PRIEGUENSES EN LA HISTORIA - Carlos Valverde López
A UNA CASAMENTERA
Poesía festiva. El antiguo oficio de celestina.

Carlos Valverde López

  

Muy respetable señora

y amiga doña Anacleta.

¿Me quisiera usted decir

 ?sin que por ello se ofenda?

qué le va ni qué le viene

con que se queden solteras

o se casen las muchachas

cuya casa usted frecuenta?

¿A qué esa monomanía

de casar a toda aquella

joven que tiene ya su novio,

o buscar por mar y tierra

novio a la que no lo tiene?

¿Es que ha puesto usted agencia

matrimonial? En tal caso

dígame cuanto devenga

por noviazgo, o por casorio,

que es el noviazgo «in eternam»

Y lo pregunto, señora,

para darle lo que sea

por triplicado, con tal

de que usted no me revuelva

la casa, ni de «casillas»

saque a mis hijas solteras

pintándoles noche y día

el goce y las excelencias

de la vida de casada,

para despertar en ellas

aspiraciones que deben

estar dormidas o muertas.

¿A qué meter en mi casa,

con intenciones aviesas,

esa tanda de pollitos

de quien es usted la clueca?

Ayer cuando yo volvía

ya tarde, no fue sorpresa,

la que pasé cuando vi

improvisada una fiesta

en mi casa. Mi hija Carmen,

la mayor, tocaba mientras

sus hermanitas asidas

a unos niños sinvergüenzas

bailaban esos « fortroses»

que nos envían de América

parodiando lo que bailan

los monos allá en las selvas.

¡Vaya espectáculo! En tanto

como autoridad suprema

que fiscalizara el baile,

sólo estaba allí la abuela

de las niñas, mi mamá

política; que es ya vieja,

y que al «run run» del piano

dormía... como una muerta.

También usted, pero usted

«Arrimándole candela»

al cuadro, seguramente

porque no languideciera.

¿Le parece a usted bien esto,

señora doña Anacleta?

A mí me parece mal,

pero muy mal, esa terca

afición o propensión

tan fatal como siniestra

de casar a toda chica

que toma usted por su cuenta.

Y se me ocurre una cosa:

siendo tan... casamentera,

¿por qué no se casa usted?

Cásese, que sí lo deja

va a serle luego difícil

con su «facha» y con su «fecha»,

Pero, en fin, esas son cosas

tan sólo de su incumbencia;

mas cásese o no se case

lo que le pido de veras

es que sus «buenos oficios»

con mi familia no ejerza.

Deje a mis hijas en paz,

que cuando mayores sean

ya tendrán solicitantes,

mas no por usted, por ellas.

Déjelas vivir tranquilas,

repito, y si es que se empeña

en que haya boda en mí casa

¡cáseme usted a mí suegra!

 

Julio de 1927.