© Enrique Alcalá Ortiz
Los días grandes de
Después del encalo, y varios días antes del Jueves Santo, ‑que era cuando empezaba
Aparte, se hacía el alimento del rito: el hornazo. No puedo comprender como entre tanto dulce haya una masa tan insípida. Algo lúdico se muestra en este día allí en el Calvario cuando las manos levantan tanta gallina con cresta de fieltro rojo y ojos de pimienta. El huevo duro, la sal, el agua y la harina de su composición se hacen misterio religioso cuando Jesús los bendice. Ahora ya empiezan a llevarse neveras con variados alimentos donde no faltan las bebidas espirituosas. Con esta innovación moderna, la celebración va camino de convertirse en un "picnic" en lo alto del monte.
Con la casa limpia, el estómago lleno de albóndigas y magdalenas, y los zapatos de charol reluciente de no ponérselos porque se rompen, se estaba dispuesto para, después de los oficios del jueves, esperar en
LATAS DE ROMANOS Y LATAS POR LOS SUELOS
Lo que más sobresalía a mis ojos de chaval era el escuadrón de soldados romanos vestido con el uniforme de nuestros tercios. Qué desilusión me llevé cuando ya mayor me enteré de que aquellos trajes no eran romanos, sino ropas barrocas. El tránsito de Reyes Magos a padres que compran los regalos, no me fue tan doloroso como éste de romanos a tercios de nuestro imperio. Era todo un rito ver al orgulloso capitán, llamado el Serio, allí en
Andar las estaciones era ya casi una categoría. El desfile empezaba con
El Viernes Santo, los soldados del orgullo y de las picas levantadas, le daban la vuelta y las ponían hacia abajo. No acababa de comprender tampoco como unos hombres que se suponía habían matado a Jesús, ahora lo llorasen y le hicieran honras fúnebres. Y el Sábado Santo, al mediodía, según creo recordar, ‑después sería el domingo‑, con toda clase de latas e hierros viejos atados con cuerdas, empezábamos a rastrearlos por las empedradas calles del barrio haciendo un ruido infernal para que todos se enteraran de una vez que el Señor del Viernes Santo había triunfado sobre la muerte. Con todo, el ruido era mucho más soportable que el de las motos actuales, con la circunstancia que duraba sólo hasta que nuestras piernas se cansaran. Además, era limpio. No como el que hacen las actuales motos a cualquier hora del día, que se ha convertido en otra forma de dar la lata, cuando ya han desaparecido las latas de los romanos y los chicos han dejado de pasear latas, aunque no de darla.