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01.14. GOTAS DE AGUA EN ALPARGATAS DE CÁÑAMO. (Greguerías)

 




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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo

16. LA TARDE DE UN OLIVO COQUETO

© Enrique Alcalá Ortiz



         Aquella tarde, en su ocaso mágico, alzaba tonos azules, malvas y violetas, dentro del rosa de un cenit desprovisto de orgullo que disfrutaba del natural espectáculo al que asistía sorprendido y gozoso. Los olmos y álamos de la ribera del río Salado habían escondido sus despistadas cítaras para evitar que el vacío del aire las estremeciera de gusto. Mi olivo se sentía coqueto. Sentado en la orilla del río, le quitaba colores a una amapola y a un clavel, y después pintaba sus labios con esa tintura de sangre. (El rojo clavel y su novia la roja amapola se asustaron al verse desnudos y desteñidos, y dando saltos sobre sus pecíolos se escondieron entre los prosaicos jaramagos.)

         Observó sus hojas encendidas de colores, su hermoso talle -ceñido con encajes de enredadera- hacía su cuerpo  esbelto. Le daba soltura de pureza, de príncipe medieval, de joven púber dispuesto a la aventura arriesgada y a la amorosa sorpresa. Parecía encarnación de un rey en madera de olivo.

         Los pardos zorzales se acercaban amistosos y le besaban la cara. En su cara anaranjada. Batiendo alas en veloces vaivenes de sube y baja, se acercaban por parejas y soltaban estruendosas carcajadas al verse sus picos, sus cuellos y sus ventrudas plumas teñidas de rojo igual que el que tienen los colorines de la serranía. Al despedirse escribían con su pico en las viajeras aguas, lo mucho que lo querían y el mensaje de amistad de un olivo africano. (Uno de ellos cometió una falta de ortografía.) Los zorzales son esos bellos pájaros que van recogiendo sus lágrimas.

         La tarde desaparece en la lejanía, no sin antes haber espolvoreado de negro todo lo que alcanzaba la vista. La suma de dos oscuridades era demasiado para un olivo dormilón. Despertó sobresaltado y aturdido al oír el suave cuchicheo y las risas de dos chopos que, haciendo manitas, pasaban por su lado. Contempló orgulloso en el espejo del agua su cuello prisionero de juncos riberales. (Para los niños que se acercaban, los afilados juncos son espinas; para la tejeringuera de la plaza, carrusel de ruedas pringosas, pero para mi olivo son materia prima para collares y pulseras.)

         Moviendo su ramaje vio en el fondo del río su cara de escamas verdes y su cuerpo aceitunado. Tiró una aceituna y desapareció en el oleaje de las ondas concéntricas.





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