabajas y fructificas cuando casi todos los árboles duermen el letargo del oso polar y asturiano? ¿Por qué miras al invierno con esas aceitunas tan calvas? Dime: ¿son los ojos de tu cuerpo desprovistos de cejas y de pestañas negras, acaso puntiagudas naricillas castigadas a no respirar? O más bien: ¿Son tus aceitunas verdes lagrimones morados de alargada cabeza y con una delgada pierna que le sirve como a los murciélagos para asirse a tus ramas y no caerse mientras viven su madurez?

         Nuestra tierra se hizo olivos. Olivares se hicieron los deseos de los hombres.  Por eso será que nuestros ojos son dos aceitunas.





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