© Enrique Alcalá Ortiz

         De una olivarda silvestre brotó a lo lejos un punto zigzagueante que parecía no tener rumbo fijo, pues su trayectoria era el perfil de varias líneas quebradas y curvas. Pero observándolo más detenidamente, la volátil materia daba sentido a su desconocido vuelo. Se posó torpemente en las ramas bajeras de un membrillo de los muchos que formaban avenida de homenaje al arroyo que partía en dos partes desiguales al olivar. Escasos segundos duró la parada. Descendió unos palmos, y se posó sobre la mullida alfombra de musgo que, irregularmente, se extendía en el sombrío sendero del arroyo.

         Era una vulgar mariposa de la col, de color blanco, hembra parturienta que iba depositando centenares de diminutos huevos en los lugares que su especie tenía programados.

         Se despidió del musgo, y después de proyectar su simétrica sombra sobre los bastos terrones del olivar recién arado, hizo un descanso en un olivo acebucheno, que con razón los moros le llamaban rústico y poco refinado. (Éste era hermano bastardo del olivo manzanillo. Pero el dueño en un rasgo de generosidad democrática había respetado su existencia -parca en frutos y calidades- para poner un poco de contraste a su cuidado olivar cosechero.)

         Desde el norte sopló una violenta ráfaga de aire 

-semejante al suspiro de una desesperación- que hizo que se movieran con la rapidez del olvido dos largas ramas que sobresalían del acebuche. La mariposa, siguiendo el impulso de su primer instinto, descendió en picado con tan mala fortuna que recibió sobre su cuerpo de cera el impacto de las dos ramas que se encontraron en un brusco choque. No sufrió. Su materia sensible se convirtió en deformada insensibilidad chorreante.

         Un par de mariquitas que estaban dándose un banquetazo de pulgones entre las hojas secas del olivo cambiaron el encarnado brillante de sus élitros en ocre amaranto en el mismo momento que vieron el desafortunado accidente. Una tras  otra, cargadas con sus seis puntos negros, corrieron a su máxima velocidad y se escondieron detrás de un pedazo de corteza desprendida del tronco del olivo más cercano.

         Todo ser viviente del olivar enmudeció. Las canciones de todas las bocas huyeron espantadas con sus huellas de tristeza y sus pelucas de pelo de maíz. Un silencio casto se esparció entre los olivares. El enigma de mil lenguas con su fuerza de lenguaje misterioso. El perdón de los que aman parecía aquel silencio que hablaba con mil lenguas.

         ¡Pobre mariposilla que en la rama de un olivo te has quedado clavada en un espasmo de muerte, mientras tu trompa chupante extraía el zumo amargo de aprendiz de olivo!

         ¡Pobre mariposilla, te destruiste en un beso! Tu enamoramiento súbito fue una muerte instantánea. ¡De qué te sirvió tu vestido estampado y tu cara tan pintada de polen protegida con dos antenas? Sin embargo, tuviste suerte: tu  círculo vital es una línea cerrada.

         Los olivos, todos al unísono, te lloran desolados con gruesas lágrimas inconcebibles de sufrimiento y se cubren con su manto negro y silente para manifestar su dolor social. Tres días con sus noches duró el luto decretado oficialmente.

         Al tercero, otro empujón de viento esparció tus secos restos que se convirtieron en paisaje y humus.

         ¡Ay, pobre mariposa, qué bella parecías cuando jugabas en el arroyo!

1042 Veces visto - Versión para Imprimir