PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Percy en Adarve. (Sátira y humor)
10. ANTOLOGÍA DE PERCY. (José Madrid Mira-Perceval) (VI)
Con las poesías: "El otro reloj", "Bartolo", "El Torrejón", "Instantánea de agosto", "El macetero".

© Enrique Alcalá Ortiz



        EL OTRO RELOJ

 

Carlos Valverde Castilla[1],

el gran poeta genial,

hizo un canto a maravilla

al reloj del Hospital[2],

el llamado «de la Villa».

 

Yo, queriéndolo plagiar,

aunque con menos talento,

también le quiero cantar

al de nuestro Ayuntamiento,

que cerca del otro está.

 

Aquél en tiempos lejanos

se hizo en carro transportar

por un «capitán romano».

Éste, en gran velocidad,

a pesar de ser hermano.

 

Aquel, en piedra enmarcado

y le dieron voz de bronce.

Éste, en cemento armado

y... den... la una o las doce,

tan prudente y tan callado.

 

Aquel al amanecer,

es ya por el sol besado.

A éste, mucho después.

Así, si va retrasado,

no tiene la culpa él.

 

Aquél la hora señala

con potente voz de acero,

principio y fin de jornada.

Éste con su minutero,

apunta al que no hace nada[3].

 

El no quiere dar ni un cuarto,

por hacer economía,

no gasta medias (de Sparto)[4]  

ni de noche ni de día,

ni envidia al que está más alto. 

 

Uno está en el Hospital.

Él está sobre un Palacio,

Palacio Municipal,

y si el pobre anda despacio

es porque quiere mirar

por el probo funcionario

que se pueda retrasar[5].

 

           BARTOLO

 

Fue en el Haza de la Luna[6],

donde ponen el ferial

de burros, caballos y mulas,

yeguas y algún animal

de los de raza vacuna.

 

Dos legítimos gitanos

dos auténticos calés

y los dos eran hermanos,

Antonio y Bartolomé,

con largas varas en las manos.

 

Paseaban el ferial

cautelosos como gatos

y sin parar de mirar

donde se presenten tratos

o lo que poder «mangar»[7].

 

Uno de ellos vio venir

dos que no van de paisano;

con correaje y fusil

y así le dijo a su hermano,

viendo a la Guardia Civil.

 

i¡Mardita cea er demonio!!

¿qué mus changa la feria?

decimula un poco Antonio

que con la jeroz muy seria

se aprocziman do tricornio.

 

Cumpliendo su obligación,

el que mandaba pareja,

pidió documentación,

mostrando cédulas viejas,

con más pringue que un jamón[8].

 

Y, ¿cómo se llama usted?

Pues yo me llamo Bartolo.

¡Hombre, no; Bartolomé!

 

No zeñó. Bartolo zólo.

¡He dicho Bartolomé!

 

Y por querer discutir,

no llevando la razón,

le dio tal «guasca» el civil,

que un ojo como un colchón,

se le puso al infeliz[9].

 

Y, ¿cómo se llama usted?,

le preguntó al compañero.

Yo me llamo Antoniomé,

a mí por mes más o menos,

no me endiña su merced[10].

 

 

        EL TORREJÓN

 

No ha mucho que el Torrejón,

esto es público y notorio,

lo sabe la población,

era un simple evacuatorio,

un inmundo callejón[11].

 

La autoridad deseosa

de quitar tanta inmundicia,

como madre cuidadosa,

se dio no poca prisa

en dejarla primorosa.

 

Antes puerco, sucia siempre,

llena de escombros y latas.

Hoy, la calle de la Sierpes

o la calle de la Plata,

como le llaman la gente.

 

Luego vino a completar

esta obra el gran Pulido

montando elegante bar,

tan bonito, tan surtido,

que otro igual no encontrarás.

 

A dos pasos de la Plaza,

toldos, macetas, sabor,

y cortinas de zaraza,

con precios de mostrador

en deliciosa terraza.

 

Ese es el bar Pulido[12],

el más fino y elegante

y siempre tan concurrido.

Es el hogar del viajante

y público distinguido[13].

 

 

"INSTANTÁNEA" DE AGOSTO

 

Verano. Calor.

Chicharras. Moscas. Sudor.

Espigas tronchadas

por luciente hoz.

Campiñas desiertas

de todo color.

Algunos bancales

lucen el verdor

de sus melonares.

Melones. Sandías

de dulces tajadas.

Viñedo, alegría

de uvas colgadas

de dorado opaco

que son devoradas.

Castigo a dios Baco

al no ser pisadas[14].

 

          EL MACETERO

        

Un loro de unos señores,

de tanto oír la criada,

se aficionó a las canciones

y a todas horas cantaba

los más modernos «folklores».

 

A cada instante tenía

en el pico una canción,

cantando con alegría,

pero cantar el bayón,

era toda su manía.

 

Su dueño que trabajaba

en una liquidación,

con el dichoso bayón,

que con pesadez cantaba.

 

?«Teeengo ganas de bailar

el nuevo compás»

?iY yo ganas de matarte,

si no te quieres callar!

Y una maceta al instante

tiró, que a poco le da.

 

El loro muy sandunguero

y sin cortar sus canciones

cantó con mucho salero:

«Abrir niñas los balcones

que ya está aquí el macetero

con sus alegres pregones.

?El maceteeeeeero?[15].



[1] Nieto del poeta Carlos Valverde López, fue otro asiduo colaborador en la primera época de ?Adarve?.

[2] Se refiere al Hospital de San Juan de Dios, hoy convertido en residencia para la tercera edad. El reloj no existe en la actualidad y la espadaña luce un hueco circular totalmente vacío.

[3] Es decir, señala a los muchos parados que por entonces estaban en la Plaza esperando a algún propietario para que los contratara.

[4] La industria del esparto tenía cierta importancia en la época. Se hacía muchas cuerdas y útiles domésticos como espuertas, recipientes cuerdas, suelas de alpargatas y un largo etcétera.

[5] ?Adarve?, número 45, 9 de agosto de 1953.

[6] Desde su implantación a mediados del siglo XIX la llamada Feria de Ganada se efectuada en la Haza de la Luna.

[7] La feria, el ganado, y los gitanos paseando por el ferial esperando hacer alguna ?gitanería? son los tópicos habituales de las ferias de estos años.

[8] Al no haber aparecido el plástico, los documentos presentaban un aspecto lamentable de vejez y suciedad. Igual le pasaba con los billetes de uso corriente, pues muchos estaban negros, estropeados, rotos y pegados por muchas partes. Se usaban, hasta que prácticamente se podían ver las letras y su valor. Tener un billete nuevo era un hecho extraordinario.

[9] El maltrato era un hecho habitual en diversos estratos de la sociedad en estos tiempos de la posguerra.

[10] ?Adarve?, 48, 49, 30 de agosto de 1953.

[11] A esta calle daban numerosos postigos de las calles Altas y Río en las que existían casas señoriales que usaban estos portalones a sus residencias como entrada de animales y mercaderías. A pesar, de estar en un lugar tan céntrico era una calle de tercera categoría y por lo tanto olvidada. Al estar poco iluminada, se usaba como ?descanso? de los parroquianos que no podían aguantar para remediarse en su casa.

[12] Este poema que hace propaganda a un bar sería después imitado en años sucesivos para dar publicidad a los establecimientos que se van abriendo al público.

[13] ?Adarve?, 48-49, 30 de agosto de 1953.

[14] ?Adarve?, número 50, 13 de septiembre de 1953.

[15] ?Adarve?, número 51, 20 de septiembre de 1953.