POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo
08. CREPÚSCULO MARRÓN

© Enrique Alcalá Ortiz



         La tarde huía dentro de sus apagadas y mortecinas luces, dejando paso a la noche silente, oscura madre de los sueños, matriz de disparates y alegorías. La noche con su manto de misterio y su edredón de nubes ovilladas. Es la noche del olvido que ahora arriba. La noche que convierte en polvo fino la humedad de tu savia. ¡Oh, el crepúsculo marrón de tu vida! ¡Oh, las noches en vela de tus ramas! ¡Oh, la seca figura de tu esqueleto desprovisto de follaje!

         Los párpados se pegan. Las pupilas se obstruyen. Las pestañas se anudan. Los ojos se cierran. ¡La noche ha llegado!

         El sentido se aparta, y el alma, presurosa, se esconde en su etérea casa de inconsciencia, y cierra sus puertas de abeto, y cierra sus ventanas de nogal, y encarcela al verdugo de su entendimiento con duras cadenas, con fuertes candados, con fallebas de reforzado bronce.

         Ahí te quedas, olivo mío. Ha llegado la noche y los ojos se cierran. Los ojos del cuerpo, pero no los ojos del alma. Del alma que tanto tiempo hace arropas delicadamente en tus desgreñadas copas.

         La larga noche. La eterna noche desprovista para siempre de auroras, cuando se cierran, en infinito, los ojos del cuerpo, y permanecen abiertos, en infinito, los ojos del alma.

         Tu noche ha llegado, mis ojos se besan.

         Tu noche es ocaso de muertas savias y hojas secas con añoranzas de cosechas invernales.

         Tu crepúsculo es un misterio donde los ojos se besan. Donde mis ojos se cierran para guardar tu contorno.