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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo

23. AMISTAD DEL OLIVO Y DEL HOMBRE POETA

© Enrique Alcalá Ortiz



         En lo alto, todavía más alto del espacio de las aves, las nubes van deshilachando su ovillo de algodón y al hacer madejas, aparece sensual del techo cielo, como levadura, el azul brillante con sus destellos de fríos ardientes. La pluma gualda del sol recorre con su ojo caluroso esos senos verdes grisáceos simétricamente parcelados que forman los olivos granulados sobre el paisaje.

         Sentado en una silla de ocre anea (un regalo de la abuela a mi madre en el día de su boda), como sintiendo vergüenza de esa luz neta (más limpia que blanca), como sintiendo vergüenza de ese sol arrogante, me cobijo bajo las copas presumidas de mi olivo para gozar el suave refresco de su sombra.

         El río detiene su cauce. Enmudece el viento que sopla. Callan los pájaros que trinan. El pensamiento se detiene  en su lóbulo craneal. Bostezan, esperando agua limpia y más fresca los parduscos barbos del río.

         Tuve que romper la quietud. Alguien tenía que hacerlo. Saqué del pecho, donde lo tenía arropado, un manoseado libro de poemas. Retiro la hoja de olivo que me indicaba por donde iba leyendo, y continuo en voz alta recitando a mi olivo amigo los poemas de su gusto y el mío.

         Los vecinos que pasan, se ríen por lo bajo, cuchichean entre ellos y se dicen al oído: Ya está el loco con sus viejas historias. Yo soporto indiferente ese gozo que les provoco. Y me digo sin palabras fónicas -mientras levanto la vista- que algo tendrán estos versos que leo cuando hasta callan los pájaros que trinan y enmudece el viento que sopla.

         Entonces, con oídos de sordo, prosigo en mi libro de pastas de sonrisa de china, leyendo poemas a mi olivo... que escucha.





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