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05.02. CARCABUEY Y CARCABULENSES EN LA PRENSA CORDOBESA (1852-1952)

 




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POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - Chaparrada

16. DEPÓSITO (3)

© Enrique Alcalá Ortiz



 

73. PINTANDO EL AGUA

 

         Da dos pasos. Vamos, anda,

que vuele tu cuerpo sobre

las aguas.

 

         Vuela en el aire. Soplaba

por la fuerza del impulso

del agua.

 

         Saltando, corriendo, dabas

el color que no tenía

el agua.

 

 

74. AGUA QUE COMPLETA

 

         Agua para ese cuerpo

que estuvo besando tierra

mientras mirabas al cielo.

 

         Agua para esas carnes

que abrillantaron el rosa

cuando mi cuerpo tocaste.

 

         Agua para ese pelo

que descompuso su forma

con la masa de mis besos.

 

         Y agua para esa cara

que tiene vivo el incendio

de este amor. Toma agua.

 

75. SI TE MOJAS LA PIEL

 

         Si te mojas la piel,

lo seco de tu pecho

quebradizo de seco

-de húmedo amanecer-

­se tornará más húmedo

y más amanecer.

 

 

76. QUE LA LLUVIA NO MOJE ESOS CABELLOS

 

                   I

         Que la lluvia no moje

esos cabellos,

escapados de tu alma

siendo tan negros.

 

         Porque las lágrimas

suelen siempre salir

sobre la cara.

 

         Los quiero secos,

para meter mi mano

en sus secretos.

 

         No te los mojes

que libremente anden

sin ningún norte.

 

                   II

         Que la lluvia no moje

esos cabellos,

los oigo cuando hablan

sus movimientos.

 

         Ellos me dicen

que pueda comprenderlos

cuando los mire.

 

         Yo así lo hago.

Todo lo escucho,

mientras los palpo.

 

         No te los mojes,

ya que humedecidos

tu alma escondes.

 

 

77. AGUA DE AMOR

 

         Buscabas en tu noche

la melodía

que pintara en tu cara

verde alegría.

Consumiendo horas

con esos pensamientos

que te desdoblan.

 

         Margaritas salieron

cuando mirabas.

Amarillos y blancos

te perfilaban,

contoneando

márgenes peregrinos

que van matando.

 

         Tu estancia se desploma

como los naipes.

Tu busca no era sombra

que era alguien,

y no cualquiera

sería el límpido frasco

que te tuviera.

 

         No busques, pues, los nuevos

sones de noche.

Toma estos que ya suenan.

¡Rápido coge!

 

         Y sin frialdad

arrópalos con tu vida

de infinidad.

 

         Si el manto de esta dicha

que ya te cubre,

es firma de un estar

y de un estuve,

procura entonces,

que sus colores cálidos

no te sonrojen.

 

         Ya, presto, en esa noche

que se perdía,

se oyeron las sonatas

y sinfonías.

Agua de amor

inundó el largo tramo

que había en tu yo.





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