MEMORIAS DESORDENADAS - Historia de la Huerta Palacio
23. HACIENDO HONOR A SU NOMBRE
La calle Ribera de Molinos hacía honor a su nombre por la existencia de numerosos molinos.



                                                                                                         

                                                                                                                         © Enrique Alcalá Ortiz

 

 

         La Ribera de Molinos continuaba haciendo honor a su nombre. Vecina de La Puente Llovía estaba la fábrica de harina de los Ruices. Ésta era la segunda de la calle, y junto con la de Covaleda formaban la única pareja de empresas dedicadas a esta actividad, no sólo en el barrio, sino en la ciudad. Entré en ella en más de una ocasión, y cada vez que lo hacía me impresionaban las gigantescas máquinas moledoras y la rapidez con que se llenaba un saco de trigo hecho polvo, convertido ya en blanca harina, alimento básico y principal de aquellos años como antes hemos dicho. Meter las manos en la harina todavía caliente, impregnarse de su sustancia pegajosa para después llevársela a la boca, era una sensación halagadora que aceleraba mi descubrimiento de la vida. Por la parte de atrás de la fábrica, se accedía a un quebrado patio que hacía amistad y paisaje con las huertas vecinas. Viviendo todavía en la Huerta Palacio dieron en quiebra los dueños, y de la gestión de la fábrica, después de innumerables papeleos, se encargaron los mismos empleados que con tesón y esfuerzo crearon una cooperativa de producción y continuaron fabricando harina varios años más, hasta que por fin tuvieron que cerrar definitivamente. Desde entonces, la veleta en forma de gallo que daba vueltas al son del viento, chirriaba con tristeza su sueño cataléptico. Quizás ella comprendía el desconsuelo de una decadencia productora tan pujante en otros tiempos.

         Fuera de la fábrica, bajamos una descuidada cuesta de piso de tierra y damos, en unos pocos pasos de precipitación, con un nuevo molino de aceite: el de Palomeque. Todos los molinos se parecen, pero como los rostros humanos también ellos tienen sus diferencias y éste las tenía. Por lo pronto, en una acto de poca galantería, le echaba la espalda a la imponente mole de la fábrica de tejidos de los Molinas, situada en la calle Molinos. El molino, cual si de un castillo se tratara, estaba rodeado por una acequia que recogía todas las aguas procedentes de la Fuente de la Salud. Había un pequeño puente que franqueaba la entrada a esta fortaleza, en cuyo interior no había armas defensivas, sino cuatro imponentes prensas hidráulicas marca Ruperto Eaton, de Málaga, que le tenían declarada la guerra sin cuartel a las legiones de aceitunas de la comarca. Una de las propagandas más insistentes del semanario Patria Chica del año 1915 eran estas prensas.

         Fue precisamente en este caz de agua que circunvalaba la fábrica y del que se proveía donde mi hermano Tomás tuvo un grave accidente siendo joven.