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unque hacia 1830 hacen su aparición en el mundo las bujías de parafina, en Priego la primera gran revolución en el sistema de alumbrado se produce en el año 1870. Para nuestros paisanos éste es el verdadero siglo de las luces, pero no las luces de la razón, sino las luces del petróleo, puesto que éste era el nuevo material empleado y que desde ahora haría la competencia al aceite vegetal. Trajo este nuevo artículo don José Montoro Rubio y lo vendía en su establecimiento de la calle Zapateros. El reciente sistema despertó una gran expectación y rápido desarrollo entre nuestros paisanos que se apresuraron a comprar lámparas colgantes y quinqués de pared. La primera lámpara de petróleo que brilló en Priego fue en la calle Río, en la casa de don Francisco de Paula Martínez causando el asombro de los vecinos[1].
El alumbrado público no se queda en la zaga. Don Antonio de
La subasta pública se sacaba a la baja y el tipo que se ponía era 4.000 reales de vellón, rematándose al mejor postor. Para presentarse a la subasta, los licitadores deberían constituir un depósito de 1.000 reales de vellón, los cuales serían devueltos una vez verificado el remate, excepto al que se quedara con la contrata, pues el importe depositado constituiría la responsabilidad de su cumplimiento, es decir, la fianza. El contratista podría servirse de alcuzas y todos los demás enseres que hasta esa fecha estaban en uso, a no ser que prefiriese construir otros nuevos, porque así lo crea conveniente, pero sin que por esto tenga que abonársele nada, ni reclamar su importe al final del contrato.
No se quedaban atrás, en la especificación de las condiciones, los empleados encargados del mantenimiento de las farolas: los serenos. Personajes populares, evocadores de épocas pretéritas y románticas. En Priego había cuatro, teniendo uno de ellos la categoría de cabo. Eran empleados municipales y actuaban como tales en las rondas nocturnas, siendo por tanto los amos de la luz y de la noche. No solían llevar en estos años un uniforme especial, sino una mugrienta gorra como todo distintivo. Se acompañaban de unos farolillos los cuales deberían tener siempre encendidos en todas las noches del año desde las diez horas que salían de servicio. Farolillos que colgaban, a veces, de una vara para hacer más fácil el transporte y que al mismo tiempo le servía de cayado. La misión del sereno consistía en limpiar, encender, apagar las farolas y dar parte al Alcalde de cualquier anomalía que observara en su servicio. Era responsable del buen estado de las farolas, siendo de su cuenta todas las descomposiciones o roturas, a menos que justificara no tener culpa, en cuyo caso el Alcalde determinaría lo que correspondiera. Empezaría a encender las farolas más céntricas e iría extendiéndose hacia las excéntricas. Durante los días de verano se encenderían además las cinco farolas de
Poner farolas nuevas era excepcional por parte del Ayuntamiento que andaba siempre falto de recursos económicos. Por esta razón no es raro el caso de los vecinos de la calle Real, los cuales después de una reunión, acuerdan dirigirse al Ayuntamiento y solicitar permiso para colocar una farola pagada por ellos mismos, pidiendo además qué se reserve su propiedad, pero que sea encendida por el Municipio[3].
En los últimos años de luz por petróleo, el alumbrado público se surtía de la tienda de don Antonio Páez Mengíbar, quien presenta una factura de 44,50 pesetas por ocho días. Resultando por tanto 166,87 pesetas mensuales y 5,56 pesetas el gasto por alumbrado y día. Si dividimos esta cantidad entre las 71 farolas nos da un gasto de siete céntimos por farola y día. Algunas otras facturas venían de la casa Camacho y Barrientos, como proveedora igualmente de petróleo[4].
[1] VALVERDE LÓPEZ, Carlos.: Memorias intimas y populares, manuscrito inédito, capitulo del año 1870.
[2] A.M.P.: Acta del 30 de mayo de 1870.
[3] A.M.P.: Acta del 15 de febrero de 1875.
[4] A.M.P.: Acta del 9 de julio de 1900.