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Hasta ahora, hemos conseguido escasa documentación que haga referencia al concepto que don Niceto tenía de sus máximos oponentes en Priego. Sólo un pequeño libro, del que hemos podido sacar algunos rasgos y, por supuesto, sus Memorias.
El primero de ellos se trata de un discurso pronunciado en el Tribunal Supremo[1], el 24 de noviembre de 1928, en defensa del ex depositario del Ayuntamiento,
A José Luis Castilla y Ruiz, padre político y tío carnal de José Tomás Valverde, varias veces alcalde en ayuntamientos conservadores, "jefe local de la situación que allí impera", además de esta frase, también le dedica otras, en las que lo trata de cacique y le critica algunas de sus acciones. Como mayor contribuyente vecino, José Luis Castilla Ruiz era miembro de las juntas repartidoras para el cobro de impuestos, puesto desde el que actuó, poniendo toda clase de trabas para que los Ayuntamientos no pudieran poner al cobro los recibos dentro de un plazo legal: "(...) el Sr. Castilla Ruiz, hombre inteligente, llevó a cabo la más sañuda, implacable, sistemática y sabia obstrucción, proponiéndose y consiguiendo hacer imposible la vida administrativa y la de los Alcaldes de entonces, sus enemigos políticos (...)"[6].
Como más arriba dejamos indicado, don Niceto cuenta en sus Memorias algunas de las acciones llevadas a cabo contra su persona por los elementos valverdistas, pero sin llegar a nombrarlos. Ni una vez aparece el nombre o los nombres de sus adversarios en Priego. Seguramente, pasado ya el tiempo de los acaloramientos, ya en frío, no quiso remover viejas heridas o puede ser también que le manifestara su aversión de esta forma. El silencio indiferente muchas veces hiere más que una frase publicada, incluso si ésta es un salivazo. Con estas frases elocuentes, resalta a sus adversarios desde su destierro en la Argentina: "(...) minúsculo despotismo local"(...), "cenáculos de leguleyos caciquiles", (...) "mala fe de los fariseos locales" (...), "desmanes de dictadorzuelos locales que se sentían amparados por Franco y la camarilla de éste (...)".
Ya por el año 1928, acusaba a los valverdistas de haber sembrado los rencores, rencillas y haber desparramado por el pueblo los odios, al cual habían dividido por las injusticias, para terminar con un deseo por todos acariciado, pero de tan difícil solución: "¡Quiera Dios dar, y pronto, paz a mi pueblo y tranquilidad a vuestras conciencias!"[7] .