CANCIONERO POPULAR DE PRIEGO DE CÓRDOBA - Los malos tratos
04. LÍOS DE NOVIOS
Ya desde los primeros momentos empieza la greña.

© Enrique Alcalá Ortiz



Con estos sinsabores que se producen cuando la pareja todavía no se ha casado, queda demostrado que las peleas y palizas no se producen al degradarse la vida del matrimonio, sino que ya aparecen en los días dorados del noviazgo.

La descripción de esta mocita no tiene desperdicio. En esta ocasión las torturas físicas se han transformado en psíquicas, algo mucho más sutil y por lo tanto más cruel. La mujer estaba sometida en todos los estados de su vida:

 

Cuando contigo salía

iba siempre acobardada,

y a veces, no me atrevía,

ni a volver patrás la cara.

 

         Busca su consuelo en las súplicas que le salen con aires de bella metáfora literaria. Nunca se ha pedido de una forma tan educada el cese de la violencia:

 

Amor, no me pegues palos,

mira que no soy de bronce

que las piedras se quebrantan

a fuerza de darle golpes.

 

         Cuando no se consigue la paz en las relaciones o los maltratos continúan, surge el escape de las maldiciones, y los deseos de hacerle la puñeta con la palabra, ya que no es posible con los hechos. Si piden rayos tormentosos por las críticas adversas, que le den de tiros al que causa la ruptura de los iniciados amores o si llega el olvido, al amante que le dé un patatús y no se levante en su desmayo:

 

Mal rayo caiga y te parta

un ala del corazón;

por donde quieras que vas

sacas mi conversación.

      *

Mal tiro le den, le den,

mal tiro, le den que muera,

el que ha tenido la culpa

de que tú no me quisieras.

      *

Ojalá, si es que me olvidas,

que te dé aquel patatús

del que se murió tu abuela

sin poder decir Jesús.

 

         Aunque otras veces, los males deseados se pronuncian con la boca chica, como por compromiso, cantando contrastes, incongruencias, contrasentidos y paradojas:

 

Quisiera verte y no verte,

quisiera hablarte y no hablarte,

quisiera pegarte un tiro

y no quisiera matarte.

 

         La exageración y la hipérbole hacen su aparición para demostrar la grandeza y lo profundo del querer, además de las heridas que causa para testimoniarlo. Se pide que con un puñal de plata, como evidencia de un acto importante, se abra el pecho para comprobar in situ las cicatrices producidas por el afecto:

 

Toma un puñal de plata

y ábreme el pecho con él

y verás los escalones

que me ha hecho tu querer.

 

A veces, si los amores no cuajan una vez sembrados, al dolor por la quiebra se suma el deseado con aires masoquistas. Tan ciegamente se ama que se tomaría veneno si viene de las manos del amado:

 

¿Qué me quieres dar,

veneno para que muera?

Yo no temo al veneno

si de tus manos viniera.

 

         O se considera la posibilidad del suicidio como válvula de escape para una depresión a la que no se le ve salida.

 

Cada vez que considero

que tengo un amor ingrato,

no sé cómo me tiro

contra una esquina y me mato.