PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Carlos Valverde López
LA CENCERRADA
Poesía festiva. Poesia premiada en Málaga. Narra el suceso de la noche de bodas de un viejo y una jove.

Carlos Valverde López

Poesía premiada en Málaga el año 1927, en el Certamen abierto por la Sociedad Económica de Amigos del País. 

Tiene Granada «el Realejo»

que es un barrio popular

donde se da el ejemplar

de lo «dulce» y de lo «viejo».

 

De lo «dulce» porque en él

viven las Comendadoras

que hacen dulce a todas horas,

como las abejas, miel;

 

De lo «viejo» porque está

allí la casa vetusta

de Campotejar, que asusta

«tirando»... y aún «tirará».

 

Bueno, pues en una calle

de las del barrio indicado,

sucedió el siglo pasado

lo que aquí cuento al detalle:

 

         Vivía en ella un seductor

tenorio, tan vejestorio, 

que más que don Juan Tenorio

parecía el Comendador,

 

el cual, tras larga porfía,

y gracias a su fortuna,

iba a casarse con una

«Doña Inés del alma mía».

 

¡Magnífico casamiento!,

ella veinte, y él setenta:

diez lustros de impedimenta...,

(que son un impedimento).

 

La boda ya concertada,

lo único que ella pidió

a su «doncel» fue que no

les dieran la «cencerrada»

 

Broma grosera y aleve

usada con la viudez

reincidente, o la vejez,

en el siglo diecinueve,

 

y que daban los «amigos»

con tal saña y estridor,

que no la dieran peor

los peores enemigos.

 

Prometió el novio a la novia

que no habría cencerrada

pues él tenía tomada

una medida muy obvia.

 

Con la cual todo proyecto

de darla fracasaría.

Llegó al cabo el santo día

de la boda y en efecto,

 

el novio se proveyó

de un cencerro colosal,

que no lo forjara igual

ni el mismo que lo inventó.

 

Por la forma parecía

un trabuco naranjero

digno de aquel bandolero

llamado José María;

 

pero en vez de ser un arma,

era un cencerro muy largo

fabricado así, de encargo,

para producir alarma.

 

Pues como había poca luz

de noche en aquel lugar,

bien se pudiera tomar

por un trabuco o arcabuz.

                                    

Entre tanto, los que habían

de «ofrecer» la cencerrada,

según medida acordada

que de antemano tenían,

 

Hallábanse pertrechados

de bocinas y cencerros

para, una noche de perros,

dar a los recién casados.

 

Llegó la hora convenida,

y aquellos, bonitamente,

se colocaron enfrente

de la casa consabida.

 

Diose la voz de ¡«atención!»

por el director de orquesta,

pero al empezar la fiesta,

se abre de pronto un balcón,

 

Sale el marido, se inclina

sobre el grupo, apunta fiero

su trabuco naranjero,

(de naranjas de la China).

 

Y dice a gritos:?¡Canalla!,

 si no calláis os abraso?.

El grupo, puesto en el caso

de callar o morir, calla,

 

Y todos prudentemente,

se van por donde han venido;

pero, entretanto, el marido

a dos manos, y cruelmente,

 

con el trabuco de pega

les «pega» una cencerrada

que se oyó en Sierra Nevada

y en el confín de la Vega.

 

Tras de lo cual los casados

 ?jal fin solos!?se dijeron,

y en su cuarto se metieron

pero..., a cencerros tapados.